Into the Hairy | Crítica de danza
La oscura armonía del mundo subterráneo
Into the Hairy | Crítica de danza
**** ‘Into the Hairy‘. Coreografía: Sharon Eyal. Cocreador: Gai Behar. Música original: Koreless. Bailarines y bailarinas: Darren Devaney, Héloïse Jocquevile, Juan Gil, Alice Godfrey, Johnny McMillan, Keren Lurie Pardes, Nitzan Ressler, Gregory Lau. Vestuario: Maria Grazia Chiuri - Christian Dior Couture. Iluminación: Alon Cohen. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes 13 de diciembre. Aforo: Casi lleno.
Con el extraño título de Into the Hairy, la coreógrafa israelí Sharon Eyal presentó anoche en el Central, en una única función, su último y sugestivo trabajo.
Bien conocida, tanto por su trabajo en la mítica Batsheva como por las piezas realizadas con la L-E-V, la compañía que, desde 2013, comparte con el productor Gai Behar, Eyal deja atrás las piezas dedicadas al trastorno obsesivo compulsivo –dos de las cuales tuvimos ocasión de ver en este mismo teatro- para descender al mundo que existe debajo del que conocemos.
La creadora sigue aquí fiel a su indagación en los movimientos no cotidianos, a su gusto por los maillots ajustados –por obra de su colaboración con la casa Dior- que dejan ver los torsos sinuosos de sus magníficos bailarines, y a su manera de presentar conjuntos de individuos en armonía, pero con poca relación entre ellos.
En esta ocasión, Eyal nos presenta un mundo subterráneo en el que habitan extraños seres –todos de negro-, a veces insectos, a veces humanos sobre sus puntas, como si tuvieran patas de caprinos o de equinos. Como un enjambre del que, de vez en cuando, sale un individuo o una pareja que nos deja destellos –una danza de salón o un arabesco- del mundo de la superficie.
Mucho más oscuro y monotemático, Into the hairy conserva poco o nada del gozoso expresionismo de sus obras anteriores, si bien provoca la misma sugestión, la misma hipnosis en el espectador.
Tal vez el cambio más visible sea la llegada del músico Koreless (apodo del galés Lewis Roberts). Frente al trabajo del compositor y D.J. de sus piezas anteriores, Ori Lichtik, Koreless es el que marca el desarrollo coreográfico con su música, una banda sonora en la que va pasando del teclado a las percusiones, a las voces…
Los ocho bailarines, sin distinción alguna de género, van siguiendo con su cuerpo cada fragmento rítmico, alargando o concentrando el grupo hasta parecer, en algunos momentos, un solo cuerpo con ocho cabezas y dieciséis brazos.
Por encima de la música y la fantasía de cada uno, la pieza no tiene más discurso ni más recorrido, pero la sensualidad, la extrañeza y la perfección de los movimientos es tal que no podemos dejar de seguirla, hipnotizados, hasta que un último y abrupto apagón nos devuelve a la superficie.
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