La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Feria del libro de Sevilla | Manuel vilas, escritor
Sevilla/La nueva novela de Manuel Vilas (Barbastro, 1962) se ha convertido, en apenas cinco meses, en una de las obras más citadas y apreciadas por el público y la crítica. En Ordesa el autor aragonés aborda la pérdida de los padres, el desarraigo y la culpa con una voz rebelde en la que se mezclan la prosa y la poesía y que ha conectado con la vulnerabilidad de numerosos lectores.
-¿Le ha sorprendido que tanta gente se reconozca en una historia tan personal como Ordesa?
-Es abrumador para mí en el plano emocional porque muchos lectores me escriben y me cuentan que su relación con su padre ha cambiado tras leer el libro o que ahora le cogen más el teléfono a la madre cuando llama. Creo que esta recepción se debe a que Ordesa aborda un tema universal pues todos somos hijos y, algún día, podemos convertirnos también en padres o madres. Si la literatura puede servir para reparar vidas, esta posibilidad de bondad me parece fantástica. La muerte de mi madre en mayo de 2014 fue un tremendo shock, estaba también en medio de un divorcio y de una situación personal muy difícil, que cuento en el libro, y sentía que un agujero negro me iba tragando. Todo era de una intensidad tal que, como escritor, pensé que lo único que podía darle un sentido era nombrarlo y escribirlo. Y me puse a ello.
-En las redes sociales los lectores no dejan de compartir frases del libro. ¿Le resulta curioso? -La obra tiene toques de aforismos y pensamientos que quedan resumidos en sentencias, en ese sentido puede ser un libro del que extraer una enseñanza moral. Te cuenta algo y luego, en apenas dos frases, plantea una conclusión. Me pareció que el recurso tenía potencia y fuerza expresiva. Los escritores somos un poco albañiles, hacemos aquí un tabique y aquí una ventana, y vemos si queda bien.
-La intensidad de su poesía se pone aquí al servicio de una prosa brillante donde trasciende los géneros y en la que se pueden hallar ecos del Manrique de las Coplas a la muerte de su padre.
-Para mí Ordesa es una novela aunque no sea pura como las del XIX, el subgénero puede ser la novela de duelo o autobiográfica. Marcos Giralt-Torrent, que escribió un libro parecido, Tiempo de vida, lo definió como novela sin ficción pero con invención. En cuanto a Jorge Manrique, es uno de los poetas que más me ha influido moralmente y las Coplas son una maravilla de la literatura española: no sólo es un gran poema a su padre sino que él mismo se retrata también. Es uno de los grandes monumentos funerarios de la literatura universal y me da igual que esté en verso o en prosa. Cuando uno busca la verdad qué más da que venga de una manera o de otra tanto en cuanto eso sea verdad.
-Hay una defensa épica de la elegancia de la gente sencilla encarnada en la figura de su padre, un viajante de comercio, y una reivindicación de la vida en los pueblos y en las provincias.
-Quise plasmar en la novela la forma tan particular de ser de mi padre. Y la de una generación que no hablaba de sus sentimientos. Yo creía que mi familia era singular tirando a disfuncional pero ahora los lectores me dicen que sus familias eran así. Sobre la ubicación en Barbastro he sido fiel a los hechos porque mis padres vivieron allí toda su vida. Alquilaron el piso al casarse y nunca lo compraron. Todo el mundo que llegaba a esa casa estaba unos años y se iba porque mejoraba socialmente; nosotros en cambio siempre nos quedábamos.
-Refleja una grandeza moral en ese desprendimiento, en esas vidas sencillas donde no prima el consumismo ni la avaricia.
-Si es cierto que los muertos nos mandan mensajes a los vivos, el legado de mis padres fue la historia de sus vidas. Escribí Ordesa porque estoy convencido de que el pasado desaparece si lo olvidas, es como si no lo hubieras vivido. Y la literatura, desde Proust, es una lucha contra el olvido; aunque siempre va a ganar la partida, al menos le quitas un trocito al océano negro del olvido. Para mí este libro es una especie de homenaje funerario, de mausoleo, pero el sentimiento que prima y triunfa al final, aunque haya partes más afiladas y tristes, es el amor. Al abrir el libro con la letra de Violeta Parra -Gracias a la vida- quise remarcar que nuestra existencia es esa suma de dichas y desgracias.
-La historia está teñida de un intenso amarillo e incluye jugosas reflexiones sobre este color.
-Para mí el amarillo es el color de la nostalgia, de la memoria, de las cosas que se desvanecen y de las pasiones locas. También me gusta la sonoridad de la palabra amarillo y el hecho de que sea un color que casi nadie elige frente al azul, el verde o el blanco. El amarillo es un poco el color de los huérfanos y por eso lo escogí. Ha habido muchos usos del amarillo y ahora hay uno político con el que no contaba.
-Vuelve a reflexionar aquí sobre su idea de la España cainita.
-España siempre ha tenido ramalazos de intolerancia y la democracia es tolerar al diferente, siempre respetando un marco legal. Volvemos a tener problemas con esto y nos estamos jugando como país muchas cosas, entre ellas la prosperidad de las clases medias, las más abandonadas por la política actual española. La clase media-baja o media-media es la gran desheredada y en la que nadie piensa jamás, ni desde la derecha ni desde la izquierda, hay un olvido perverso y siniestro de su bienestar. Me resulta más doloroso verlo en la izquierda, que tuvo una tradición histórica de defensa de las clases medias. En España, los trabajadores de los años 40 y 50 se transformaron en los 60 en clase media. Y este libro indaga en qué es hoy la clase media. En los años 60 la gente se pudo comprar cosas, un Seiscientos por ejemplo, y eso no se puede trivializar. Fue importantísimo para los españoles porque marcó la salida de la soledad de la Historia y el poder hacer algo divertido. Me irrita mucho cuando a todas estas cosas se les quita valor desde muchos ángulos ideológicos porque sigo creyendo que es un objetivo político relevante procurar la prosperidad de las clases medias. España vivió la alegría desde el desarrollismo hasta que en 1973, con la crisis del petróleo, mucha gente como mi padre comenzó a pasarlo mal. Nosotros hasta ese año íbamos de vacaciones a la playa y de pronto tuvimos que dejar de ir.
-La excursión al parque de Ordesa que evoca el niño Manuel es una cima emocional del libro.
-A mi padre le encantaba la montaña y aquella excursión a Ordesa en que pinchó el Seat 850 es uno de los primeros recuerdos nítidos que tengo, esa contrariedad de mi padre al tener que cambiar la rueda, mi mirada hacia el cielo... 45 años después regresé allí con mis hijos y busqué obsesivamente el lugar donde ocurrió el pinchazo. Ahora se cumple un siglo de la declaración de Ordesa como parque nacional y el lugar, porque no ha podido edificarse, apenas ha cambiado. Así que el narrador de mi libro siente que puede comunicarse ahí con su padre porque si él volviera a la vida se encontraría esas montañas del Pirineo idénticas a como eran en la década de los 60.
-En los últimos tiempos han aparecido excelentes libros autobiográficos que indagan en la pérdida, como Duelo de Halfon o Entre ellos de Richard Ford. ¿Le ha influido alguno de ellos?
-Sobre el desamparo y la orfandad me marcó mucho El año del pensamiento mágico y creo que esa parte irracional de la memoria que tiene el libro de Joan Didion también está en el mío.
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