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"Nos pasamos la existencia ansiando lo que no tenemos"

Alberto Torres Blandina. Escritor

El autor publica 'Mapa desplegable del laberinto' (Siruela), un inusual acercamiento a las relaciones de pareja a través de un trío de personajes heridos y desconcertados.

Torres Blandina (Valencia, 1976), reciente ganador del Premio Europa a la Mejor Novela publicada en Francia.
Pilar Vera

24 de agosto 2011 - 10:03

-El tema de las violaciones, de las vejaciones, es uno de los pivotes de Mapa desplegable del laberinto. ¿Cómo surgió esto?

-[Risas] Empezamos bien...

-El resto de preguntas son menos morbosas...

-Bueno, es un tema que siempre me ha obsesionado bastante. Soy un hombre y no sé cómo puede sentirse una mujer exactamente con esto. Hubo una época en que vivía en un barrio algo chungo, y cuando mi pareja volvía por la noche siempre me preguntaba: "¿Y si le pasara algo? ¿Cómo me sentiría yo, para colmo?". Sentía que podía abordarlo desde el punto de vista masculino. Por supuesto, en este asunto, el hombre no es el que más sufre, pero sí ha sido el más olvidado en la literatura. Me producía muchos interrogantes el tema de la masculinidad, el hecho de que un hombre utilice la sexualidad como arma y no se pueda controlar.

-En los agradecimientos menciona a aquellos que han compartido sus historias. Los autores suelen tener complejo de ladrones.

-Las historias siempre vienen de algún sitio: es muy raro que una historia no venga de una chispa, de otra historia, de una película, de una conversación... Esto siempre es así, pero se esconde. Algunas anécdotas que aparecen en el libro son anécdotas reales de amigos míos -precisamente, las que pueden parecer más extrañas- o las reflexiones que aparecen las he tenido yo, pero tomando un café. En las citas también hablo de qué libros o canciones me han llevado a cosas de la novela.

-Uno de los personajes de la novela, que vive alienado, tiene la sensación de que uno va dejando detrás otras vidas a cada paso. Ésta es una sensación muy moderna: es difícil imaginar a un hombre medieval, con su concepto de destino, pensando en otras vidas posibles.

-Sí, frente al concepto de laberinto medieval, que sólo tenía un camino, está el actual, que necesita un mapa. Y ése es el laberinto que me interesa, el que presenta miles de caminos. Lo que le pasa a a Jaime [el protagonista de la novela] es eso: tiene un poco de complejo de Fausto, que es un complejo muy moderno. Y nos pasa a todos: todos queremos vivir mil vida, el soltero quiere estar casado y al revés... Nos pasamos la existencia queriendo lo otro, ansiando lo que no tenemos.

-Algo similar al tema del destino ocurre con las relaciones: la vida es más larga, el círculo de relaciones más extenso, la sensación de autonomía es mayor.

-Sí, hay una crítica de la novela en Francia que dice que la historia es una actualización del mundo de la pareja y el sexo entre los jóvenes. La forma de enfocar las relaciones no es clásica, la vida es más larga y estamos más acostumbrados al cambio: estar mucho tiempo con la misma cosa nos quema, todo nos aburre. Siempre buscamos nuevas sensaciones, por eso las parejas duran menos.

-¿Somos una generación de peter panes?

-Somos muy remember [recordar, en inglés], sólo hay que ver la publicidad. Cuando era joven, mi padre escuchaba música y luego, de repente, dejó de escucharla. Ahora seguimos yendo a conciertos y somos los mayores consumidores de música: no evolucionamos hacia lo que se tenía entendido que teníamos que ser... Antes había una edad-frontera en las que tenías que dejar de hacer o seguir ciertas cosas, ahora parece que hemos descubierto que la vida no se acaba hasta que te mueres, y que mientras tanto puedes cambiar de opinión mil veces y que lo malo, precisamente, es no cambiar nunca de opinión. No creo que la madurez sea una cosa real. O, más que la madurez, el mundo adulto.

-La pregunta nunca es por qué, dice. La pregunta correcta siempre es para qué. ¿Para qué escribir?

-En mi caso, porque no puedo dejar de hacerlo. Justo el año antes de ganar mi primer premio, estaba deprimido porque tenía ya cinco novelas en el cajón y me decía: ¿para qué insisto?, no voy a llegar a ningún sitio. Pero me daba cuenta de que no acababa una y ya tenía ideas para la siguiente, e iba a tener novelas acumulándose, hasta la eternidad, pasara lo que pasase, que era como uno más de los fluidos que pueden salir de mí. Y soy consciente de lo raro que ha sonado eso.

-"Eso que todos llaman amor", dice uno de los personajes, "no es más que egoísmo disfrazado". ¿Cómo hemos llegado hasta aquí desde el amor cortés, desde que a alguien le dio por sublimar?

-Por el tema de la concepción judeocristiana de las cosas. Es cierto que estamos obsesionados con que la otra persona se convierta en nuestra, queremos la posesión absoluta del tiempo del otro y del sexo del otro, parece que no hay nada que pueda molestar más en las relaciones de pareja que la infidelidad, pero da igual que se vaya ocho semanas o que piense en otro. Esto es una hipocresía absoluta. Si quieres a alguien, quieres que seas feliz. El personaje de Alberto no podía ser feliz si no tenía esa especie de caza femenina, y su pareja decía: "Si es lo que le hace feliz, ¿cómo se voy a quitar? Es una tontería". No deberíamos ponernos limitaciones. Yo, desde luego, lo vivo así con mis parejas. No pongo limitaciones.

-Ha ganado recientemente el Premio Europa a la Mejor Novela Extranjera publicada en Francia por Cosas que nunca ocurrirían en Tokio .

-Esa es la novela que más alegrías me ha dado, se ha traducido a muchos idiomas y ha tenido buenas críticas en distintos países. Además, está preseleccionada para otro premio también en Francia. Creo que es mi novela más optimista, más vital, llena de alegría de vivir. Podríamos decir que es lo contrario a este Mapa depslegable del laberinto: ambas historias son dos caras de la misma moneda, las dos partes de la misma visión de las cosas.

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