Como Velázquez en las 'Meninas'

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El alcalde Antonio Muñoz, Paco Lobatón y Fran G. Matute presentan el libro de Pablo Juliá ‘Fotografía y Palabra’, un viaje de los negativos al Facebook

“Ahora todo el mundo se dedica a hacer vídeos que me dan mal rollo”

Paco Lobatón, Pablo Juliá, Fran G. Matute y el alcalde en funciones Antonio Muñoz, el miércoles en el Alcázar de Sevilla.
Paco Lobatón, Pablo Juliá, Fran G. Matute y el alcalde en funciones Antonio Muñoz, el miércoles en el Alcázar de Sevilla. / Juan Carlos Muñoz
Francisco Correal

16 de junio 2023 - 06:00

Como Velázquez en las Meninas o Hitchcock en sus películas, Pablo Juliá (Cádiz, 1948) aparece en su foto de la tortilla, con Manuel del Valle como operario en la sombra. Como hoy es Bloomsday, nuevo aniversario de la acción del Ulises de Joyce, no hay mejor torre Martello de la Transición española que aquella foto de la tortilla. A la presentación del primer libro de Pablo Juliá, Fotografía y Palabra (Sílex ediciones), con tres padrinos de excepción, estuvieron cinco de los siete varones de la histórica instantánea: Manuel Chaves, Luis Yáñez, Juan Antonio Barragán, Josele Amores y Pablo Juliá. Casi medio siglo después de la fotografía (dicen que era octubre de 1974), los dos últimos siguen discutiendo sobre si hubo o no tortilla. Pablo lo niega, Josele lo afirma y precisa: "Tortilla con cebolla". De las siete damas, estuvieron sólo dos: Isabel Pozuelo, esposa del autor, y Antonia Ivorra, mujer de Chaves, sin la cual ni existiría la fotografía ("yo la había descartado", cuenta Pablo, "fue ella la que la rescató cuando nos pidieron alguna imagen de los socialistas en la clandestinidad") ni se conocería la fecha, "se sabe porque Antoñita estaba embarazada en la foto". El lugar sigue siendo una incógnita. "Lo encontró Moreno Bonilla", ironiza Juliá. Con los años, de esa fotografía lo único que le interesa a su autor (intelectual) es el uso del contrapicado.

Mañana termina el mandato de Antonio Muñoz como alcalde de Sevilla. La presentación del libro de Juliá fue uno de sus últimos actos. "Nadie va a creer que te has ido", le piropeó Juliá. "Hemos venido a hablar de tu libro", le rectificó Muñoz. "Es que el libro es sobre la Transición y tú tienes mucho que ver con la Transición", insistió el fotógrafo, que citó a Plácido Fernández Viagas, Felipe González y Manuel Chaves como exponentes de la centralidad, "esa capacidad de unir polos imposibles, las verticales con las horizontales, que hoy se ha perdido". Porque la Transición es la niña bonita del libro de Pablo. "Cuando me preguntan por la luz juliá, siempre digo que es la media entre la luz clara y la luz oscura, y eso ha sido la Transición".

Fran G. Matute nació en 1977, el año-viga de ese edificio de la Transición. Con las luces claras de la legalización de los partidos, la vuelta de los exiliados, las primeras elecciones o la amnistía y las luces oscuras de enero (matanza de Atocha) o de diciembre (asesinato de García Caparrós en la manifestación del 4 de diciembre de Málaga). Matute vive mentalmente en 1968 (año en el que Betis y Sevilla bajaron los dos a Segunda). Pablo confió en este investigador que por edad podía ser uno de sus hijos, quedaron en José Luis ("estuve por pedir tortilla, pero tomamos ensaladilla", bromea Matute), el fotógrafo le abrió su casa, su laboratorio. Entre los muchos personajes fotografiados aparece Antonioni. Cuando Matute describió el sistema de Juliá para ocultar los negativos de las fotos en cajas de café y protegerlos de alguna inspección policial en aquellos años, uno imaginaba el desvelo del fotógrafo del relato Las babas del diablo, de Julio Cortázar, que Antonioni llevó al cine en Blow Up.

Paco Lobatón y Pablo Juliá son vidas paralelas que se bifurcaron, uno con la cámara, el otro con el micrófono y el bolígrafo bic. Los dos fueron expulsados de sus respectivas Universidades, los dos hicieron teatro (Pablo en Tabanque y Esperpento), los dos hicieron la mili, Pablo limpiando sardinas en Badajoz, Lobatón en Cerro Muriano. Los dos han sido compañeros de viaje, expresión que le gusta mucho al amigo del fotógrafo, "fuimos protagonistas de ese tránsito de la dictadura a las libertades, y no precisamente en barrera". Lobatón dirigió muchos años el programa televisivo ¿Quién sabe dónde? y Pablo Juliá estuvo literalmente "desaparecido" durante diez años, los que estuve al frente del Centro Andaluz de Fotografía. Lobatón dice que a su amigo le impactó ver Ciudadano Kane, de Orson Welles, y recordó una inquietante viñeta de El Roto: "La Fotografía va a morir de una sobredosis de imágenes".

El primer libro de un fotógrafo. Un libro casi involuntario. Matute contó el proceso. "El libro nace en Facebook y quien lo mueve no es Pablo. Es una señora que se llama Aránzazu que leía todos los textos del fotógrafo. Es ella la que busca editor y la que se pone en contacto conmigo para que le escriba el prólogo".

A Pablo le aburre el palabro fotoperiodista, prefiere llamarse a sí mismo fotógrafo o en todo caso "fotógrafo humanista". Presume de que su cámara es una herramienta ética que mejora a los buenos y empeora a los malos. "Los periodistas no somos sino preguntadores impenitentes", dice Lobatón, para a renglón seguido añadir, si se tercia, impertinentes. En la prensa caribeña existe una categoría profesional, el fotógrafo preguntón, que condensa esa impenitencia interrogadora del reportero. Cómplices en su antifranquismo, dice Lobatón que este libro es la crónica de "la lucha contra la dictadura del tiempo cronológico". Instantánea: para el instante.

Como estamos en campaña permanente, salió la famosa fotografía del Vota PSOE de Fraga. "Yo le debo mucho al señor Fraga, para mí fue una mina. No me caía mal. Era divertido, iba dándole dinero a los niños en la barriada de la Oliva". La histórica foto, la pinza de Fraga con Felipe en mayo de 1982, fue fruto de una genuflexión. "Me puse de rodillas delante de él, que me lanzaba una mirada asesina, me dolían las rodillas". Era la contraportada del vespertino Sur/Oeste que se tiraba en el Polígono Store. En un posterior encuentro le hizo el mayor de los halagos: "Juliá, es usted un gran fotógrafo y un gran hijo de puta". Luces claras y oscuras. Pura Transición.

En el Alcázar, el alcalde Antonio Muñoz dijo que la cámara de Pablo Juliá no pudo captar la boda de Carlos V con su prima Isabel ni los preparativos de la primera Vuelta al Mundo, los soliloquios de Romero Murube o la presencia furtiva de Miguel Hernández, pero allí estaba el fotógrafo para inmortalizar el primer pleno del Parlamento Andaluz, tras el triunfo electoral de Rafael Escuredo, que estaba en Capitán Vigueras pero no en la torre Martello de la tortilla.

En la presentación estuvieron siete de los participantes en la foto histórica de la tortilla

"Miedo me da una segunda edición", diría en los postres Pilar del Río, a quien Pablo Juliá le hizo las fotos "de mi primera entrevista y de mi primera boda". A la segunda, con Jose Saramago, fue de invitado a Lisboa. "Tápate los oídos, Isa", bromeaba Pilar, "Pablo era un seductor". Tranquilos: su única musa era la Transición. "No dejes de hacer un segundo libro", le anima Lola Cintado. "Es un viaje al álbum de nuestras vidas", apostilla Lobatón, que dice que con Pablo Juliá se aprende que "la diferencia entre vivir y existir es tener una causa". Lo arroparon unos cuantos fotógrafos: Tomás Díaz Japón, Juan Carlos Cazalla, Luis Serrano, Marcelo del Pozo, Juan Carlos Muñoz, Andrés Romero… Y su familia: Isa, oídos abiertos, sus hijas, sus tres nietas y Manuel, su nieto, que llegó tarde "porque me ha salido atleta". Los últimos serán los primeros en la meta del abuelo.

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