"Un país sin cultura no va adelante para nada, en ningún sentido"
Carmen Calvo. Premio Nacional de Artes Plásticas 2013
La valenciana expone su nueva serie 'Colecciones de fisonomías' en la galería Rafael Ortiz de Sevilla.
La reciente concesión del Premio Nacional de Artes Plásticas no ha cambiado las rutinas de Carmen Calvo (Valencia, 1950). Apasionada de los rastros y mercadillos, la creadora aprovecha un receso en el montaje de su última exposición para curiosear entre los cachivaches del Jueves de la calle Feria o comprar un bibelot de calaveras en una tienda oriental. Regresa al sur de la mano de Rafael Ortiz, la sala sevillana con la que lleva "25 ó 30 años de amor fiel. Hay galeristas y galeros y Ortiz es un galerista porque tiene alma", afirma.
En sus nuevos trabajos, englobados bajo el título Colecciones de fisonomías, Calvo indaga en las relaciones entre el arte y la fotografía, "que han ocupado buena parte de los últimos 175 años", sin dejar de ser fiel a su imaginario. "Yo nunca he dejado de trabajar con el retrato. Desde los años 90 las fotografías desempeñan un papel importante en mi obra y en estas piezas las manipulo para crear una nueva realidad. La mayoría son imágenes anónimas de archivos familiares de los años 40 y 50 que rebusco en muchos sitios. Me interesaba reflexionar sobre la importancia del encargo en la creación, y también sobre la identidad social y los actos, como bodas y bautizos, en que estos protagonistas se dejaron retratar".
Posados de familia que nos devuelven a los años más duros de la posguerra, con personajes a veces tapados, a veces borrosos, se enfrentan a otras imágenes como la fotografía digital de grandes dimensiones que clausura la cita y donde ironiza sobre el amor -"yo, que nunca me he casado"- poniendo una venda sobre los ojos de la pareja que corona la tarta nupcial.
El feminismo y el humor siempre han estado presentes en la obra de Carmen Calvo, desde sus inicios como estudiante de publicidad y en la facultad de Bellas Artes - "carrera que no terminé, pese a lo cual soy miembro de la Real Academia de Bellas Artes", dice sonriendo-. En esos años 70, cuando protagonizó sus primeras muestras individuales en la capital del Turia y la galería Buades madrileña, su lenguaje absorbía las influencias del pop art a través de la versión valenciana que elaboró Equipo Crónica.
A esos inicios remite también su interés por el barro. Calvo, que tanta importancia concede a los oficios que uno va desempeñando a lo largo de la vida, trabajó en una fábrica de cerámica y de ese material son muchas de las máscaras, muñecas y golondrinas que inserta sobre las fotografías y dibujos que componen estos nuevos collages o ready-made. Objetos intervenidos a los que dota de nueva identidad, pero cuya procedencia y origen nunca dejan de ser reconocibles. "Este rostro enmascarado por un tapete de croché es literalmente mi madre, porque tricotó esta labor que he guardado durante años. Yo no sé hacer croché, un material que están empleando ahora muchas mujeres artistas", reflexiona, antes de subrayar que una de las alegrías de su Premio Nacional ha sido "el abrir las ventanas al mundo de la mujer, una reivindicación que todavía es necesaria porque ni cobramos igual ni estamos representadas como ellos en los consejos de administración de las empresas".
El catedrático de arte contemporáneo Valeriano Bozal, gran experto en la obra de Calvo, califica sus trabajos de "exvotos de un pasado que se devuelve a la memoria en un orden que destaca todo lo que fue valioso". Sobre variados soportes, como pizarras, libros o partituras, estos exvotos laicos acumulan objetos gastados por el tiempo que nos cuentan, dice ella, "historias de sexo, religión, vida y muerte".
Entre los elementos cotidianos que rescata del olvido hay muñecas, máscaras, cuerdas, tijeras, ojos de cristal, libros, botones... "Mi obra se basa en la memoria pero es un ejercicio de futuro", recalca. Amiga de poetas como Carlos Marzal o Francisco Brines, la mujer que representó a España en el Pabellón de la Bienal de Venecia de 1997 junto al barcelonés Joan Brossa nunca descuida la veta lírica de su obra, que contiene muchas referencias al cine, la literatura, la escultura y la pintura. "Aquí hay varios guiños a la obra de Arcimboldo, por ejemplo, que metía en los rostros de sus personajes frutas y verduras en una gran metamorfosis. Me interesa mucho la idea de la máscara, que siempre ha representado la ocultación, el encubrimiento, el no ver, la sensualidad y la sexualidad en definitiva", continúa.
Dotado con 30.000 euros "que me ayudarán a producir proyectos que de otro modo eran impensables", el galardón que le anunció el ministro de Cultura no le ha quitado el sueño. "A mí nunca me han ocupado los premios. Lo que me deja insomne es el trabajo, el día a día, el no rebajar tu propio listón".
Le atraen las intervenciones públicas "porque me gusta trabajar con la escala y acercan tu obra a mucha gente". Su debut en este campo se produjo precisamente en Sevilla, cuando preparó el techo de escayola del restaurante del pabellón de Valencia de la Expo 92. "Me inspiré en obras de Saura y en el cierre de pan de oro con cerámica azul del Palacio de los Borgia, que hoy acoge las Cortes Valencianas".
Calvo no se siente incómoda cuando se etiqueta como "surrealista" su obra. "España es lo más surrealista que hay en muchos conceptos, como sus costumbres populares. En el cine, de Buñuel a Almodóvar pasando por Berlanga la mirada surrealista no nos abandona nunca. Forma parte de una memoria que no hay que perder y que debemos reivindicar tanto como que se suprima el IVA del 21%".
En este punto Calvo no admite matices. "El artista español debe tener una repercusión fuera, el galerista debe ir a ferias del extranjero y con esta opresión del IVA es imposible. No podemos competir con otros países. Estamos en un punto de agobio y agotamiento, se están perdiendo reivindicaciones y logros que costó mucho alcanzar. Y un país sin cultura no va adelante para nada, en ningún sentido".
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