Grande, libre
La luz en la batalla | Crítica
Revisada al hilo del centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, la biografía que Eva Acosta dedicó a la autora gallega aúna el rigor, la buena escritura y la clara intención reivindicativa
La ficha
Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla. Eva Acosta. Ediciones del Viento. La Coruña, 2021. 592 páginas. 24 euros
Cuando la autora de esta biografía empezó a adentrarse en la vida de Emilia Pardo Bazán, según cuenta ella misma en la nota a la reedición de su libro, originalmente publicado en 2007, sólo estaba disponible la "dignísima" aportación de Carmen Bravo-Villasante (1962, 1973). La escritora gallega era "un vetusto adorno colocado en la polvorienta repisa de los Autores realistas, alabados pero poco leídos", y los prejuicios sobre su figura y obra se mantenían incluso en los departamentos universitarios, donde doña Emilia "seguía sin estar bien vista". Poco antes del trabajo de Eva Acosta había aparecido el "monumental" de Isabel Faus en 2003, que junto con el suyo, ahora revisado y actualizado, o el todavía reciente de Isabel Burdiel (2019) han contribuido, entre otras muchas aproximaciones parciales, a hacer justicia a una autora que sin haber abandonado el canon ha sido objeto durante demasiado tiempo de visiones reductoras, condescendientes o maliciosas. Escrita en un estilo muy cuidado, con rigor y buen gusto, la biografía de Acosta asume un enfoque introspectivo, enfrenta los tópicos con palabras de la propia escritora y recupera por ello a la mujer real, no siempre o no del todo reconocible bajo el personaje un tanto acartonado de las historias de la literatura.
El título, La luz en la batalla, que traduce la divisa latina de Pardo Bazán, recoge con acierto el sentido beligerante de su militancia, pues no de otro modo cabe llamar al modo en que la autora pugnó por hacer valer su talento, del que era muy consciente, ante una sociedad literaria masculina que reaccionó con recelo, desconcierto o abierta hostilidad. De formación necesariamente autodidacta, la futura condesa manifestó desde muy pronto su pasión por el conocimiento. A su voluntad férrea, se sumaban el vitalismo, la vocación genuina y una curiosidad permanente, que trascendía las fronteras españolas. El temperamento impetuoso, nada acomodaticio, no le ayudó a ganarse complicidades entre sus homólogos varones. Leyendo la biografía de Acosta, se hace evidente que su obstinada demanda de participación en la vida literaria y pública, pues tampoco escondió sus opiniones políticas, ponía nerviosos incluso a sus amigos y admiradores, algunos de los cuales dejaron de serlo cuando su proyección se les hizo literalmente insoportable. De las poetisas o las literatas se esperaban obras femeninas, es decir menores, amables, sentimentales, edificantes. Doña Emilia, en cambio, no sólo se comportaba con escandalosa autonomía, sino que escribía como los hombres, de ahí la torpe y recurrente acusación de marimachismo, y además juzgaba de todo y reclamaba con insistencia la elevada posición que merecía. Galdós, con quien gozó de una intimidad que fue mucho más allá de lo sexual, la tuvo siempre en altísima estima. No puede decirse lo mismo de Clarín, Palacio Valdés, Valera, Pereda o Menéndez Pelayo.
Después de la separación de hecho de su marido, José Quiroga, con el que conservó relaciones amistosas, Pardo Bazán llevó la vida que quería llevar, viajando a su albedrío y volcada de lleno en la literatura. La plena independencia era también económica, porque al margen de su estatus la escritora aspiró a vivir de su trabajo, sin atender a los prejuicios de clase. Cuando dispuso de la herencia paterna, la invirtió en proyectos como la edición de la revista Nuevo Teatro Crítico y la Biblioteca de la Mujer, orientados a la causa feminista. Siempre atenta a la actualidad internacional, introdujo en España la escuela naturalista –aunque rechazara su determinismo– y la gran literatura rusa de su siglo. Fue famosamente rechazada por la Real Academia, pero obtuvo una cátedra de Lenguas Neolatinas, la presidencia de la sección literaria del Ateneo y otras dignidades compensatorias. Gracias a las bien escogidas citas que Acosta introduce en su relato, podemos apreciar la voz de la corresponsal, castiza, coloquial y bienhumorada. Dos recreaciones literarias, al comienzo y al final de la biografía, se refieren a episodios con una clara significación póstuma: la quema de los papeles personales de la escritora por la mujer de Franco, en su primera visita al Pazo de Meirás, todavía durante la guerra, y la extinción del linaje –el hijo y el nieto de doña Emilia fueron asesinados por los milicianos en agosto del 36– cuando las dos viudas supervivientes mueren sin descendencia.
El de Pardo Bazán es un perfil rico, complejo y contradictorio, como el de la mayoría de las pioneras, que no encajaba en los estereotipos de su época ni puede trasladarse sin más a los actuales. Aunque hija de liberales, abrazó un tiempo el tradicionalismo carlista y se mantuvo apegada a la fe católica y a la monarquía. Perteneciendo a la nobleza, fue la primera en reflejar con fidelidad el mundo obrero. Gran retratista de su tierra, no condescendió al regionalismo. Se definía como "radical feminista", abogó por una educación igualitaria y denunció la violencia contra las mujeres, pero a la hora de defender la causa de la emancipación tampoco dejó de ir por libre. Por una u otra razón, resultaba incómoda y fue combatida o ridiculizada por buena parte de sus contemporáneos. Su rechazo de las fáciles etiquetas, su profesión de independencia, su decidido combate contra la sumisión, son también parte de su legado.
Un progreso moral
Usando de la célebre expresión con la que Pardo Bazán presentó la nueva estética naturalista, el feminismo es la cuestión palpitante de nuestro tiempo. "No importa que haya salido fallida la profecía de Victor Hugo, cuando anunciaba que el siglo XIX emanciparía a la mujer, como el XVIII emancipó al hombre. Mero cálculo de tiempo", escribe doña Emilia en el prólogo a La esclavitud de las mujeres (1869) de John Stuart Mill, que tradujo ella misma para la citada Biblioteca, un "libro extraño, radical, fresco y ardoroso, que en nombre del individualismo reclama la igualdad de los sexos y que con el más exacto raciocinio y la más apretada dialéctica pulveriza los argumentos y objeciones que pudiesen oponerse a la tesis". Inspirado por quien fuera su segunda mujer, la pensadora Harriet Taylor, cuya comunión intelectual con el marido evoca la prologuista en términos emocionados, el formidable alegato del filósofo liberal se sitúa en una corriente que desde el Ochocientos dio sustento teórico a los defensores de la igualdad, también pero no únicamente –en la misma colección aparecería La mujer y el socialismo (1879) de August Bebel– desde la órbita socialista. Como demuestran la propia condesa, "conservadora libertaria" en palabras de Burdiel, o autoras como Carmen de Burgos y Clara Campoamor, la tradición del feminismo es más diversa de lo que sostienen quienes insisten en reducirla a una sola familia política. Por su propia naturaleza el movimiento, hoy corriente imparable, interpela a toda la sociedad sin distinción de sexos, creencias o ideologías.
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