El oficio de vivir

'Las bellezas extranjeras'. Mircea Cartarescu. Trad. Marian Ocho de Eribe. Impedimenta. Madrid, 2013. 256 páginas. 19,95 euros.

Manuel Gregorio González

10 de noviembre 2013 - 05:00

La frase de Eco es de sobra conocida: la posmodernidad es volver sobre lo escrito. En este sentido -un sentido muy lato, en cualquier caso- podríamos decir que Las bellas extranjeras es un libro posmoderno. Los escritores siempre han escrito sobre su oficio, sobre su vida, sobre la obra de otros escritores, sin necesidad de ser ubicados bajo ningún membrete. La singularidad de estos relatos o nouvelles es de índole muy diversa. Se trata de tres relatos que, acudiendo a la sátira o al género de lo grotesco, muestran dos realidades, además de la centrípeta realidad del escritor, poco o nada posmodernas: las estrecheces de toda índole que acucian a la Rumanía comunista y poscomunista, y el imaginario folclórico, pintoresco, orientalizante, con el que los europeos occidentales catalogan aún a los paisanos de Vlad Drácul, el viejo caudillo székely.

En los tres relatos es el propio Cartarescu quien protagoniza unas aventuras, en apariencia autobiográficas, y que podríamos calificar sumariamente como absurdas. La diferencia estriba en que, si en el primero, Ántrax, tanto el tema como el tenor del relato abundan en dicho absurdo, en los siguientes será la intención satírica, o el aguafuerte grotesco, lo que predomine sobre unas situaciones embarazosas, inexplicables o ridículas. Por otra parte, si en Lulu Cartarescu utilizó una escritura lírica, una escritura sinuosa, especular, de carácter onírico, en Las bellas extranjeras acude a una prosa ágil y flexible, cuya linealidad se ve desviada con frecuencia por la gravitación y el peso del recuerdo. De los tres, es probable que el mejor relato sea el que da título al volumen. En él se narra una excursión literaria del autor por varias ciudades francesas, y donde el asombro, la indignación, el cúmulo de malentendidos, vienen contados con una fatigada perplejidad y una viva ironía. En El viaje del hambre, sin embargo, Cartarescu relata la conmovedora soledad de un escritor joven en varios cuadros grotescos. Una soledad, una indefensión, que culminarán, extrañamente, en un breve e inesperado relato de espectros.

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