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Una odisea bajo las bombas
Y pasaron 20 años y Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel y Miguel Ríos volvieron a subirse juntos a los escenarios para reconquistar a un público fiel e incansable que, después de todo este tiempo, sigue pidiendo que entonen aquellas melodías que les transportan a sus años de juventud y que hoy la historia ha querido que se conviertan en los himnos de toda una generación, esa que vio cómo España entraba en democracia.
Tras su concierto del viernes en Granada, el cuarteto se desplazó ayer al Estado de la Cartuja, en la misma orilla donde en 1996 tuvo lugar la gira original de El gusto es nuestro, sólo que, a diferencia de aquella cita, anoche el Auditorio Rocío Jurado estaba reservado para los madrileños Izal, así que los veteranos de la canción española cedieron ese escenario a las nuevas generaciones y se trasladaron algunos kilómetros más al norte. Pasaban ya las diez menos veinte cuando sonaron los primeros acordes de Hoy es un gran día, canción con la que daba comienzo esta fiesta en la que cada uno fue aportando algo de su propia cosecha, como Insurrección, El hombre del piano, Memorias de Carretera o Mediterráneo. Todo ello, por supuesto, intercalado con charlas con el público en las que aprovecharon para contar anécdotas graciosas, como Serrat -quien, por cierto, tenía algo ronca la voz, aunque eso no impidió que brillase durante todas sus interpretaciones- diciendo que Miguel Ríos abandonaba el escenario "para cambiarse de ropa interior", pero también para hacer denuncias sociales, como la que protagonizó Víctor Manuel justo antes de Cómo voy a olvidarme, canción que dedicó a los sucesivos gobiernos que no han "dado sepultura a las miles de personas que siguen en fosas comunes", un deshonroso récord en el que, recordó el cantautor, "sólo nos supera Camboya".
Cuenta la hemeroteca que la primera edición del tour fue todo un éxito multitudinario en el que las entradas se agotaban a los pocos días de ponerse en venta y los auditorios se abarrotaban de incondicionales fans que disfrutaban como nunca de ese nostálgico reencuentro. Pero ayer se demostró que quienes entendieron aquellos conciertos de hace dos décadas como una emotiva despedida de cuatro viejas glorias estaban totalmente equivocados, porque ahora, en 2016, este grupo de amigos que andan en torno a los 70 no parece tener intención alguna de entregarse a lo que sería una merecida jubilación. Y así lo dejó bien claro Miguel Ríos después de terminar su Bienvenidos, cuando pidió al auditorio que se levantase de las sillas, "porque cuando suena rock and roll el aire tiene que correr por las posaderas", a lo que añadió una clase magistral de cómo vitorear y silbar a los músicos, ya que "eso de los aplausos está muy bien para los cantautores, que entiendo que son mayoría aquí, pero no para los rockeros". También hubo hueco para que el público hiciese una kilométrica ola.
Durante las tres horas que duró el espectáculo hubo momentos emotivos, como el dueto de Ana Belén y su marido, quienes se volcaron con Contamíname y, como cabía esperar, Cantares, que Serrat, con ayuda del público, fue entonando "golpe a golpe, verso a verso". Resonó el Estadio con Asturias de Víctor Manuel y se emocionó con la balada Lía que la cantante madrileña, a quien la Academia de Cine reconoce el próximo año con el Goya de Honor, interpretó con toda ternura, tanta como la que puso en su versión personal del "besos, ternura" de Julio Iglesias, en la que el público, totalmente entregado y taconeando, agradeció con una gran ovación.
Como no podía ser de otra manera, estos cuatro artistas dedicaron un aplauso a cada uno de los doce músicos con los que compartieron tablas y también a los técnicos "fundamentales para poner todo esto en pie", en palabras del rockero granadino, que definió la velada de ayer como algo "galáctico". A excepción de la primera canción, hubo que esperar bastante para disfrutar de todos ellos juntos en el escenario, pues durante toda la noche fueron alternándose, pero fue a partir de Nada sabe tan dulce como su boca, que prefirieron acompañarse los unos a los otros casi toda la noche.
Y si algo hay que criticar del espectáculo que ofrecieron, y que se cerró con La puerta de Alcalá, no es por supuesto nada que tenga que ver con las vibrantes voces de estos cuatro amigos que siguen enamorando igual que lo hacían años atrás, sino las proyecciones animadas que les rodeaban, pues poca justicia hacían al magnífico espectáculo musical que ocurría en el escenario. Quizás una puesta en escena más austera e íntima hubiese sido más acertada para este conmovedor reencuentro.
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