Onomatopeyas: Auambabuluba balambambú
Síndrome expresivo 74
Hoy, vamos a estudiar morfología. Silencio en el aula. La morfología es la parte de la gramática que se ocupa del estudio de las reglas que rigen la composición de las palabras. Leve ruido de fondo. Esta semana nos centraremos en unas palabras peculiares, complicadas de encajar en la gramática de cualquier lengua. ¡Nos importa un pimiento, profesor! Estas palabras suelen asociarse con contextos comunicativos informales y de “poca calidad comunicativa”. ¡Fuera, fuera, fuera! ¡Dimisión! ¡Dimisión! Desde mi punto de vista, es un grave error menospreciar la riqueza del lenguaje oral y la creatividad de los hablantes en la aparición de nuevos términos. ¡Árbitro, la hora! Un, dos, tres… ¡Auambabuluba balambambú!
Sí, querido lector, uno ya no sabe qué hacer para despertar el interés de los alumnos. Los profesores somos unos carcas que no motivamos a los chavales. Es lunes (a veces trabajo). La programación de aula indica que esta semana toca el estudio de unas palabras arrinconadas por las mentes biempensantes. Ono… Recreo en mi mente el público juvenil destinatario. Onoma… Seguro que sus ojos brillarán de ilusión ante tan prometedor anuncio gramatical. Onomato… Todos petrificados en los pupitres con expresión de día histórico. Onomatope… ¡Dilo ya por Dios, profesor! ¡No lo pasaba tan mal desde la votación final de Gran Hermano VIP! Esta semana las palabras que han venido a divertirse a nuestra clase son… ¡las onomatopeyas! ¡Auambabuluba balambambú!
La onomatopeya está más presente en nuestras vidas de lo que pensamos. Sin embargo, sigue siendo una desconocida para una mayoría de hablantes que asocia su presencia con géneros y modos de discurso etiquetados como menores, como son los cómics o la narrativa infantil. Según las instituciones académicas, la onomatopeya es “una palabra que representa un sonido imitándolo verbalmente. Ese sonido procede unas veces del mundo físico, como bang, crac, plaf, ring (o rin), toc o zas, pero otras son propios de personas o animales, como achís, croac, guau, je (o ji), muac, quiquiriquí”.
Si reflexionamos sobre la estructura de los ejemplos anteriores, podemos concluir que las onomatopeyas suelen ser monosílabas (zas), presentan grupos consonánticos ajenos a la fonética del español (ring) y, en ocasiones, repiten las vocales y consonantes o aparecen reduplicadas para intensificar el efecto sonoro de una determinada acción o circunstancia (buaaaaa, ñam, ñam). Su función principal es la de reproducir sonidos en el lenguaje humano e integrarlos coherentemente en las distintas producciones orales y escritas. Por supuesto, estos sonidos deben ser interpretados de forma correcta por el receptor del mensaje, según el contexto comunicativo: asombro, extrañeza, ánimo, decepción, disgusto, llamada o señal.
Ahora bien, la cuestión fundamental de las onomatopeyas es la arbitrariedad de su formación en cada lengua y cómo se representan los sonidos en el lenguaje escrito. Por ejemplo, si le preguntamos a un hispanohablante por el sonido que emiten los gallos de su localidad, no dudará ni un instante en hinchar el pecho y entonar un madrugador y melódico quiquiriquí. Sin embargo, ese mismo canto será articulado como cocorico por un francés, cockadoodledo por un británico o bak bakbvagiir en el mundo árabe. Desde luego, pagaría una entrada en primera fila para disfrutar con el increíble concierto, interpretado por este coro de gallos procedentes de lugares tan diferentes.
¿Sorprendido, ilustre lector? Pues resulta que el gallo no es el único animal políglota que reproduce los sonidos a su antojo y de acuerdo con la fonética específica de la lengua de su lugar de origen. Así, el mejor amigo del hombre también se apunta a esta lista singular de onomatopeyas de origen animal con el característico guau en español, woof en el mundo anglosajón, bup bup en catalán, ham en rumano, zaunk en euskera, wan wan en japonés o el sonido gav de los canes nacidos en la madre Rusia. Esta polifonía de ladridos nos muestra una vez más la inmensa diversidad lingüística en el mundo y la riqueza de matices fonéticos presentes en los sistemas de comunicación.
Consejo final:
Según aclara la RAE en la Ortografía de la lengua española, la onomatopeya de la risa también se ajusta a unas reglas de redacción particulares, por lo que su escritura no queda a la libre elección del emisor. Así, en nuestra lengua debe aparecer con jota y cada uno de los elementos deben estar separados por una coma, en lugar de aparecer juntos (ja, ja, ja). Además, debemos atender a los matices del cambio vocálico en las diferentes formas de reírse de uno mismo o de los demás: un je, je, je remite a la astucia o malicia como reacción ante una circunstancia; el ji, ji, ji es más propio de mentes infantiles o adultos maquiavélicos, mientras que un jo, jo, jo en la mayoría de los casos representa el estado de ánimo de una persona sincera y bonachona. ¡Ojú, chiquilla! Hasta para reírse hay que estudiar Filología. Vale.
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