Paula Melchor: “El lugar de los afectos está alrededor de una mesa, en una comida compartida”
Poeta
La autora logró el Premio Letraversal de Poesía por 'Amor y pan', un libro en el que coinciden la cocina y la vida y en el que el hambre irrumpe como sinónimo de la soledad
Al modo de la célebre y escueta nota biográfica con la que Anne Carson resume su trayectoria –"Nace en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo"–, Paula Melchor (El Real de la Jara, 2000) define también su mundo con una breve frase: "Siempre se pone triste cuando come sola". El alimento y el desamparo, precisamente, son dos de los ejes sobre los que gira Amor y pan, el hermoso libro con el que esta sevillana afincada en Granada se hizo con el Premio de Poesía Letraversal. El jurado del galardón, integrado por Sara Torres, Rosa Berbel y Javier Fernández, destacó la "ternura" con la que Melchor trata "los espacios interiores" y la sensibilidad con la que contrapone "los tiempos del amor y del campo" a los ritmos y "las lógicas de producción".
Estructurada con las comidas del día –desayuno, almuerzo, merienda y cena– como capítulos, Amor y pan dedica al lenguaje el cuidado y el respeto con los que alguien maneja los frutos de la tierra que darán pie a un gazpacho. "Para ganar la consistencia en la escritura: batir bien las palabras. Medir la cantidad de agua. Salpimentar al gusto y batir bien. Batir bien hasta que los grumos y las palabras se diluyan y quede un poema líquido que se pueda beber", apunta Melchor en su libro. "La cocina y la literatura tienen muchas similitudes", opina la autora al otro lado del teléfono. "Yo examino cada palabra para ver si encaja en el poema igual que te preguntas cuál es la mejor patata o el mejor tomate cuando preparas un plato. A la escritura, lo digo en el libro, también le viene bien reposar en frío, darle tiempo, para ver qué textos valen la pena y cuáles no, para que así el conjunto brille más".
Amor y pan es la historia de una mujer que ha dejado atrás el amor plácido del hogar y las raíces, y se enfrenta en su emancipación a las dudas, la angustia, la extrañeza de las relaciones, el hambre. "Me preguntaste / si quería algo de cena, / pero no si quería / tu mano en mi boca morderte la carne / de debajo de las uñas. / Te mastiqué los dedos como si fueran nueces", se lee en el libro. "Para mí", analiza la escritora, "el hambre tiene que ver con la soledad, y el pan con el amor compartido, algo muy propio además de una cultura tan andaluza, mediterránea, como la nuestra. Yo siempre he concebido los afectos alrededor de una mesa, comer me parece una excusa estupenda para reunirte con la gente a la que quieres".
Ahora, en una mesa solitaria, con "el corazón de una manzana y nadie a quien culpar / de una patata mal cocida", la voz poética rememora la costumbre ya perdida de coger higos con su abuelo, y le dice a la que entonces es su pareja: "Es un pueblo muy pequeño, pero es el pueblo que tengo / en él ha crecido mi cuerpo / y descansa mi familia". Melchor afirma que la escritura de Amor y pan le ha brindado la reconciliación con sus orígenes. "Como toda la gente que no cuadra en la norma, que no responde a lo establecido, yo sentía que nada me vinculaba a mi pueblo más allá de mi familia. Irme de allí y venirme a estudiar a Granada fue una forma de conectar con lo que yo quería ser. Pero un día una está sola esperando que se caliente la comida en un piso de estudiantes y recuerda con cariño lo que ha dejado atrás, lo que ha vivido y lo que ya no volverá".
En ese aprendizaje vital, la poeta siente el peso del "modelo de amor de nuestros padres", se embarca en "una pareja moderna" en la que a veces le "abruma la libertad". "Yo he tenido la suerte, y digo siempre que la desgracia también [ríe], de que mis padres se quieren muchísimo", señala Melchor. "Crecer con eso es maravilloso, no me imagino lo que tiene que ser vivir en un hogar roto, pero yo albergué, por este referente, muchas expectativas sobre lo que tenía que ser el amor. Yo he explorado otros tipos de amor, porque es lo que quería hacer o lo que otra gente me ha llevado a hacer, y parecía que nunca era suficiente, que nunca estaba satisfecha. Esto lo odio, odio ese adjetivo, pero creo que es algo generacional: la voluntad de buscar nuevas estructuras, nuevas formas de habitar el mundo", argumenta la poeta, que añade que "tampoco creo que sea sano ensalzar un amor antiguo, todos sabemos lo opresivo que puede ser un romanticismo desmedido, cuánta gente ha sufrido en relaciones que no podía dejar. Pero sí es cierto que igual que yo necesité volver a mi pueblo desde el recuerdo y el cariño, también necesité volver a un amor más fácil que el que yo estaba viviendo, y el amor que encontré fue el de mis padres".
La madre, como asegura Juanpe Sánchez López en un prólogo titulado Mesas vacías y corazones a punto de llenarse, es la "interlocutora fiel", una mujer con una intuición prodigiosa capaz de sentir delgada a su hija y de barruntar que no come en condiciones sólo con oír su voz. "El protagonismo que tiene mi madre en este libro se debe a una razón", explica Melchor. "Porque da mucha vergüenza realmente ponerte a escribir poesía, y más un libro como éste, que tiene partes simbólicas pero también es muy directo. La historia es que cuando pensaba en enfrentarme a un público me daba pavor, porque era como lanzar mi corazón a gente que no conocía. Tomar a mi madre como interlocutora, que fuera ella a quien le contara las cosas, me consolaba y me daba tranquilidad. En mi cabeza funcionó muy bien ese recurso para librarme de esa angustia. Y es verdad que mi madre ha sabido cosas que yo ni siquiera sabía, sólo por oír mi voz o mirarme a la cara. Ella ha advertido otras veces que algo no iba bien en mí cuando yo ni siquiera lo sospechaba".
El eco de autores como T. S. Eliot, Simone Weil o Roland Barthes desfila por las páginas de Amor y pan, como un condimento que refuerza el sabor del menú que dispone Melchor a sus lectores. "Yo he estudiado Literatura Comparada y he amado mi carrera, la he disfrutado. Y creo que esa formación me ha hecho crecer como poeta, me ha ayudado a ir más allá, me ha inspirado", sostiene la sevillana. "No concibo la poesía como algo meramente confesional, como el desahogo de un yo en soledad, sino que me gusta verla como un diálogo con gente que tengo cerca, también con los poetas que leo y que me influyen".
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