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El oro (falso) de Nápoles

Crítica 'Reality'

Aniello Arena es Luciano en esta sátira sobre los falsos mitos de la felicidad que dirige Matteo Garrone.
Manuel J. Lombardo

04 de noviembre 2012 - 05:00

Reality. Director Matteo Garrone. País: Ita-Fra. Año: 2012. Duración: 112 mins. Con: Aniello Arena, Loredana Simioli, Nando Paone, Raffele Ferrante.

El nuevo filme de Matteo Garrone (Gomorra), Premio del Jurado en Cannes, tiene muy claro a qué familia del cine italiano quiere pertenecer y cuáles son sus referentes históricos para hablar de la degradación de la cultura popular y la pérdida de la identidad en los tiempos del berlusconismo mediático y pornográfico, valga la redundancia. Bellissima, de Visconti, El oro de Nápoles, de De Sica, Ginger y Fred, de Fellini, o Videocracy, que bien pudiera funcionar como contraplano documental de su historia de obsesión por la fama, resuenan con claridad en las imágenes de Reality, en su trazado de un paisaje napolitano habitado por unos tipos de clase trabajadora de barrio popular, casas viejas y ropa de imitación que ha cambiado el patio de vecinos por la televisión de plasma.

Garrone sabe arrancar su película, literalmente, por todo lo alto, con una vista aérea que acompaña la llegada de una carroza de fantasía kitsch a una boda en un infame resort de celebraciones. Allí comienza la obsesión de Luciano por convertirse en rico y famoso participando en Gran Hermano, propósito registrado por una cámara casi siempre pegada a su cuerpo, en un seguimiento externo coreografiado en largos planos secuencia de hormigueo continuo que intentan no caricaturizar en exceso a sus criaturas.

Pasada su primera mitad, Reality se escora hacia un nuevo territorio en el que su aparente neorrealismo regenerado, ahora puntuado por los acordes musicales de un Desplat en modo Rota-Morricone, se torna pesadilla de aire circense y felliniano en la que la realidad muta en obsesión y delirio, un delirio al que Aniello Arena, feliz descubrimiento, se pliega con una entrega encomiable. En esta deriva, la película tal vez pierda algo de fuelle y consistencia, pero Garrone logra reconducirla finalmente hacia un último quiebro por el que asoman los otros ídolos (¡esa misa multitudinaria en Roma!) que también han contribuido a convertir a Italia en un gran plató lleno de figurantes que sólo son capaces de (ad)mirar ya a un puñado de cuerpos esculturales haciendo el payaso antes las cámaras, o en el que la palabra sagrada ya sólo resuena como una locución publicitaria.

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