El ocaso de la eurozona
El periodista Gavin Hewitt presenta en 'Europa a la deriva' la crisis como un duelo entre el norte frugal y un sur derrochador.
Europa a la deriva.Gavin Hewitt. Trad. Dimitri Fernández y María Hernández. Alianza. Madrid, 2013. 360 páginas. 18 euros.
He aquí un libro notable, aquejado sin embargo de una extraña y singular inconsecuencia. Inconsecuencia que no reside tanto en lo que se dice, sino en el número y la importancia de los asuntos que se omiten. Europa a la deriva, cuyo título original es The lost continent, es una crónica documentada y efectista de la crisis mundial, centrada fundamentalmente en Europa. Y con mayor precisión, en la Europa continental. Y dentro de la Europa continental, en los países del sur, cuyo derroche ha propiciado, según Gavin Hewitt, periodista de la BBC especializado en Europa, el abatimiento y la penuria en la que nos hallamos inmersos. Asunto muy diferente, pero no menor, es averiguar si el título rinde homenaje a la Atlántida, el continente perdido que Verne imaginó en las cercanías de las Canarias, o a The lost world de Conan Doyle, donde aún nos era dado ver algún pterodáclico antediluviano. En cualquier caso, se trata de seres y civilizaciones en vías de extinción.
¿Cuáles son estas omisiones mencionadas más arriba? En primer lugar, hagamos una matización que Hewitt, misteriosamente, no ha hecho. Europa a la deriva es un libro sobre la crisis del euro y la Eurozona. Un libro cuya tesis última, compartida con un buen número de economistas a uno y otro lado del Atlántico, es que la moneda única ha resultado ser un fracaso en el que diversas economías, de muy distinto potencial y grado, se han visto impelidas a una situación insostenible. Paul Krugman, Nobel de economía citado profusamente en estas páginas, lo ha advertido en multitud de ocasiones: la disciplina del euro impide la devaluación de las viejas divisas nacionales, y en consecuencia, uno de los mecanismos tradicionales para paliar y sortear los problemas de deuda. En cualquier caso, y volviendo al asunto que nos ocupa, Hewitt no menciona, salvo muy vagamente, el origen de la crisis. Un origen que, como bien sabemos, no está en los problemas judiciales de Berlusconi, en la burbuja inmobiliaria española e irlandesa, en la parva economía lusa, ni en la ineficacia del funcionariado griego. Cuestión muy diferente es que la crisis financiera haya revelado y agravado dichas deficiencias nacionales. Pero en ningún caso se trata, como pretende Hewitt, de un asunto privativo de la zona euro, de donde queda excluida Gran Bretaña, a la que apenas se menciona en estas páginas, excepto para hablar de "los distantes ingleses", en referencia a la delicada posición del Reino Unido en las cuestiones de integración europea (véase a este respecto Los hechos son subversivos de Timothy Garton Ash). Más aún, en esta obra no se menciona el carácter especulativo, ni las propias entidades financieras que se hallan en el origen de estos problemas. ¿Por qué?
Hewitt prefiere presentar esta compleja crisis mundial como un duelo agónico entre el norte frugal y un sur derrochador y poltrón, trufado por la ineficacia. Vale decir, entre la ética protestante de Weber y el perdón infinito de las iglesias latinas, tan ponderado por Chesterton. Puede que Hewitt tenga razón. Pero también es probable que se equivoque. No deja de ser curioso, en cualquier caso, que cuando Hewitt habla del ejemplo alemán, de su voluntad de sacrificio y ahorro -en contraposición a los países del sur-, remita constantemente a las dos reconstrucciones alemanas y al periodo de la hiperinflación que acabó, como sabemos, con Adolf Hilter en el Reichstag. En cuanto a la segunda reconstrucción, sobra decir que fue el Plan Marshall, y no la contención presupuestaria, lo que propició el deslumbrante resurgimiento del gigante germano. En cuanto a la primera, y al periodo inflacionario de entreguerras, se hace necesario remitir a Hewitt a la obra de un compatriota suyo: Las consecuencias económicas de la paz (1919), del economista británico John Maynard Keynes. Ahí Keynes señala, con abrumada certeza, que el estrangulamiento de Alemania, exigiéndole el pago de una deuda inasumible, aumentaría el paro, la inflación y la penuria que auspiciaron, años más tarde, el triunfo del totalitarismo nazi. Cabría preguntarse, pues, por qué omite esto Hewitt. Por qué no subraya que Maynard Keynes, lejos de asediar a un país abatido y en ruinas, pretendió -sin éxito- contribuir a su reconstrucción, para que pudiera saldar sus deudas. Por qué, sin embargo, destaca la hiperinflación a la que dio lugar esta situación oprobiosa. Por qué, en fin, no recuerda, como sí hace Ángela Merkel en referencia a Goldman Sachs, que "los bancos que ya nos empujaron al borde del abismo también intervinieron falsificando las cifras griegas". Es algo que el lector no puede dejar de preguntarse. Al cabo, un periodista no tiene por qué leer tratados de economía. Sí debe, en cambio, decir por qué se pierde un continente perdido. Y eso es lo que no se hace en esta Europa a la deriva (The lost continent).
Por lo demás, y aparte el legítimo euroescepticismo del autor, el libro es una obra interesante y bien informada, que se lee con una vertiginosa y creciente desazón. Como una novela de Agatha Christie donde no comparece, donde no se buscara en absoluto al malhechor.
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