Norman Jewison, un gran director en tiempos de gigantes
OBITUARIO
El director, fallecido a los 97 años, alcanzó su consagración con la obra maestra 'En el calor de la noche' (1967) que obtuvo cinco Oscar y un inmenso éxito
Fue grande en un tiempo de emergencia de gigantes que quizás, con el paso del tiempo, difuminaron injustamente su recuerdo
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El cine 'apasionado'
Como otros grandes realizadores coetáneos -Lumet, Pollack, Edwards- Norman Jewison, fallecido a los 97 años, empezó su carrera en la televisión, alcanzando el éxito como realizador de Your Hit Parade y The Andy Williams Show y sobre todo con The Judy Garland Show en 1961, con la participación de Frank Sinatra y Dean Martin. Se convirtió en director de cine cuando Tony Curtis y Janet Leigh, propietarios de la Curtleigh Productions, le encargaron la dirección de Soltero en apuros (1962) que le abrió las puertas para dirigir dos comedias de Doris Day –Su pequeña aventura (1963) y la estupenda No me mandes flores (1964)- a las que se sumaría El arte de amar (1965). En tres años se había consagrado como director de comedias. Pero pretendía otra cosa.
La oportunidad se presentó cuando en 1965 se le ofreció la dirección de El rey del juego después que el productor Martin Ransohoff despidiera a Sam Peckinpah. Era un poderoso drama con un reparto de lujo -Steve McQueen, Edward G. Robinson, Ann-Margret, Karl Malden- que obtuvo un éxito y reconocimiento crítico que le permitió, tras una incursión en la comedia política con ¡Que vienen los rusos! (1966), montar un proyecto personal que respondiera a su perfil ideológico progresista: En el calor de la noche (1967), una obra maestra que supuso su consagración. El guión de Stirling Silliphant, basado en una novela de John Ball, creador de la serie del detective negro Virgil Tibbs, las interpretaciones de Sidney Poitier y Rod Steiger, la fotografía de Haskell Wexler, el montaje de Hal Hasby y la dirección de Jewison le granjearon cinco Oscar y un inmenso éxito. Tras ella -fue un explorador de géneros- viró a la comedia sofisticada, incluso a la más sofisticada de los años 60, con El caso de Thomas Crown (1968), fusión entre la comedia policíaca y la sentimental para la que creó un diseño visual pop con pantallas partidas y la atmósfera idónea para que explotara en pantalla el poder de seducción de Steve McQueen y Faye Dunaway.
Con El violinista en el tejado (1971) se atrevió con el género entonces más en decadencia, el musical, dándole el que junto a Cabaret, sería su último éxito, al adaptar el que fue inmenso éxito en Broadway en 1964, basado en los cuentos yiddish de Sholem Aleichem, con música de Jerry Bock, libreto de Joseph Stein y coreografía de Jerome Robbins. Jewison, apoyándose en las soberbias orquestaciones de John Williams, que contó con el violinista Isaac Stern, y la personalidad de Topol, le dio una fuerza musical y visual, una naturalidad y espectacularidad que el género había perdido y nunca recuperaría. Su éxito le llevó a dirigir otro inmenso éxito musical, en este caso nacido en el West End: Jesucristo Superstar (1973), con resultados estimables pero inferiores a su anterior película y sobre todo a la puesta en escena teatral.
Los 60 y los primeros 70 fueron sus años mejores. Tras ellos dirigió en su larga carrera obras estimables siempre tocando todos los géneros: el procesal en Justicia para todos, el policíaco en Agnes de Dios, la comedia en Hechizo de luna -su mayor éxito en esta etapa- o la biografía en Huracán Carter. Fue grande, muy grande, en un tiempo de emergencia de gigantes -Coppola, Allen, Scorsese, Spielberg- que quizás, con el paso del tiempo, difuminaron algo, injustamente, su recuerdo. Y no se olvide su excepcional instinto y talento para la elección de los compositores de sus películas: Lalo Schifrin, Michel Legrand, Quincy Jones, Georges Delerue, Henry Mancini o John Williams escribieron algunas de sus mejores partituras para él.
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