La ventana
Luis Carlos Peris
Cuidado con la broma en letra impresa
Málaga/Quizá quien mejor resumió todo lo que cabía decir sobre las utopías fue George Bernard Shaw: "Si has construido castillos en el aire no has perdido el tiempo, es allí donde deben estar. Ahora, coloca los cimientos debajo". Su frase admite toda la punta que se le quiera sacar por cuanto ese colocar los cimientos debajo se ha resuelto a menudo, casi siempre, a base de sangre y exterminio, de dolor y de trauma, con el desencanto como conclusión más extendida. Mientras el ruido mediático de las posverdades y las miserias de la sociedad líquida entorpecen notablemente la argumentación de una utopía en el siglo XXI capaz de revestir un final distinto de la masacre, cabe recordar que el camino que recorrieron los grandes proyectos utópicos del siglo pasado, desde el entusiasmo dispuesto a asaltar los cielos hasta la recogida de sueños rotos (tantas veces en forma de cadáveres), tuvo una traducción plástica formidable. Y justo esta versión es la que alienta la segunda colección permanente del Centro Pompidou Málaga, un proyecto expositivo que podrá verse en el museo del Cubo del Puerto hasta 2020, con unas setenta obras de artistas como Miró, Picasso, Kandinsky, Chagall, Malevich, Saura, Le Corbusier, Gargallo, Delauney y Rouan, entre muchos otros. La muestra, inaugurada con la presencia del presidente del Centro Pompidou de París, Serge Lasvignes; y del alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, además del director del museo malagueño, José María Luna, así como de la directora adjunta del Pompidou parisino (y comisaria de la colección), Brigitte Léal, reúne tal vez menos elementos de impacto que la colección con la que el Centro Pompidou abrió sus puertas en Málaga en 2015 y que, con un discurso dedicado al cuerpo humano, precedió a la que aquí nos ocupa; pero seguramente por su menores dosis de agresividad se trata al mismo tiempo de un escaparate más reflexivo, más pausado y meditativo, con más ideas servidas en bandeja al ánimo rumiante del espectador.
"La utopía vive en cada uno de nosotros, independientemente de nuestro origen social y cultural, como un ideal de felicidad eterna", apuntó ayer Léal a la hora de justificar el carácter universal del planteamiento urdido en la colección. Pero éste aborda, eso sí, tanto el anhelo como su posterior deflagración, "la decepción que deja la evidencia de que la consecución del ideal no alumbra la felicidad deseada". El chasco, de hecho, se deja asomar bien temprano en la narración: las obras más antiguas de la colección se remontan a los años 30, cuando la utopía soviética enardecía aún al mundo con promesas de renovación; pero las primeras sospechas de que la aventura estaba condenada a alcanzar un término muy distinto no son muy posteriores. Léal pone como ejemplo A Maiakovski (1976), pintura del Equipo Crónica que ya en el mismo comienzo de la exposición da buena cuenta "del final trágico de las utopías del siglo XX". Pero quizá, sin salir del orbe soviético, el emblema más representativo de esta cruel paradoja sea Malevich, antiguo y ferviente defensor de la revolución socialista que en el cuadro Sensación de peligro (El hombre que corre) (1930-1931) reproduce a un campesino soviético de piel negra que huye con una cruz de sangre entre las manos, dejados atrás dos pabellones de una simbólica prisión, como representación de los millones de mujiks que perdieron la vida porque así lo exigió la utopía. Especial relevancia adquieren en este contexto la llamada al comunismo cósmico del alemán Otto Freundlich en Mi cielo es rojo (1933), así como el empeño puesto en la perdurabilidad de la llama desde la RDA en Todo emana de la voluntad del pueblo (1976) de Jörg Immendorf.
En fondo y forma, Utopías Modernas. Un recorrido por las colecciones del Centre Pompidou constituye un festín de arte, cine y también arquitectura, disciplina de elevado interés dada la "concreción materialista de la utopía" que entrañó en no pocos ejemplos, tal y como apuntó Léal. La exposición se distribuye en seis apartados: La gran utopía, marcado por testimonios fervientes de la llamada a la revolución que cundió (surcada ya de nacionalismos y totalitarismos) tras la Primera Guerra Mundial como el espléndido festival abstracto de Ritmo, alegría de vivir (1930) de Robert Delaunay, El profeta (1933-1936) de Pablo Gargallo, el citado Mi cielo es rojo (1933) de Otto Freundlich y películas como Kino-glaz (1924) de Dziga Vertov y la revisión histórica de Chris Marker en Cuando el siglo tomó forma (Guerra y revolución) (1978). El segundo, El final de las ilusiones, conduce ya directamente a las postrimerías de la decepción a través de obras como la citada Sensación de peligro (1930-1931) de Malévich, Desarrollo en marrón (1933) de Kandinsky, La primavera (1956) de Picasso, la conmovedora La caída de Ícaro (1974-1977) de Chagall y la pieza de vídeo ¡País mío, tan joven, no sabes definir! (2001) de la artista cubana Tania Brugera. Juntos retoma el pulso utópico sazonado ahora de contrastes, como los que ofrece Antonio Saura en su (tan oportunamente brindada) Diada (1978-1979) y su multitud de cadavéricas presencias, así como la espectacular instalación de esculturas de Eva Aeppli Grupo 13. Homenaje a Amnistía Internacional (1968), una de las revelaciones más felices de esta colección; así como otro homenaje, el rendido al escritor Witold Gombrowicz por Boris Achour en su resonante escultura Cosmos (2001). El apartado La ciudad radiante atiende a la naturaleza urbana que predominó en los postulados utópicos del pasado siglo a través sólo de dos piezas, la maqueta de la Unidad habitacional (1957-1958) creada en Berlín por Le Corbusier y el vídeo Y Europa quedará atónita (2009) del israelí Yael Bartana. La arquitectura, eso sí, mantiene el protagonismo en Imaginar el futuro, con maquetas de proyectos de Jacques Rougerie (Ciudad submarina, 1971-1974), MVRDV (Pabellón de los Países Bajos para la Expo de Hannover 2000), Carlos Ferrater y Carlos Arroyo, entre otros. Pero lo mejor de la colección se reserva, como suele suceder, para el final con el apartado La edad de oro, que incluye obras de gran formato (en un órdago que permite una admiración de más calidad respecto al Centro Pompidou de París, según llegó a admitir ayer Lasvignes) como el mural de Miró Personajes y pájaros en la noche (1974), Bosquecillo en bajo continuo de François Rouan (1979-1980), Hace cien años de Peter Doig (2001), la performativa NY 6:00 AM (1995-2000) de Frank Scurti (quien de hecho ayer en la inauguración durmió en persona en su gran lata de sardinas) y el Rebaño de ovejas (1965-1979) con el que François-Xavier Lalanne recuerda, a la manera nietzscheana, que si los tiranos triunfan es porque siempre hay ovejas dispuestas a seguirlos.
'Personajes y pájaros en la noche' (1974) de J. Miró y 'Rebaño de ovejas' (1965-1979) de F. Lalanne.
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