La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
Orígenes de lo flamenco | Crítica
'Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo' Blas Infante, Almuzara, 187 pp.
El máximo defensor del origen árabe (moriscos y mudéjares) del flamenco fue Blas Infante que en Orígenes del flamenco y secreto del cante jondo [1929-1933], propone como etimología de la palabra flamenco el supuesto árabe "felah-mengu", que traduce como "labrador huido". Hablo de supuesto porque Miguel Ropero, desde la filología, desmintió en su momento la propuesta de Infante a nivel etimológico. Cuando un poeta escribe sobre flamenco, léase Félix Grande o Manuel Ríos Ruiz, lo que resulta es una obra de poesía. Cuando un novelista, léase Caballero Bonald o Fernando Quiñones, escribe sobre flamenco, lo que resulta es una narración de ficción.
Cuando un político escribe sobre flamenco, por muy bien intencionado que sea, como es el caso, lo que da es política. En 1929, año del que datan algunos de los textos incluidos en esta obra, ya se tenían estudios serios sobre lo jondo. De hecho, algunos de ellos aparecen citados o parafraseados en esta obra: por eso hay referencias, entre otras muchas, a las danzas tradicionales españolas, que están en el origen del flamenco, como el fandango, la zarabanda o la jácara. Pero, como digo, el intento de Blas Infante, inconsciente tal vez, es el de llevar el mundo de lo jondo a su teoría política del nacionalismo andaluz que, en su versión, considera, si me permiten el reduccionismo, que todo lo bueno de Andalucía es de origen árabe. La propuesta de Blas Infante está hecha desde el máximo respeto y cariño hacia su tierra, lo cual no es óbice para que consideremos balbucientes y erradas sus conclusiones. Más o menos por las mismas fechas el sevillano Cansinos Assens hace lo propio, eso sí, viendo orígenes puramente judíos en el flamenco (La copla andaluza, 1933). Y poco antes el Manuel de Falla más religioso, en El cante jondo (cante primitivo andaluz) de 1922, veía en los primitivos cantos católicos, los que asumió la Iglesia española de la liturgia bizantina, el origen de la música flamenca.
Es lo que tiene el flamenco, que cada uno arrima el ascua a su sardina y al final, se difumina el mensaje. Para unos es puramente gitano y para otros estrictamente andaluz. Para unos es puramente urbano y para otros exclusivamente rural. Para los de más allá es vanguardista radical y para los otros tradicional exclusivo. Otros dicen que nació en Granada y los de más allá en Sevilla, Jerez y Cádiz. Incluso hay quien dice que nació en Madrid.
Incluso hay quién dice que vino de La India hace 1000 años. Hay quien lo considera exclusivamente popular y quien meramente cortesano, minoritario, elitista. La moda última es decir que es exclusivamente negro, pero hay quien considera que el más auténtico es puro armiño. Unos dicen que es machista y otros que femenino.
Para unos es estrictamente profesional y otros lo consideran cosa de aficionados. Últimamente prolifera también la bizantina teoría de que si no sabes leer una partitura no puedes decir nada del flamenco en tanto que no hace mucho se decía que sus músicas no caben en el pentagrama.
Quizá el motivo de la reedición de esta obra, que saludo con alborozo, sea, no tanto la reputación de la historia del flamenco como la reputación de su autor, venerado hoy por sectores de las izquierdas, el centro y la derecha del arco político. Venerado además, con toda razón, por todos o casi todos los andaluces.
A muchos les interesa Blas Infante pero ¿hay alguien al que le interese la historia del flamenco? Si así fuera no escucharíamos a políticos de la Asamblea de Madrid afirmando que lo jondo es hijo legítimo de su tierra, o a esos guardias aduaneros de lo jondo que tanto proliferan, pontificando sobre lo que sí es flamenco y lo que no es flamenco a propósito del nuevo disco de Rosalía. Flamenco es como se empezó a llamar a mediados del siglo XIX a las danzas tradicionales españolas (seguidillas, zarabanda, zapateado, fandango, petenera, malagueña, jaleos, etc.), tanto en su versión coreográfica como en su versión cantada o puramente instrumental. A estas danzas se les llamó, durante mucho tiempo, y se les seguiría llamando todavía durante cerca de un siglo, danzas nacionales, del país o andaluzas.
El uso del término flamenco, aplicado a estos cantes y bailes se usó antes en la prensa de Madrid que en el resto de España, y por supuesto que en Andalucía.
Pero se aplicó, como digo, a unas músicas y unas danzas que ya existían, en algunos casos desde siglos antes, y que, desde luego, en un alto porcentaje, nacen en Andalucía y de la mezcla cultural (gitanos, negras, labradores, urbanitas, marineros, ilustradas, analfabetos, árabes, cristianos, judías, vanguardistas, tradicionales, granadinas, jerezanos, gaditanas, sevillanos, mujeres, hombres, actrices, músicos profesionales y aficionados, bailarinas, etc.) que se da en esta tierra. Supongo que la diputada de la Asamblea de Madrid leyó algo de esto y de ahí concluyó, erróneamente, que el flamenco había nacido en Madrid.
Esta edición es en realidad una reimpresión de la primera, realizada por Manuel Barrios en 1980, aunque con algunas supresiones, como la relativa a la noticia y documentación del fundamental trabajo realizado por Blas Infante para la obra Arte y artistas flamencos (1935) de Fernando el de Triana, del que fue estrecho colaborador y amanuense. En realidad esto no es un libro sino un proyecto de libro que se vio truncado por el vil asesinato de su autor.
En virtud de ello, podemos considerar a Blas Infante como uno más de los flamencos que cayeron en ese momento fruto de la violencia ciega, totalitaria y estéril: El Chato de las Ventas, Chaconcito, Corruco de Algeciras, Vallejito, etc.
Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo evidencia esta condición de obra inacabada en la multitud de repeticiones, omisiones y en el carácter embrionario de ciertas propuestas que presenta. Manuel Barrios trató de darle una estructura en nueve capítulos y tres apéndices.
En esta edición no hay referencia al hecho del que el editor original de la obra, el que ordenó los diferentes materiales y trató de darle una forma coherente, fue Manuel Barrios, uno de los más ilustres seguidores de la teoría de Infante.
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