"La novela negra puede hacer que lo social llegue mejor al lector"
Rosa Ribas. Escritora
La autora y Sabine Hofmann cierran con 'Azul marino', publicada por Siruela, la trilogía de Ana Martí, ambientada en la Barcelona de los 50.
-"Gracias a Juan Ribas por los recuerdos, por las historias". ¿Era su padre, su abuelo...?
-Digamos que mi padre ha sido nuestro informante principal: aparte de toda la biografía que hemos consultado, su memoria excepcional ha sido fundamental para meternos dentro de la época. Se acordaba de dónde te dejaba el autobús si ibas a Esplugues, por ejemplo, y de cómo era el paisaje; o de la Diagonal sin urbanizar... En todas las novelas nos ha estado dando esos toques. Dedicarle la serie era una acto de justicia.
-Azul marino cierra la trilogía de Ana Martí, y vemos en el personaje toda una evolución. La facilidad con las palabras, que un principio se presenta como su tabla de salvación termina siendo ahora una especie de trampa, al ser más consciente de la censura, del peso de la realidad...
-La madurez del personaje es acorde con los tiempos, y aquí, al final de los 50, aparece casi resignada. Ella sigue peleando, intentando abrirse camino y se encuentra por ejemplo con Lawrence, que viene de otro mundo, y es consciente de que, al contrario que su profesor de inglés, ella no se puede ir cuando quiera. Nota esa insatisfacción que quizá no ha querido ver, y se da cuenta de no tiene fácil irse pero que tampoco está haciendo lo que quiere. Su trabajo no es, desde luego, el ideal del periodismo, pero es lo que hay. Y es lo que nos encontramos al final de esa década: una mejoría económica que hace más soportables las cosas, cierta sociedad de consumo, pero resignación generalizada ante un sistema que no va a cambiar. A esas alturas, Ana es una periodista hecha y se nota, pero está llegando a sus límites... No puede evitar actuar como la mujer de Barbazul: ¿si no querías que entrara, podría ser su pregunta, para qué me has dado la llave?
-En la novela tiene peso específico la presencia de la VI Flota en Barcelona: la foto de la portada, de hecho, es de un local de 1953.
-Hasta los 80, la VI Flota atracaba regularmente en el puerto, y su presencia cambió por completo la fisionomía de los barrios portuarios. La prostitución era importante, sí, pero también la venta de cervezas, vino o, como se dice, el contrabando de tabaco: todo nacido alrededor de ellos. Recuerdo haberlos visto pasear por las ramblas, e impresionaba mucho, con esos uniformes, tan grandotes.
-La historia se vertebra en torno al asesinato de un marine y el supuesto suicidio de una costurera. Ana Martí conoce los casos y se topa con un elemento común en la realidad de las páginas de sucesos de la época: el horror que había tras un crimen podía ser aún más terrible que el crimen en sí.
-Exacto. El background era lo peor, aunque el crimen tuviera bastante horror en sí mismo. Aunque fuera el simple suicidio de una chica, cuando entrabas en los porqués podías quedarte espantado. Sirve para mostrar la sociedad de la época, también la nuestra. La doble moral imperante, la ceguera consentida, la estupidez.
-Para espanto, pocas historias como la que recoge o sugiere el hogar de acogida...
-El hogar en Esplugues existió, aunque lo que presento está inspirado en relatos de gentes que estuvieron en varios hogares de acogida para niños de reclusas, de rojas, mujeres caídas. Esos centros, esa situación, despertaban unos instintos sádicos tremendos. No he querido remover mucho, simplemente presentar una imagen y que el lector llegue a sus propias conclusiones, aparte de las del punto de vista de la protagonista. Simplemente he querido mostrar lo que se veía cada día, una jornada normal. Lo que sí puedes pensar es que, si eso era lo bueno, cómo sería lo malo. Con estos casos uno intenta contener la truculencia: el horror que sientes cuando te documentas no lo quieres transmitir en bloque, sino que vaya llegando solo. Es una de las partes más delicadas.
-¿La novela negra actúa como la gran novela social?
-Yo creo que sí. Haces una radiografía social casi de manera inevitable. Hay un motor de intriga, claro, pero en el fondo lo que es interesante es lo que está detrás. Por dónde te mueves, por dónde haces caminar a los personajes... Todo eso te permite mostrarlo mucho mejor que si te limitaras a una narración que cuenta puramente lo social. Así tienes al lector mucho más implicado, más atrapado. Lo tienes entretenido con el enigma y le vas dando información, y creo que así le llega con más intensidad.
-Aparece Francisco González Ledesma como secundario. Un ejemplo, como el padre de Ana, de resistencia en la bondad.
-El mismo padre de Ana está inspirado en González Ledesma. Es el homenaje que podía hacer, con el que dar la clave de lo que era, la clave de muchos que fueron como mi padre y González Ledesma que tuvieron que hacer otras cosas para sobrevivir: represaliados, depurados, como quisieran llamarlos. En el mismo capítulo, por ejemplo, también salen mis abuelos, que tenían un puesto en La Boquería. Siempre lleno la novela de pequeñas imágenes que no quiero perder, y ésta era una especie de última oportunidad de permitirme guiños. En el caso de Ledesma, creo que convertir a un escritor en personaje de novela es el mejor homenaje posible. Además, pienso que para que una novela tenga poso hay que mezclar realidades distintas, que no haya una sobrecarga de datos históricos y que lo que salga contribuya a que vivas la época.
-En la historia hay un personaje especialmente complejo: el inspector Isidro Castro.
-Que ha crecido muchísimo. En Don de lenguas nacía como personaje funcional, aunque ya entonces se desarrolló, hasta el punto de que para algunos lectores el coprotagonista era él, y ahora es claramente el coprotagonista, las dos voces que mueven la novela son las de Ana y Castro. Es un antagonista real, con muchas luces y sombras, y esa era la idea al crearlo. Como autora, es de esos personajes que disfruto. Otra cosa que hemos disfrutado mucho es que ninguna de las novelas de la serie se parece a las otras: no se repiten ni los temas, ni los patrones, ni el tono... Había mucha libertad de acción.
-Toda la trilogía se ha escrito a dos manos, junto a Sabine Hofmann. Como alemana, ¿cuál es su visión de la época?
-Ha habido muchas cosas que ha descubierto con asombro. Por ejemplo, que en 1952 todavía tuviéramos cartillas de racionamiento, cuando la recuperación alemana fue tan brutal... Alguien que viene de una región protestante se pasma ante la veneración por los santos y por los niños santos, todo le resultaba muy gótico. Y luego está la relación con los estadounidenses, que fueron vitales en el milagro económico alemán y para la aceptación del régimen franquista desde el puro aislamiento.
-En una metaestructura social y cultural tan férrea como la del franquismo, ¿cómo era posible la existencia de versos sueltos, de mujeres como Ana Martí?
-Por una cuestión de mucha fuerza de voluntad, de empecinamiento: no dejar que te obnubilen, que te desmoralicen ni pongan en duda tu juicio. Hubo muchas mujeres excepcionales a las que se ha olvidado y se ahogaba en lo que consideraban excentricidades. Lo de excéntrica era la calificación más común. Y si destacabas demasiado, fuera. Había que tener muchas ganas y muchas claridad mental para no dejar que te ningunearan. Aunque hoy en día a veces parece que en vez de ser consciente de todo esto y evolucionar, se involuciona.
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