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La lectura como trago largo

'Papiroflexia' | Crítica

Guillermo Busutil devuelve los libros al cauce humanista que les corresponde, lejos de la lógica cultural del consumo rápido, en ‘Papiroflexia’, una suculenta colección de aforismos

El escritor y periodista Guillermo Busutil (Granada, 1961). / Efe
Pablo Bujalance

17 de julio 2022 - 07:02

La Ficha

Papiroflexia. Guillermo Busutil. Prólogo de Nuria Barrios. Fórcola Ediciones. 100 páginas. 17,50 euros.

Rememoraba en una entrevista el cineasta Theo Angelopoulos un encuentro particular con el poeta Tonino Guerra, quien participó en la escritura de buena parte de sus guiones. En aquella ocasión se citaron para tomar un café y empezar a abordar así, en conversación distendida, un nuevo proyecto. Cada uno pidió y tomó el café a su manera: Guerra lo hizo a la italiana, de un sorbo, mientras que Angelopoulos se acogió a la calma griega y saboreó su taza durante casi una hora. Reparó el director de La mirada de Ulises en tal disonancia y encontró en la misma una calidad simbólica para el cine contemporáneo: la gente ve hoy películas como tú tomas el café, de un sorbo, casi sin sentir, le espetó a Guerra; pero el cine que yo quiero hacer se parece más a la manera griega, lenta, tan lenta que haga olvidar el paso del tiempo. Definía así Angelopoulos, de paso, la tensión a la que se veía sometida el cine entre la expresión artística y las leyes de mercado, una tensión que ya no es tal en la medida en que ha quedado claro quién se llevó el gato el agua (los reproches de Martin Scorsese contra las películas de superhéroes resuenan hoy como ecos de una nostalgia ya baldía). La distinción que hacía Angelopoulos, eso sí, podría aplicarse a cualquier disciplina creativa. La versión más ferviente de la realpolitik encontró en lo que llamaron cultura un instrumento idóneo para el control ideológico parapetado tras el sacramento liberal de la oferta y la demanda, una fórmula perfecta a la que no había más remedio que atenerse. Las consecuencias, previsibles, hablan por sí solas, con el cine al borde de la extinción a cuenta del señuelo de las plataformas, el sector de las artes escénicas desmantelado, el negocio de las artes plásticas abocado ya en exclusiva a soluciones especulativas y, en fin, todo lo que el paisaje nos va relatando. Hay, parece, una excepción: el ámbito editorial que se veía amenazado por los formatos electrónicos de lectura no sólo ha logrado mantener los mismos en porcentajes minoritarios frente al papel tradicional, sino que se ha sobrepuesto a crisis y pandemias con una entereza mayor de lo esperado. Cuando tocaban confinamientos y ahorros forzados, la gente, mucha gente, al menos la necesaria para mantener el barco a flote, siguió comprando libros. Ahí tenemos el entusiasmo con el que se han recuperado este año las ferias canceladas, la pujanza de suplementos y revistas culturales, los numerosos púlpitos puestos a disposición de críticos y divulgadores y un volumen de publicación de títulos inasumible y consolidado como burbuja perdurable. Tan frágil era el mundo de los libros que nada ha podido con él. Cabría preguntarse, sin embargo, si la promoción de la lectura no ha venido a echar más leña al fuego de la cultura de combustión rápida: quienes acusan una obsesión compulsiva por comprar libros y amontonan montañas de lecturas pendientes en la mesita de noche se presentan en redes sociales y foros urbanos como modelos deseables, ya que encajan con esa cultura acrítica, pero muy competitiva, servida por acumulación.

La lectura es aquí resistencia frente al catálogo de experiencias culturales de usar y tirar

Por todo esto resulta oportuna y digna de consideración la reivindicación que el escritor y periodista Guillermo Busutil (Granada, 1961) hace en su último libro, Papiroflexia (Fórcola), de la lectura como trago largo, como resistencia al catálogo hegemónico de experiencias culturales de usar y tirar. El autor encuentra en el aforismo el medio ideal para reflexionar sobre los libros y la lectura con una resonancia a largo plazo. Tal y como apunta en el prólogo Nuria Barrios, Papiroflexia es “un libro pequeño y, al mismo tiempo, infinito”. Si para Saul Bellow el escritor es una vaca a la que le corresponde rumiar antes que cualquier otra tarea, Busutil eleva al lector al mismo rango. Se dan cita en estos mínimos envites experiencias propias, escritores amigos, librerías cómplices y, sobre todo, una aproximación a la lectura como manifestación de lo humano entendida como caleidoscopio, como proyección múltiple y a menudo paradójica, por lo que los detalles son aquí esenciales. “La mercantilización del libro produce monstruos”, escribe Guillermo Busutil para advertir que el suyo es, ante todo, un empeño político, esto es, de transformación. Frente a la grandilocuencia, el tono grueso y las mayúsculas con las que se aborda por lo general la cuestión de la lectura, en la mayor correspondencia con la impostura, Busutil reúne estas pajaritas de papel capaces de decir lo urgente desde la mayor discreción. Afirmaba otro gran periodista cultural, Geoff Dyer, que los de su oficio deben estar dispuestos a escribir sobre lo que más les gusta como si no tuviera ninguna importancia. En esa humildad a ras de tierra, a mano de lo inadvertido, de lo que menos cuenta, Guillermo Busutil encuentra la plataforma idónea para devolver la lectura al cauce humanista que le corresponde: “No permitas que las palabras sean víctimas de lo inmediato”. Quienes gustan de acumular lecturas en listados frenéticos e hinchados para justificar su ingreso en las nuevas élites encontrarán aquí una alternativa serena y sencilla: el placer que nos aportan los libros nunca es una medalla que se cuelga, sino un modo de defender lo que se es. La soledad en la que se está, como quería María Zambrano.

Recomendaba Fray Luis de León, de la mano de Horacio, que los libros fueran como los amigos: pocos y buenos. Cada aforismo de Guillermo Busutil deja en el lector un poso que perdura en el paladar mucho más allá de la lectura misma. Por eso puede leerse Papiroflexia también como un breviario que, abierto al azar, aporta la sustancia precisa. No necesitó Don Quijote demasiados libros para ganar la demencia que nos pertenece: bastaron los buenos. “Me gustan las palabras que en la vida no están de paso. Me gustan las palabras de un día cualquiera”: también al lector le corresponde abrir los ojos para advertir lo maravilloso en lo que menos importa. Nada hay nada más contrario al consumo abúlico que el asombro. Busutil lo sabe y lo escribe para fortuna de todos.

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