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La novela picaresca

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'El Buscón en Las Indias' (2019), de Alain Ayroles y Juanjo Guarnido, continúa con 'Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos' allí donde lo dejó Francisco de Quevedo en 1626

Detalle de una viñeta de la obra.
Gerardo Macías

26 de febrero 2020 - 06:00

La ficha

'El Buscón en Las Indias'. Guion: Alain Ayroles. Dibujos: Juanjo Guarnido. Norma Editorial, 2019.

Durante el Siglo de Oro español apareció la novela picaresca, un subgénero literario que surgió como rechazo al idealismo renacentista, y para criticar a la sociedad española. Con La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades asistimos a la primera gran expresión de este subgénero, que tuvo un gran éxito durante el XVI y el XVII.

Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños (1626) es una de las grandes obras de la picaresca y tuvo un éxito impresionante en su época hasta el punto de que Quevedo prometió escribir una segunda parte, en la que Don Pablos continuaría sus aventuras en las Indias. Un libro que no llegaría a escribir, pero que ahora se ha hecho realidad en el cómic El Buscón en las Indias, del guionista Alain Ayroles y el dibujante Juanjo Guarnido. En el cómic hay muchas referencias al original, como flashbacks de la infancia de Don Pablos y algunas desventuras que le ocurren realmente en la novela. Cuando Don Pablos llega a Las Indias, El Dorado no es el centro de la historia sino una metáfora de cómo la selva esconde sueños. Y si la selva se quema, también se queman los sueños.

Alain Ayroles (Lot, Francia, 1968), antes de Don Pablos, había pensado en otro protagonista: Don Quijote criando llamas en Perú. Pero a Juanjo Guarnido (Granada, España, 1967) le pareció una afrenta a Cervantes. Entre las dos partes de Don Quijote de la Mancha de Cervantes hubo muchos apócrifos, entre ellos el de Avellaneda, que tuvo gran éxito, y eso le sentó fatal a Cervantes, que mató al personaje para evitar que otros se aprovechasen de él.

En la literatura francesa clásica no existe la figura del pícaro, así que Alain Ayroles tomó sus propias referencias: Jack Crabb, personaje interpretado por Dustin Hoffman en Pequeño gran hombre (Arthur Penn, 1970); los spaghetti western de Sergio Leone; el protagonista de Tartufo o el impostor (Molière, 1664)...

Alain ha querido ser fiel al estilo de la picaresca y de Francisco de Quevedo, con un relato en primera persona, usando el lenguaje arcaico y el verso. Alain domina el francés del Siglo XVII y escribe en versos alejandrinos con facilidad pasmosa. Guarnido lo tradujo tomando citas de muchas novelas de la época, como La vida de Lazarillo de Tormes y La vida del Buscón.

Trabajar con un guionista que también dibuja, como Alain Ayroles, ha sido una gran ventaja para Juanjo Guarnido, porque Ayroles hace storyboards a sus dibujantes. Tardaron diez años en hacer este cómic. Juanjo Guarnido estuvo tres años y medio dibujándolo a lápiz sobre papel de plástico de poliéster, que antes usaban los aparejadores y se utilizan para imprimir planos de dibujos industriales. La superficie es completamente lisa, por lo que el lápiz se resbala, y el resultado parece un grabado. Guarnido reprodujo ese lápiz con tinta sepia, y sobre ese acabado dio color con la acuarela.

Destaca la portada hecha al óleo de un metro cuarenta de alto por uno de ancho. Guarnido tuvo que pedir ayuda a Alex Alice, dibujante de cómics que le dio clases de pintura. Para reproducir la portada, se necesitó un fotógrafo especializado en cuadros de museo. Guarnido hizo un retrato al estilo Barroco, pero sin imitar a Diego Velázquez. Quevedo no describe a Don Pablos en la novela, pero cuenta que recibe un navajazo en la cara, así que debería tener una enorme cicatriz. Como eso le habría dado un aspecto demasiado reconocible cuando se disfraza, Guarnido se tomó la pequeña licencia de eliminar la cicatriz, tras años de bocetos antes de dar con su aspecto de gamberro pero, a la vez, encantador.

Vemos a Velázquez pintando Las Meninas. Se trata de un guiño a la época histórica, que rápidamente se convierte en fundamental, porque en esta historieta, el punto de vista de los protagonistas es esencial, como le pasa a Diego Velázquez en este cuadro. Para poder documentarse, los autores fueron a ver Las Meninas al Museo del Prado, pero no les permitieron hacer ninguna foto al cuadro.

Encontramos en este cómic algunos personajes con el rostro de grandes actores clásicos del cine español, como por ejemplo Alfredo Landa. Es un juego con el lector que Uderzo hacía a menudo en los álbumes de Astérix el Galo.

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