Triunfal Mahler de lunes

Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Andris Nelsons | Crítica

La Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig con Andris Nelsons en el Maestranza
La Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig con Andris Nelsons en el Maestranza / Guillermo Mendo

La ficha

ORQUESTA DE LA GEWANDHAUS DE LEIPZIG

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Gran Selección. Solista: Christiane Karg, soprano. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Director: Andris Nelsons

Programa

Antonín Dvořák (1841-1904): La rueca de oro Op.109 [1896]

Gustav Mahler (1860-1911): Sinfonía nº4 en sol mayor [1900]

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 24 de febrero. Aforo: Un 60% aproximadamente.

Sevilla lleva demasiado tiempo sin un ciclo regular de orquestas foráneas. Por eso es de agradecer el interés que en los dos últimos años ha mostrado Javier Menéndez en tratar de solventar lo que a todas luces es una tara cultural de la ciudad. Quizás los resultados no están siendo todo lo prometedores que cabría esperar. Llenan los nombres muy populares (Maria Joao Pires, la Filarmónica de Viena...), pero en cuanto se sale de ese terreno (necesariamente reducido), sólo parecen darse por aludidos los que ya son muy aficionados. Además si el concierto tiene lugar el peor día posible de la semana (el lunes), el problema se agrava. Resultado: una gran orquesta alemana dirigida por uno de los más sobresalientes directores del panorama sinfónico mundial apenas concitó la atención de mil personas, por debajo del 60% del aforo.

Y esta vez no puede aludirse a lo desconocido del programa, porque la de Mahler es una de las obras más populares del repertorio. Cierto que quizás no pareció la mejor idea programar como inicio La rueca de oro de Dvořák, un poema sinfónico sobre una sangrienta balada popular que musicalmente resulta algo prolijo y reiterativo. Si se quería mostrar el valor de las familias instrumentales, poco se pudo sacar en claro, porque el tono vital resultó siempre un poco bajo, aunque es cierto que ya se apreció la bella densidad de la cuerda y el buen equilibrio y empaste general del conjunto, con unos metales especialmente suaves, integrados de forma naturalísima en la centuria. Acaso el letón Andris Nelsons sondeó la sustancia poética de la obra y la encontró en una igualdad de trazo que debía evitar ataques rotundos, acentos muy marcados y contrastes llamativos, en un intimismo que pareció acaso demasiado plano. Una primera parte algo gris, no decepcionante pero tampoco especialmente ilusionante.

En la segunda, con Mahler, todo cambió. La batuta del letón se hizo incisiva, precisa, variada para brindar una interpretación contrastadísima de la , esa sinfonía que trata de la infancia y termina con un exquisito lied en el que los niños (esos niños tristes de los cuentos populares alemanes) gozan en un paraíso lleno de comida y buena música. Mahler tiene mil caras y Nelsons se empeñó en que las viéramos todas: desde unas texturas de espectacular transparencia, fue intenso cuando la ocasión lo requería (esas frases de la cuerda al principio del primer movimiento, vibrantes, plenas), se movió entre dinámicas extremas (¡qué pianissimi!), aunque los tutti nunca sonaron forzados ni estridentes, y flexibilizó los tempi de manera siempre expresiva: al final del segundo movimiento, trazó unas retenciones en medio de un crescendo que lejos de quedar amaneradas resultaron de sutil elocuencia. Ese movimiento había servido para enseñarnos al Mahler más rústico y danzable. Aprovechó además Nelsons la disposición de los violines enfrentados para lograr eficaces efectos de respuesta de los violines II al primer violín en scordatura. El tercer movimiento es el del Mahler sublime, y bien que lo mostró desde el mismo arranque casi hipnótico de violonchelos y violas, o luego con el canto elegantísimo de las maderas y en progresiones dinámicas cuajadas de matices, que culminaron en ese crescendo final que nos abría las puertas del cielo. Por allí discurrió la soprano Christiane Karg, una lírica sensible y atenta, mimada por la batuta, voz celestial para un final desde las alturas. No recuerdo un Mahler más emotivo ni delicado en toda la historia del teatro.

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