Lo que pudo ser

Oscar 2021 | Balance

Una imagen de 'First cow', de Kelly Reichardt, ninguneada por los Oscar.
Una imagen de 'First cow', de Kelly Reichardt, ninguneada por los Oscar.

En un año en el que el mal llamado cine independiente parece haber subido ese peldaño necesario para desembarcar en los Oscar de la mano de Nomadland, la representante del consenso, y no tanto por su propia valía o diversidad como por la manera en que Hollywood ha preferido dejar sitio después de congelar sus grandes películas para la temporada siguiente, sorprende y mucho que una cinta como First cow, de Kelly Reichardt, posiblemente la mejor película norteamericana del año, y no porque lo digamos nosotros, lo dice también buena parte de la crítica norteamericana e internacional, no se haya colado entre las candidatas al Oscar a la mejor película ni en ninguna otra categoría.

Una película que tenía además los ingredientes necesarios para hacerlo en estos premios a la deriva de la corrección: mujer directora con una larga y prestigiosa trayectoria y una temática Americana que entronca con los relatos fundaciones y la perspectiva crítica como la cinta de Zhao, pero a la que por lo visto le han faltado actores de renombre, formato panorámico o esa narrativa mascadita que tanto gusta a los académicos y al gran público (que es lo mismo) para dar ese verdadero salto que, en realidad, no hubiera hecho sino reverdecer algo que Hollywood ya supo valorar de su propio cine en la década de los setenta.

First cow, que por fortuna veremos pronto en las salas españolas, no es la única gran olvidada en este coto privado que ahora se reparten entre Netflix, Amazon, Disney+ y compañía. Películas como Nunca, casi nunca, a veces, siempre, The assistant o cualquiera de Small Axe podrían perfectamente haber estado en el lugar de algunas candidatas, pero sus formas o su discreción no parecen haber sido del gusto de los votantes. Pero tampoco un western crepuscular tan clásico como Noticias del fin del mundo, de Paul Greengrass, o una comedia tan generosa como El rey del barrio, de Judd Apatow, para que no crean que aquí sólo pensamos en la modernidad y no sabemos apreciar los valores del viejo cine americano de género. Al bueno de Tom Hanks tampoco le tocaba este año, en el que el premio al mejor actor ha vuelto a ir no tanto a un gran intérprete como es Anthony Hopkins, como al histrión con Alzheimer al que ha puesto la percha octogenaria en la teatral y por momentos irritante El Padre.

Los Oscar caminan ya desde hace muchos años por esa tambaleante cuerda floja que quiere contentar a la vieja industria, dar paso a los nuevos socios, satisfacer todas las cuotas desde la corrección política y proponerse como renovado modelo de referencia para el mercado global. En este ejercicio funambulista se han olvidado tal vez de lo más importante: del buen cine a prueba de modas, equilibrismos y coyunturas. La pandemia lo ha terminado perdonando todo, incluso esta nueva celebración de la medianía sin público al otro lado.

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