Una novela filmada
Perteneciente a una generación que en Córdoba, su ciudad natal, ha dado y sigue dando un número sorprendentemente alto de poetas estimables, Salvador Gutiérrez Solís es de los pocos que entre ellos se ha dedicado a la narrativa, aunque su estrecha amistad con Pablo García Casado -con el que comparte una web, la pasión madridista y otras muchas afinidades electivas- permite verlos a ambos como una pareja literaria de hecho que lo mismo se expresa en verso que en prosa, siendo Gutiérrez Solís el responsable de este último negociado.
La ya dilatada trayectoria narrativa del autor cordobés contiene tres líneas claramente diferenciadas. Una experimental, representada por novelas rompedoras como Spin off (2001) o Más decien bestias atrapadas en un punto (2003); otra satírica, que comparece en los títulos protagonizados por su alter ego Germán Buenaventura, el narrador desprejuiciado y gamberro de La novela de un novelista malaleche (1999), El batallón de los perdedores (2006) y Guadalajara 2006 (2007); y una tercera, más abierta al gran público, representada por El sentimiento cautivo (2005), donde se atenía a un patrón narrativo más convencional para dejarnos una conmovedora historia de transgresiones y silencios en el tiempo de la dictadura. En su nueva novela, sin duda la mejor que ha escrito hasta la fecha, el autor persiste en esta última línea pero sin renunciar a la inquietud formal que ha caracterizado su trabajo desde los inicios, como buscando un punto de equilibrio entre la legibilidad y la autoexigencia.
Eloy Granero es un hombre mimado por la vida que ha heredado un emporio comercial en expansión, los Almacenes Granero, y se limita a ejercer el papel que se espera de un alto ejecutivo, con aparente dedicación pero sin entusiasmo, indiferente a un destino de triunfador que no le provoca grandes emociones pero al que ha acabado por resignarse. Tiene una afición, la fotografía, y un oscuro secreto de juventud. Tiene una oculta admiradora, Claudia, la encargada de la tienda de revelado donde acostumbra llevar los carretes, que sigue en silencio las evoluciones de su vida desde hace veinte años. Tiene un lado salvaje que le arrastra a cometer crímenes atroces, archivados en una colección de carretes sin revelar que representan la faceta monstruosa de un hombre aparentemente banal.
La historia, por sí misma, pese a su truculencia, no tiene nada de extraordinario. Es el modo como está escrita y contada lo que la hace atractiva. Gutiérrez Solís se sirve de procedimientos cinematográficos para descomponer la trama en secuencias que no siguen un orden cronológico, de modo que es el lector, sabiamente conducido, el que va recomponiendo los tiempos alterados de la narración. El entorno cotidiano del protagonista, sus rutinas y desvaríos, están descritos con minuciosidad casi obsesiva, lo que confiere verosimilitud a una historia que de otro modo caería en el ámbito de lo improbable. La perspectiva fría y desapasionada del narrador, absolutamente distanciado de unos hechos que no se permite juzgar, es el otro aspecto que contribuye a hacer creíble la doble vida de Granero, un ser odioso y despreciable que no responde al prototipo de asesino en serie.
Hay elementos de novela negra, pero la historia, que tiene también un inequívoco trasfondo social, trasciende el cliché de género. El autor ha cuidado al máximo el retrato de personajes -la madre dominadora, la hermana preterida, los amigos y cómplices-, caracterizados de manera sobria y eficaz, de acuerdo con una cierta tradición realista de marcado sabor norteamericano -Bret Easton Ellis, Don DeLillo, Saul Bellow o Raymond Carver se asoman a la novela desde citas oportunamente dispuestas que no son sólo decorativas- a la que Gutiérrez Solís, como García Casado en sus poemas, no duda en acogerse. No es una novela negra en sentido estricto, entre otras cosas porque la intriga no se resuelve o desemboca en un final abierto, pero el autor consigue mantener el interés hasta la última página. Lo hace gracias a la originalidad de la técnica documental empleada, que anima a ir encajando los fragmentos sueltos de la trayectoria del protagonista o a recomponer el orden de su memoria selectiva, y también gracias a un lenguaje fluido que parece sencillo pero en el que cada frase desempeña un papel preciso, como pieza de un complejo engranaje. No hay reflexiones, sólo hechos desnudos, suficientes para dar forma a una novela que cuenta mucho más de lo que dice.
Salvador Gutiérrez Solís. Destino. Barcelona, 2009. 300 páginas. 18,50 euros.
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