Un nuevo amor con Portugal

Tras más de una década de alejamiento de su país natal, con controversias de trasfondo religioso, Saramago volvía a ser objeto de homenajes y reconocimientos

Emilio Crespo (Efe) Lisboa

18 de junio 2010 - 14:45

Tras más de una década de alejamiento de Portugal, José Saramago vivía una nueva pasión otoñal con el país que le vio nacer, adornada de homenajes y reconocimientos e inmune a la polémica religiosa y política que rodeó sus obras.

El autor contemporáneo más universal de las letras lusas, fallecido hoy, nunca dejó indiferentes a sus compatriotas, entre los que era fácil detectar dos actitudes contrapuestas, la aversión o la admiración, aunque siempre mezcladas con el reconocimiento de que no había otro escritor portugués vivo con mayor proyección mundial.

Sólo sus críticos solían decir que Saramago era menos apreciado en su propio país que en la vecina España, donde se refugió desencantado por la censura de la que se sintió víctima en los años noventa. Pero hasta sus más cercanos admiradores reconocían que al otro lado de la frontera lusa era, en cualquier caso, mucho menos controvertido.

Frente a la estela de polémica que dejaron su marcada militancia comunista y sus ácidos comentarios políticos, el Saramago anciano y dulcificado de la última década logró, como ningún otro, ser profeta en su tierra y estar por encima del bien y del mal que tanto retrató en sus novelas.

Dos de sus libros de mayor carga religiosa, El Evangelio según Jesucristo (1991) y Caín (2009) marcan un antes y un después en la percepción portuguesa del irreverente novelista, que con la primera obra conmocionó al Portugal católico de la época y con la segunda apenas cosechó un ramillete de comentarios desdeñosos.

El largo desencuentro de Saramago con su país natal se desencadenó con las reacciones a la publicación del Evangelio un libro denostado por políticos e intelectuales católicos lusos y hasta por el Vaticano. El autor se sintió censurado cuando la presentación de su obra a un premio europeo fue vetada desde el Gobierno conservador de la época, que presidía el hoy jefe de Estado portugués, Aníbal Cavaco Silva.

Pero casi dos décadas después ese mismo Portugal católico se conmovió poco con el irreverente Caín y las provocadoras declaraciones de su autor, que calificó al Dios de la Biblia de "mala persona y vengativo" y a las Sagradas Escrituras de "libro terrible y sombrío" y manual de "malas costumbres". Entre la publicación de ambos textos, en Portugal, uno de los países más católicos de Europa, se habían aprobado ya las leyes más progresistas de su historia sobre el aborto, el divorcio y el matrimonio homosexual.

Saramago, refugiado en Lanzarote, en las islas Canarias, con su esposa española, la periodista Pilar del Río, no dio por cerrado el episodio que le distanció del Portugal conservador hasta 2004, después de que el entonces primer ministro del centro-derecha luso y ahora presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, hiciera un desagravio público al escritor.

Pese a todo, Saramago nunca se consideró peleado con su país y más de una vez parafraseó a otro inmortal escritor luso, Fernando Pessoa, para afirmar que su verdadera patria era la lengua portuguesa. Con todo, fue en su "patria chica", el pequeño pueblo de Azinhaga que le vio nacer en 1922, donde se escenificó el verdadero reencuentro del Nobel con Portugal.

Con motivo de su 84 cumpleaños, Saramago presentó allí en 2006 las Pequeñas memorias, una obra única en su trayectoria literaria en la que desgrana con fidelidad los recuerdos de la niñez y el alma del Portugal profundo en el que vivió sus primeros años. El pueblo entero, de menos de dos mil habitantes, salió a la calle para tributarle el homenaje más cariñoso que había recibido hasta entonces el Nobel en su propia patria, con abrazos de viejos conocidos, discursos, banda de música y una gran cena popular a base del típico leitao (lechón) luso. "Sin los años que viví aquí no sería la persona que soy ahora", afirmó un emocionado Saramago, al que su pueblo natal ya nunca dejaría escapar.

Desde aquel año se repitieron las muestras de afecto: primero una estatua en su honor, luego dos calles -con su nombre y el de Pilar del Río- y meses más tarde una emotiva ceremonia de hermanamiento con otras dos localidades que han marcado la vida del escritor: Tías, el pueblo canario donde fijó su residencia, y Castril, de donde es oriunda su esposa andaluza.

Además del homenaje casi familiar de su pueblo, Saramago, vivió un momento culminante de su reconciliación con Portugal con la presentación en Lisboa de la gran exposición hecha en España sobre su vida y su obra. El primer ministro luso, el socialista José Sócrates, junto a varios miembros de su gabinete y el ministro español de Cultura, César Antonio Molina, arroparon a Saramago en abril de 2008 en la inauguración de la magna muestra dedicada al Nobel en el emblemático palacio lisboeta de Ajuda.

Los homenajes literarios, los seminarios y premios en su honor y hasta los estrenos cinematográficos de sus novelas proliferaron como nunca en el mundillo cultural de Portugal, donde Saramago se había convertido en un referente para la nación lusitana.

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