El payo que hablaba con seguidillas
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Menese era uno de los pocos payos que han destacado en un arte que parece reservado para los calés.
José Menese, que la pasada noche se ha unido al tablao flamenco que Antonio Mairena dirige en el más allá y en el que 'El Lebrijano' fue el último en ser contratado, era un cantaor que bordaba la seguidilla, uno de los pocos payos que han destacado en un arte que parece reservado para los calés.
Y es que Menese no cantaba seguidillas, sino que las usaba para comunicar, para contar de una forma personal lo que transmitía al público, en un estilo definido por él mismo como "puñetero", y que suponía para él "un sufrimiento sicológico y físico".
Menese nunca se cortaba, ni para cantar ni para opinar. Se sacó el carné del Partido Comunista en 1968 y siempre estuvo al día de las cuotas, y cuando le preguntaban por la situación de España lamentaba que era el trabajador de base el que sufría la crisis y al que había que proteger.
Casi se despedía el año 1942 cuando el cantaor nacía en el pueblo al que siempre estuvo vinculado, La Puebla de Cazalla, un lugar con poco más de 11.000 vecinos en la actualidad a medio camino entre Sevilla y Málaga donde cantaba por afición desde muy pequeño, hasta que el pintor y letrista Francisco Moreno Galván gestionó que el joven Menese emigrase a la capital de España para abrirse hueco en el mundo del flamenco.
Sin quererlo, se estaba empezando a formar la "Generación del 60", con flamencos que despuntaron en esa época que poco a poco se fueron haciendo eternos, como 'El Lebrijano', Antonio Fernández Díaz 'Fosforito', José Sánchez Bernal 'Naranjito de Triana', Antonio Núñez Montoya 'El Chocolate', Antonio Cortés Pantoja 'Chiquetete' y José Monje Cruz 'Camarón de la Isla'.
Una generación irrepetible en la que el joven de La Puebla de Cazalla entró con fuerza con solo 21 años, cuando comenzó a cantar en el Tablao Zambra, junto a gente de la talla de 'Pericón de Cádiz' o 'Perico el del Lunar'.
Ya nunca dejó de triunfar. Moreno Galván hizo las letras de su primer disco cuando solo llevaba dos años en Madrid, cumpliendo la norma de la época de que se llamase igual que el artista, y ese mismo año consiguió el primero de su larga lista de reconocimientos, el Premio de Honor Tomás El Nitri.
Su sombra flamenca se iba extendiendo, hasta el punto de que España se le quedó pequeña y en 1973 se convirtió en el primer artista flamenco en actuar en el Teatro Olympia de París. A las más de 1.700 personas que aquella noche le escucharon les debió parecer poco, por lo que un año después fue reclamado de nuevo por el teatro parisino para volver a llenarlo.
Era cuestión de tiempo que el cantaor fuese reclamado al otro lado del charco, y en 1985 la guitarra de Enrique de Melchor le acompañó con la Orquesta y Coro Nacionales de España en el Concierto del Día de las Naciones Unidas en Nueva York.
La lista de premios, discos o recitales daría para una enciclopedia como la Larousse, que cuando Menese tenía solo 25 años lo incluyó entre sus páginas, algo impensable para un flamenco de la España del 600 y la tele en blanco y negro.
Tras décadas de éxito, Menese llegaba el pasado 15 de abril al teatro Buero Vallejo de Guadalajara para derramar su arte en la XXIV Cumbre Flamenca, mezclando peteneras, nanas, soleás, caracoles y cantiñas, todo al mismo nivel, acompañado a la guitarra por Antonio Carrión y las palmas de las hermanas Loly y Marta Heredia.
No estaba bien de salud, pero su voz estaba en perfecto estado de revista, y así lo demostró aquella noche, como todas las noches en que el payo más calé se subía a un escenario para derrochar flamenco, lo que nunca dejó de hacer, y siempre al máximo nivel.
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