Aquí no hay quien veranee

Odio el verano | Crítica

Una imagen de esta comedia familiar de vacaciones.
Una imagen de esta comedia familiar de vacaciones.

La ficha

** 'Odio el verano'. Comedia, España, 2024, 103 min. Dirección: Fernando García-Ruiz. Guion: David Marqués. Fotografía: Ángel Amorós. Música: Vanessa Garde. Intérpretes: Roberto Álamo, Julián López, Malena Alterio, María Botto, Jordi Sánchez, Kira Miró, Mariano Venancio, Javier Lera, Aitziber Errazkin. 

Si Segura volvió a abrir la lata del exploit cómico del cine de familias de vacaciones de vieja tradición patria desde los años 60, son ya varias las películas que le han mejorado la fórmula aunque siempre por detrás de sus reveladores y deprimentes grandes resultados de taquilla.

Se entienden a la vista del público y su reacción interactiva que nos acompañaba ayer en la sala donde vimos esta Odio el verano que, como muchas otras, parte de una buena premisa de comedia, a saber, la confusión y el caos que reúne en un mismo chalet de la costa canaria de film commission a tres familias dispares para pasar sus vacaciones, para ir desperdiciándola poco a poco en aras de un buenrollismo de manual conciliador para tiempos de cuñadismo y empoderamiento mochufero (que diría Santiago Lorenzo).

Con todo, y muy por encima de las sagas del amiguete, la cinta de Mediaset que pilota el especialista Fernando García-Ruiz (no hace ni un mes que estrenó Mala persona) sobre un guion de David Marqués (Campeones) se escapa viva gracias a las prestaciones de un elenco coral bien ensamblado y equilibrado que no permite protagonismos más allá de su entrada y salida por el foro, ni siquiera a un Julián López que empieza a cansar ya como relevo de Dani Rovira y al que nunca nadie le ha vuelto a escribir un personaje tan glorioso como el Juancarlitros de No controles. A su lado, Álamo, Alterio, Sánchez, Miró e incluso una desubicada Botto le ponen carne y gracejo a esas tres familias con niños dispuestas a librar su particular lucha y reeducación de clases en aras de la terapia colectiva y de una despedida por todo lo alto que, al margen de su buenismo catequista, deja algunos running gags para el recuerdo y un puntual espíritu procaz que reivindica los veraneos como espejo deformante para la España precaria y mediopensionista.    

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