Oscura claridad
La quinta en verde | Crítica
El poeta y narrador José Antonio Ruiz Reina publica ‘La quinta en verde’, poemario cuyas influencias y ecos nos recuerdan a los autores de la tradición barroca
El Viriato italiano

La ficha
La quinta en verde. José Antonio Ruiz Reina. Editorial Nazarí. Granada, 2024. Prólogo de José Manuel Ruiz Martínez. 77 págs. 12,00 €
En el XVII la poesía española consagra dos escuelas que en paralelo han ido construyendo la historia literaria. José Antonio Ruiz Reina (Granada, 1956) toma, de las dos, la escuela del hermetismo y de la metáfora enigmática; esa oscura claridad –esa antítesis- tan habitual en nuestra tradición barroca. El autor granadino, profesor, narrador y poeta, acaba de publicar el poemario La quinta en verde (editorial Nazarí), un conjunto de poemas que nos recuerda al Góngora de Las Soledades y a las apariencias de la estética lorquiana.
Esta apuesta, como todas las apuestas, tiene su riesgo. En este caso quizá sea el de sonar a un lenguaje algo impostado, artificioso. Para entendernos seleccionamos algunos ejemplos: en el poema Bisectriz leemos “y la quimera / que acecha tras las puertas de su entrada / nos mira entre burlona y lastimera”, o en el arranque del poema que da título al libro, el autor escribe “El silbo incoloro del aire en fuga / arrastra su acento / de voz que se arruga / y araña el oído como un tormento”. Es un tono que se está aproximando a lo demodé. A un tiempo que ha llegado tarde al tiempo.
Pero en La quinta en verde, en sus riesgos, también encontramos hallazgos. Entre estos, la musicalidad de los poemas. Ruiz Reina conoce y domina el idioma de la métrica –se nota ese premio a la excelencia en el estudio filológico-, y nos propone una serie de versos sensacionales respecto de los ritmos. Un ejemplo sería el poema Soledad del yermo –obvia alusión a la poesía gongorina-: “En vano rasga su corsé la noche / y el alba trata de incendiar el sueño, / triste rescoldo de una lumbre extinta, / más recuerdo del fuego del infierno / que esplendor azulado de cristales / en la entraña del cielo”. Otros versos que subrayamos son los del Romance de la luna sucia –de nuevo Lorca, claro-: “Tibia resuena la fuente / en el jardín de los frailes, / un sapo canta con pena / sobre los puros diamantes / de las latas de conserva / que flotan en el estanque”.
José Antonio Ruiz Reina va cerrando su libro con un interesante catálogo de poemas en los que continúa la respuesta hermética –abierta a las interpretaciones-. No sigue el poeta el criterio del borrador oscuro y el verso claro, y entre diéresis e imágenes barroquizantes leemos los destacados tercetos del poema Alfredo diáfano: “Las estrellas que juegan el juego invisible / recorren el campo del espacio infinito / a un rival combatiendo de aspecto invencible. / Hundirse en la nada será el fin de este rito / que los hados eternos proclaman a coro: / el cosmos es caos y su tiempo es un mito”.
En esa última serie del poema se incluye el poema Trece, con sus divagaciones metafísicas: “La existencia persiste leal como llaga”, y a continuación leemos “Estas sin sentir, material no consciente, / es el hueco y el eco de falsa presencia / que da al universo la inmortal apariencia / de verdad verdadera que afirma y que miente”.
Ruiz Reina en La quinta en verde –ilustraciones de Belén Esturla- nos da cuenta de sus erudiciones entre aplicados poemas que vienen de la escuela barroca, con los riesgos que esa decisión supone.
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