La restauración de Notre Dame de París
"No te pasas la vida buscando dentro de ti para agradar a éste o al otro"
Dani de Morón. Guitarrista flamenco
Es una de las figuras más personales y talentosas de la actual generación dedicada al toque, y ahora acaba de publicar su segundo disco de estudio, 'El sonido de mi libertad'.
-Se dice de usted que es uno de esos guitarristas que con su música cuenta cosas, ¿qué ha querido contar en este disco?
-He intentado resumir un poco cómo me he sentido en estos dos últimos años. Digamos que es un pequeño resumen de sentimientos de los que no se puede hablar, yo al menos no. Ésta es mi arma de comunicación, y digo arma porque es muy fuerte el carácter de la guitarra. Cada uno de los temas son homenajes a personas o a una tierra, un poco en clave. Y con el título no me refiero a lo que aparece en la portada; no es que me vaya yo a la playa a tocar, ahí con el viento, sino que así es como me siento cuando estoy tocando entre mis cuatro paredes. Es como una esclavitud a la que dedico mi vida, pero para ser más libre.
-Habla de esclavitud: es increíble la complejidad que existe siempre en el vínculo entre un músico y su instrumento...
-Es parecido a muchos deportes de fondo. Porque en realidad encuentra uno cierto placer en ese sufrimiento. Por compararlo un poco con el ciclismo, que siempre me ha gustado: si un ciclista está en la élite no puede disfrutar sólo cuando gana una carrera, para dedicar su vida a eso tiene que encontrar un poco de placer en el propio camino. Si no, es imposible. Y te pides más, te pides más, te pides más... Pero al menos yo no lo hago para demostrar nada, sino porque hay que echarle muchas horas a la guitarra para poder sacarle lo que uno tiene en la cabeza, para hacerla tuya. En esa pelea con el instrumento, muy obsesionante, sí me consta que muchos compañeros se quedan en el camino de hacer grandes proyectos.
-¿Qué necesita para dar un tema por terminado?
-Encontrar el estado de ánimo que buscaba. En ese momento lo doy por bueno, porque si no empieza uno a dar vueltas... y el disco de tu vida es imposible, no lo vas a hacer nunca, porque en la vida hay muchas vidas. Y por eso se hacen varios discos, no uno sólo. Con éste me he quedado contento. Tiene la sonoridad que yo me imaginaba en la cabeza, esa misma sensación... Cuando terminé de grabar el disco y lo mastericé, lo abandoné y ya no no lo volví a escuchar hasta que salió. Me lo puse en el Spotify y me dije: "Esto es lo que quería hacer". No lo digo porque esté enamorado de mí, ni mucho menos, al contrario. Pero al menos en este momento son las sensaciones que quería grabar.
-A veces algunos le han reprochado que no hiciera picados, y en este disco los hay, y vertiginosos. ¿Por qué ahora sí?
-Porque la música lo ha pedido. La técnica no está para demostrar que uno sabe tocar esto o lo otro. Si un guitarrista graba un disco y no hay un trémolo no va a ser porque no sepa tremolar; si no hay un picado en un concierto mío, pues será porque no lo ha pedido la música, el estado de ánimo, la situación. Por otro lado, hay quienes pican muy rápido y sin embargo se les escapa la técnica más importante de la guitarra flamenca, que es el rasgueo, y digo la más importante porque es la que le da carácter a nuestro instrumento. Valorar de esa forma a un guitarrista es valorarlo de manera muy mediocre. Hablar de una técnica en concreto, utilizar los conceptos "rápido" o "lento", eso es no saber de qué se está hablando. Nada de eso cuenta en la música. Son cosas más de cara a la galería que a cierto público le llaman más la atención, pero yo no me he visto nunca condicionado por esas historias.
-El tema que cierra el disco, Doble nueve, es una rumba, digamos, curiosa: tocada todo en tonos menores, lo que hace que no parezca exactamente una rumba, desde luego no una canónica. ¿Por qué le gustan o qué busca en esas vueltas de tuerca?
-En este caso en concreto quería aportar un poco de misterio, que la rumba no fuera un respirito en el disco, la típica rumba comercial, y sobre todo que no fuera bailable. He jugado mucho con los tiempos débiles para darle intriga al disco, rítmicamente hablando. No sé a qué vendría que yo hiciera ahora una rumba parecida a Entre dos aguas, por ejemplo. ¿Para qué? No me lo pide el cuerpo. Eso ya se ha hecho, y muy bien. No sólo Paco [de Lucía], muchos guitarristas.
-Su anterior disco lo tituló Cambio de sentido, lo cual era curioso, dado que era el primero. Éste, El sonido de mi libertad. De alguna manera está constantemente reafirmando su libertad, su autonomía, su criterio... ¿Hay demasiados portadores de la verdad en el mundo del flamenco?
-Claro. Influye mucho la tierra donde he nacido. Me volví muy rebelde cuando empecé a interesarme por otras cosas, aparte de ese toque tan bonito y tan especial que hay en mi pueblo. Aunque en realidad no lo hago de forma reivindicativa. No se trata de lanzar ningún dardo a ningún círculo en concreto, ni al sector tal ni a los más puristas ni nada de eso... Yo no hago música por eso. Yo hago las cosas que hago porque así es como las siento. Pero sí, no sé por qué, pero siempre ha habido en mí una inclinación a querer romper cosas o descomponerlas, aunque sea para volver luego a componerlas. Incluso en mi propia vida.
-¿Le ha costado muchos disgustos esa actitud?
-Y me los sigue costando. La personalidad es el enemigo número uno de la mediocridad. Sería preocupante que una persona que tiene ideas y las expone de manera honesta gustara a todo el mundo. Te tiras toda la vida buscando dentro de ti, rebuscando... ¿sólo para agradar a éste o al otro, para que alguien te diga "Está bien" [con tono de desganada condescendencia]? Mira, no. Todo lo que uno hace es consecuencia de cómo es.
-¿Es más fácil o más difícil ser guitarrista flamenco perteneciendo a una generación posterior a la de Paco de Lucía?
-Siempre ha sido difícil. Pero yo creo que Paco ha sido positivo en todo. Nos ha dejado 20.000 caminos por andar, y a la vista está que cada guitarrista es un mundo ahora mismo. Eso es bueno y se lo debemos a él. Luego está el golpe, claro. Para quienes lo tratamos es muy difícil de aceptar. Pero el mundo no se acaba y ese es precisamente uno de los mensajes que nos daba él continuamente.
-Fue su segunda guitarra con poco más de 20 años. Visto hoy, con un nombre en el flamenco, más maduro, ¿qué es lo más importante que aprendió de todo aquello y de su compañía?
-La constancia y la ilusión. Es muy fuerte que, siendo el número uno de todos los tiempos, siguiera trabajando así, creyendo que no sabía todavía lo suficiente. Y muchas cosas en el plano personal: no su cara más conocida, pero ¡qué sentido del humor tenía! Como aficionado, que al fin y al cabo es lo que soy, lo mejor que me pudo pasar en la vida fue coincidir con él.
-¿Es verdad que le dijo, como en su momento hizo Sabicas con él, que tenía que hacer su propia música?
-Creo que me llamó por eso. Le gustaba rodearse de gente con personalidad. Y ese el mayor elogio que él me hizo, incluso sin llegar a decírmelo.
-Siempre le preguntan por él, yo mismo acabo de hacerlo, pero creo que también tenía una relación muy especial con Moraíto...
-Sí, sí [risas]. Desde el principio. Yo iba a verlo de pequeño a todos lados. Me hizo un pedazo de regalo: una de las tres cejillas que le dejó su padre cuando murió. Algo tan íntimo... Cuando se lo dije a su hijo, mi querido amigo y compañero Diego, hasta se extrañó. Y me dijo, Moraíto, que... [se interrumpe de repente]... Es difícil recordar estas cosas. Lo llevo muy dentro del corazón. En fin, me dijo: "Llévala siempre en el bolsillo, aunque no la pongas, porque te va a dar suerte toda la vida y te vas a hacer figura con esto". Yo era un niño entonces. Y no creo en los amuletos, pero la cejilla la llevo siempre en el bolsillo, por supuesto. Y a veces la uso cuando me encuentro bien de ánimo. Son gente que no te duele porque se hayan ido ayer ni antes de ayer, sino que te va a doler toda la vida. Yo me imaginaba siendo viejo y estando él todavía, por eso fue doblemente duro [falleció en 2011].
-Rafael Riqueni dijo hace poco que, de los jóvenes guitarristas, usted es el que más le interesa. Se suma a muchas otras voces que lo señalan como referente del toque actual. ¿Pesan estas expectativas?
-No pesan, todo lo contrario. Pero si hace 15 años me cuentan esto no me lo habría creído. Es vivir un sueño, por tópico que suene.
-Tuvo claro muy pronto que quería dedicarse a esto...
-Con 14 años quise dejar los estudios para tocar. Por lo menos para intentarlo. Los deportes me gustaban pero nunca fui el mejor del patio del colegio, y tampoco lo fui en la guitarra. Iba a los concursos con 16, 17 años y nadie decía "uf, está éste aquí, se lo lleva de calle", nunca me ha pasado eso. Gané algunos, pero no fui el mejor del patio del colegio. Eso lo decía Zidane, yo creo que para vender un poco la moto. Pero yo lo digo de verdad. Así que mi padre me propuso un trato: "Sácate el Bachillerato, que nunca se sabe por dónde te va a llevar la vida, y te ayudo con lo que quieras". Yo entonces no pensaba que llegaría a tocar más allá de Los Palacios. Y el caso es que ahora no estaría nada mal tocar y poder dormir siempre en mi casa [risas].
-A usted le encanta el jazz y de hecho anda empeñado en trabajar con el contrabajista Avishai Cohen, que actúa precisamente ahora en el Lope de Vega... ¿Qué piensa de esas quejas permanentes de algunos aficionados que consideran que en esa clase de diálogos la voz más débil o maleable acaba siendo siempre la del flamenco?
-Yo no lo veo así. Lo que ocurre es que esos encuentros se quedan prácticamente siempre, por falta de tiempo, de presupuesto o lo que sea, en algo superficial, pero ese es otro tema. Pero creo que entre dos músicos abiertos de mente se podría equilibrar la balanza, encontrar un repertorio adecuado para los dos, no en plan, como suele hacerse, "yo meto cuatro temas y tú otros cuatro, y yo en los tuyos lo paso mal y tú en los míos exactamente igual". Así no se llega a ningún lado. Un mal de esta época es que muchos productores se inventan cosas y se empeñan en juntar a dos músicos que no tienen nada que ver. Estas cosas se tienen que dar de manera natural, entre dos músicos que se entiendan.
-¿Qué es lo que tiene tanto interés en hacer con Avisahi Cohen?
-Tocar con él en directo y luego hacer el disco, es decir, al revés de como suele hacerse. Aunque en el jazz es más común rodar primero un repertorio y luego ya meterse a grabar. Es uno de mis ídolos, conozco bien su música, la he estudiado y estoy enganchado a sus discos. Tengo una corazonada. Creo que ahí habría algo que contar.
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