Un paseíllo en la Maestranza y un atractivo 'Encierro'
EXPOSICIÓN DE SOROLLA EN SEVILLA
El pintor valenciano vivió en Sevilla una temporada, en contacto con la casa Miura, para imbuirse del mundo taurino
La pintura española, una de las más ricas e importantes del universo artístico, ha plasmado ininterrumpidamente la tauromaquia a lo largo de su historia. Las primeras obras significativas que se adentran en la Fiesta se sitúan a finales del XVIII. Entre ellas destaca una extraordinaria acuarela de Luis Paret, donde se representa una función taurina en la plaza Mayor de Madrid, en 1789, con motivo de la subida al trono de Carlos IV. En el citado siglo también destacan las obras taurinas de Ramón Bayeu y, especialmente, de Antonio Carnicero, con un álbum de 12 aguafuertes en los que se desarrolla una corrida.
En el siglo XIX, durante el romanticismo, que busca una visión pintoresca de la vida, los toros, fuente de emoción, belleza y hasta tragedia, se convierten en un referente constante en los pintores de esa época, entre ellos los sevillanos Joaquín Manuel Fernández Cruzado, José Domínguez Bécquer, padre del famosísimo poeta Gustavo Adolfo, su hermano Joaquín; Valeriano, hijo de José, Rodríguez de Guzmán y Antonio Cabral Bejarano. Otros grandes nombres son Eugenio Lucas Padilla, su hijo Eugenio Lucas Villamil, Federico Madrazo, Manuel Cabral Aguado -hijo de Cabral Bejarano- , Manuel García Hispaleto, Manuel Barrón, Isidro González García, Francisco Díaz o José Elbo.
De mayor consideración, son reseñables Dióscoro Teófilo de la Puebla y José Cadalso del Alisal. Y Manuel Castellano se distingue por su gran producción taurina, con una extensa colección de 350 dibujos, en los que entre 1850 y 1867 anotó al natural todo lo referente a la Fiesta de esta importante época. Mariano Fortuny es otro de los grandes otros artistas que se asoma al espectáculo, al igual que Joaquín Agrassot, Bernardo Ferrándiz, Enrique Mélida y los sevillanos José Jiménez Aranda y José Villegas. Salvador Martínez Cubells, Salvador Viniegra, Plácido Francés, Antonio Jaspe, Marcelino de Unceta y Ángel Lizcano y los ilustradores de La Lidia, Daniel Perea y J. Chaves.
A caballo con el siglo XX se asoma otra legión de grandes pintores, como Andrés Parladé, Pablo Uranga, Gonzalo Bilbao, Darío de Regoyos, Ramón Casas, Ignacio Pinazo, Ricardo Canals (Un palco en los toros), el archiconocido Julio Romero de Torres, Rafael Durancamps que captó con profusión el mundo de las capeas (Capea, Capea en las afueras de Segovia, Torero muerto, torero mal herido…). Ya nacidos en el siglo XX son numerosos los pintores con obras taurinas. Entre ellos, Óscar Domínguez, Antonio Clavé (Torero), Pedro Flores, Benjamín Palencia, Constantino Grandío, Juan Barjola, Sofía Morales, Lapayese del Río, Ricardo Macarrón, Antonio Casero, Cristino de Vera, Nicolás Martínez Ortiz, Romero Ressendi, Antonio Saura y su Sauromaquia, José Luis Galicia y sus bellas litografías y Luis Badosa y su serie táurica; así como aquellos que han plasmado los carteles de temporada de la Maestranza desde 1994: Luis Manuel Fernández, Joaquín Sáenz, Eduardo Arroyo, Félix de Cárdenas, Ricardo Cadenas, Juan Romero, Carmen Laffón, Paco Reina, Manuel Quejido y Miquel Barceló. Y es que la tauromaquia ha sido fuente de inspiración para innumerables pintores españoles, con Goya y Picasso a la cabeza.
EN EL COSO DEL BARATILLO
La espléndida exposición sobre Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-1923), con fondos de la biblioteca de la Hispanic Society, para quien trabajó el artista, que se ofrece en el museo Bellas Artes de Sevilla, es un reclamo exclusivo para acercarnos a uno de los maestros de la pintura española, que aunque no fuera un aficionado reconocido, no se resistió a la tentación de plasmar dos aspectos distintos del mundo taurino.
Dentro de la muestra que patrocina Bancaja nos encontramos con sus dos cuadros más conocidos con temática taurina: La Maestranza. Los toreros (abril-mayo 1915) y El encierro (noviembre-diciembre 1914).
El primero plasma un paseíllo en la plaza de Sevilla. Elisabeth du Gué Trapier indentificó en 1932 los rostros de los toreros con Belmonte, Mazzantini, Frascuelo y el francés Félix Robert. Tras bucear en la hemeroteca no hay constancia de que ese cartel se haya dado. No son toreros coetáneos. Juan Belmonte García (Sevilla, 1892-1962) se presentó en Sevilla en 1910 y es el único espada que aparece en carteles de esa época en la Maestranza. Sin embargo, Luis Mazzantini y Eguía (Elgoibar, 1856-1926), que toma la alternativa en Sevilla en 1882, se retira en Sevilla en 1905 y comienza su carrera política como concejal en Madrid; más tarde sería gobernador civil de Guadalajara y Ávila. Por su parte, Salvador Sánchez Povedano Frascuelo (Churriana, 1842-1898) es muy anterior y se había retirado en 1889. Y Pierre Cacenabe Félix Robert (Melilhan, Francia, 1862-1916), único espada que ha toreado con bigote, además del mexicano Ponciano Díaz, tomó la alternativa en 1899 en Madrid y apenas toreó. En 1900 se marchó a América y volvió doce años más tarde a Marsella, aunque ya no toreaba. En cualquier caso, Sorolla podría haber utilizado la licencia artística para reunir a esos personajes de distintas épocas en un hipotético paseíllo. Haciendo un gran esfuerzo se puede hablar de que uno de los toreros semitapados podría tener cierto parecido con un Belmonte jovencísimo. En la cuarta fila hay un torero con un trazo sobre el labio superior que se podría tomar con un incipiente bigotillo y asimilarlo a la imagen de Félix Robert. Otro puede tener cierto aire con Frascuelo. Pero ninguno se parece a Luis Mazzantini. Desconocemos en que datos se basó la especialista francesa para su hipótesis y dudamos mucho de que la misma sea fiable.
Los toreros saludan a la presidencia, ante la que se desmonteran. Nos encontramos que los trajes de torear son similares a los actuales y que la montera también es parecida. Ha disminuido en tamaño con respecto a la del siglo XIX. Eso sí, todavía se aprecia que llevaban barbuquejo, para poder moverse sin que la montera cayera. Las coletas de los toreros son naturales. Tras el cromatismo del público en el tendido, se aprecian damas con mantillas en las gradas. Para un aficionado medio, incluso para el profano que ha entrado alguna vez en el Templo del toreo, contemplar el cuadro es asomarse a una visión plástica maravillosa sobre la Maestranza.
EL TORO EN EL CAMPO
En cuanto a El encierro, Sorolla apenas tardó algo más de un mes en pintarlo y llama la atención las dimensiones (3,52 metros de alto por 7,62 de largo), por lo que requirió un gran esfuerzo físico. Lo trabajó en la finca sevillana de La Tabladilla. El pintor había tenido contacto con el ganado bravo en el campo en tierras salmantinas, cuando pasó una temporada en 1912 en casa de los Pérez Tabernero y, posteriormente, en tierras sevillanas pintó al natural toros tanto en Tabladilla como en Las Delicias, finca que se atribuye a la propiedad de la familia Miura. Eduardo Miura afirma: "No recuerdo el nombre de las diferentes fincas que mi abuelo tenía arrendadas en aquel entonces, pero que es factible de que Sorolla estuviera en el Cortijo del Cuarto, una finca inmensa que comenzaba donde hoy se encuentra el estadio del Betis y que llegaba hasta Bellavista, en terrenos donde ahora se alza el hospital de Valme. Tengo entendido que hubo cartas de Sorolla a mi abuelo, hablando de su estancia aquí. Lo que es seguro es que el cuadro, tanto por las chumberas como por resto del paisaje se corresponde a esa zona. Las chumberas las utilizaban en aquel entonces como valla separadora cuando no había suficiente alambre; al igual que empleaban gavias. La vía del tren que aparece en el cuadro es la de la estación de Los Merinales, pegada a Bellavista. Allí embarcaban todas las corridas de las distintas ganaderías de Sevilla, que eran muchas para enviarlas hacia el norte".
El interés de Sorolla por el mítico animal mediterráneo lo encontramos también en estudios que llegamos a ver en el museo del propio pintor, en Madrid, cuyos ejemplares guardan mucho parecido con los del Encierro, como también se desprende que el mayoral, el conocedor en Andalucía, tiene reflejos de sus apuntes de Garrochista.
Transportado en los cuadros de Sorolla, que hay colgados estos días en el museo de Bellas Artes, nos preguntamos ¿qué hubiera sido si el valenciano, en la época de la Edad de Oro del Toreo, se hubiera entregado como lo hizo el pintor de los toros por excelencia, Roberto Domingo, su paisano nacido en París, que en sus telas impresionistas dejó plasmada la lidia de aquella época, desde la salida del toro del toril hasta La estocada de la tarde, con obras tan maravillosas como Par de banderillas puestas por Joselito el Gallo, en 1914, la fecha en la que pintó Sorolla pintó El encierro?
Lástima que Sorolla en tauromaquia únicamente se fijara en algunos aspectos concretos de la Fiesta. Porque su visión total de la tauromaquia hubiera enriquecido la paleta taurina, en la que tantos y tantos genios de la pintura se han entregado. Una Fiesta luminosa, dulce, cálida, como la pintura de este artista valenciano que supo plasmar con la magia de sus pinceles la luz y la sedosa brisa mediterránea en un lienzo; algo así como envolver el arte en el sueño de una media verónica eterna.
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