A partir de aquí ya todo es futuro

Nocturama 2024

Nocturama se ha despedido de Sevilla con una gran brillantez. Echaremos de menos este festival

Los chicos buenos

Nocturama 2024 dice adiós a Sevilla después de 20 años

julia de arco
julia de arco / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

La vida nos depara momentos muy irónicos y uno de ellos tuvo lugar anoche mismo, cuando la última canción que sonó en directo en la última edición de Nocturama decía: algún día lo dejo, pero hoy no es ese día. Tristemente, sí que lo era. Hoy era el día en el que Nocturama lo dejaba todo; hoy era el día en el que Nocturama dejaba de existir. julia de arco (siempre su nombre artístico en minúsculas) leyó la despedida de David Linde, director del festival, agradeciendo su apoyo a diestro y siniestro antes de que la frase postrera: desde este momento Nocturama ya es historia, diese paso al sonido de los tapones de las botellas de cava descorchadas para brindar por que de su semilla florezca algo de gran porte.

La duración de los conciertos de la primera noche de este último Nocturama, en la sala Malandar, debió ser justo la contraria; los apenas 45 minutos del concierto de Ruido Clavel se me hicieron cortísimos mientras al final del de Guadalupe Plata, que duró casi el doble, me parecía estar escuchando muchos acordes y riffs que ya había escuchado un rato antes. Otra enorme diferencia fue que lo que cantaba Helena Amado eran historias hechas coplas de los maestros Quintero, León, Valverde, y lo que Perico de Dios cantaba eran apenas esbozos de letras que servían solo como apoyo vocal, usando la voz como si fuese otro instrumento musical, a los ejercicios de estilo de Guadalupe Plata.

Que a mí esta banda no me disloque no quiere decir que considere que no tiene calidad ni que me extrañe que mueva a tantos seguidores -esta noche misma la sala mostraba más del triple de público con ellos que con Ruido Clavel-, también reconozco que Perico es un gran guitarrista y que en España hay pocos baterías a la altura de Carlos Jimena, pero creo que el rock and roll del siglo 21 debe tener un estilo entre respetuoso y cachondo, en el que la música y la melodía se den la mano amigablemente y se la suelten después para abofetearse, y esto no lo consigue nunca el dúo de Úbeda -respaldado aquí en las primeras piezas por un tercer componente a las percusiones sobre una botella de anís- mientras que Helena Fernández y Pedro Rojas-Ogáyar lograron que la copla y el noise mostrasen su amor con besos sensuales y al rato la primera llevase en sus entrañas al segundo como enemigo.

Helena Amado, de Ruido Clavel
Helena Amado, de Ruido Clavel / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

La zambra de Antonio Vargas Heredia, Doña Mariquita de los Dolores, la Encrucijada; Imperio Argentina, Juanita Reina, Marifé de Triana, glorificadas; los Ojos verdes y Ay pena penita pena llevadas a otro tono, a otro mundo, más cercano a la excelencia finisecular de Nick Cave que al imaginario popular de Concha Piquer y Lola Flores. El culpable de esa transgresión expresiva sospecho que es Pedro G. Romero, comisario de este proyecto de Ruido Clavel, así como de la resurrección de un par de piezas arcaicas como Un gitanillo granuja y La pena, pena; la primera de estas con un ritmo entre de tango y de vals terminada con la batería llena de furia incontenible. Bueno, quizás es demasiado llamar batería a este set ante el que Helena se sentó cuando cantó, recordándonos a Manolo Caracol, el Compañera y soberana que le escribieron Quintero, León y Quiroga, enormemente presentes esta noche, compuesto de goliat, caja y platillo, pero es que ella mostró sus virtudes como percusionista tanto ahí, como con las castañuelas y hasta con el ruido del abanico acompasado a su cante. La segunda la empezó la guitarra de Pedro como si fuese la intro de la banda sonora de un spaghetti western para que Helena la siguiese por Pastora Imperio y como la Virgen del Pilar no quiso escucharla porque no era de su tierra, venirse a ver a la Macarena, esa virgen tan hermosa que quita las penas a esta pobre sevillana, poniéndose lágrimas en la cara mientras Pedro alternaba su maravilloso toque con gritos de Macareeeena, guapa, guapa y guapa y Helena terminaba usando la caja como un tambor de banda de semana santa. Cuando otra cabalgada salvaje de guitarra y batería puso el punto final todos nos quedamos con ganas de mucho más.

Perico de Dios, de Guadalupe Plata
Perico de Dios, de Guadalupe Plata / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

Guadalupe Plata comenzó con canciones de su último disco, el del año pasado: No hay a donde ir, interpretada de forma más lenta de lo habitual, La cigüeña, Al infierno que vayas, para ir metiendo después todas las que han marcado su carrera, Milana, Lo mataron, Tengo el diablo en el cuerpo, Calle 24, Huele a rata encadenada a Rata a través de un pequeño recorrido instrumental sobre El cóndor pasa; con la guitarra pantanosa y pasional, omnipresente, de Perico, unida a la espectacular manera de tocar la batería de Carlos, en ese culto al rock y al blues de los orígenes, en un universo musical que no es nada propenso a expandirse. Los dos son músicos virtuosos de impecable gusto, que no abren nuevos caminos a través de un territorio trillado ni exprimen nueva vida a través de piedras angulares de la música de las tres décadas sobre la que basan la suya.

La noche del viernes el escenario de la sala Malandar se cambió por el de la sala CITE del Cartuja Center, de donde se retiraron las butacas para que el recinto quedase totalmente diáfano, como cualquier otra de las salas comerciales. Ana Chufa era el punto focal de la banda que apareció, The New Deal, llena de músicos de amplia trayectoria en nuestra ciudad: Goyo, que convirtió su batería en la columna vertebral de la banda apoyado por el bajo del Pera; más desapercibidos Guillermo en los teclados y Franquito a la guitarra rítmica, además de Juano Azagra, convirtiendo su guitarra en una máquina de lanzar acordes atractivos, tanto firmes como volubles. Desde la primera de las canciones The Wound, ya mostró su individualismo y flexibilidad para cerrarla con uno de esos solos, siempre incendiarios, que le señalan como uno de los mejores guitarristas sevillanos y su sonido es una de las partes más importantes de esta banda.

Juano Azagra y Ana Chufa
Juano Azagra y Ana Chufa / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

En el centro, ella, Ana Chufa, a la que no es suficiente describir como cantante melódica y suave porque el alcance de su arte va mucho más allá de lo que esta idea puede evocar. Esta noche parecía una Marianne Faithfull; su imagen sesentera, su ropa, sus canciones; no podíamos decir que estaba sumergida en el Swinging London porque la música que la acompañaba más que de los Beatles parecía de Neil Young. Repasaron casi todo el disco Sick of love, el segundo de los que lleva lanzados desde que se constituyeron como banda estable; dos canciones, Bad Times y Baby Blue, posteriores a él y una anterior, The Lift, que formaba parte del primero de sus discos, She’s Back. Todas ellas historias basadas en lo que a Ana le ha pasado, en lo que ha pensado, lo que ha visto a su alrededor; en su manera de ver el mundo, en suma. Un universo de su propiedad a medida de su distintiva forma de cantar, de su agudísima voz y de su presencia, que proporcionó al concierto un enfoque dinámico a más no poder; música dulce y conmovedora cuando tocaba serlo, como esa Back to the Start que comenzó como un homenaje al She’s so Fine de las Chiffons para construir meticulosamente desde ahí una infecciosa melodía pop, y música tumultuosa cuando se desataba el power pop en canciones triunfantes como Free Again, en las que tocaba cambiar la guitarra acústica por la pandereta y convertir en danza los sinuosos solos de Juano.

Tampoco faltó un guitarrista de grandísimo nivel en la banda siguiente, Sr. Chinarro, porque allí estaba Isra Diezma, compañero de Juano en los All La Glory de los que nunca perdemos la esperanza de que vuelvan. Su guitarra rellenó perfectamente la estructura instrumental, a veces bastante esquemática de las canciones de Antonio Luque, y fue un perfecto contrapunto a la voz de este, protagonista destacada junto a él cuando cantaba con ese sello irónico tan suyo sobre Carlos Haya, héroe para unos y traidor para otros, en la canción de ese título que a mí me evocó también muchas cosas, porque anda que no he reparado yo riñones artificiales en el hospital malagueño nombrado como este personaje crucial en la masacre de la Desbandada, de una manera todavía más irónica; ya sabemos que la realidad supera a la ficción. No fue esta la única canción que la banda interpretó del nuevo disco de Sr. Chinarro, Cal viva, que fue recordado en una cadena de cinco eslabones que comenzó con El muelle 1, para seguir con esta de Carlos Haya y continuar con V de Victoria, Exvoto y Bufón. Antes habían quedado tres de discos anteriores y después fueron cayendo un montón de sus éxitos más claros y celebrados por todo el público congregado, Esplendor en la hierba, Los ángeles, María de las Nieves, Babieca, El rayo verde, Del montón, Una llamada a la acción, reflejos de una amplísima trayectoria plena de canciones de verdad, de las que, aun siendo lanzadas con una voz suave como la de Antonio, nos gritan desde sus versos. Un concierto de primer nivel.

Isra Diezma y Antonio Luque, de Sr. Chinarro
Isra Diezma y Antonio Luque, de Sr. Chinarro / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

Las canciones de Sr. Chinarro ganan mucho en musicalidad con esta formación actual, en la que además de Antonio e Isra, están Alfonso López, un bajista increíble, y Juande Jiménez a la batería; en las canciones del disco nuevo se les unió también a los teclados Sandra Rubio, miembro de antiguas formaciones chinarras y amiga de los tiempos sevillanos de Antonio, por lo que siempre aparece junto a él en los escenarios de nuestra ciudad. Entre todos establecieron el tono perfecto para unas increíbles letras, que tejían lo abstracto y lo absurdo en una forma parecida a la de Mark E. Smith o ese Bill Callaham que nos deprimía y obligaba a tragar la cerveza muy contritos en la espera previa de los conciertos, sonando en una play list que no me extrañaría nada en absoluto que hubiese preparado el propio Antonio. Pero después, su poder y presencia nos depararon una noche que quedará en el recuerdo firmemente incrustada por ser la forma precisa de cerrar el círculo de Nocturama, que comenzó hace veinte años con otro concierto de Sr. Chinarro, además de por ser, claro está, una clase magistral de música en directo.

El sábado se produjo el único sold out del festival, probablemente con el público que arrastró Israel Fernández, la figura más mediática de todas las que han participado en él. Todas las butacas del Teatro Alameda estaban ocupadas, aunque bastantes de ellas se fueron quedando vacías después, a medida que a sus ocupantes se les hizo evidente que ese espectáculo flamenco no era como el que ellos esperaban, ni mucho menos. Todo comenzó con Rocío Guzmán en el centro del escenario. Ataviada de negro, sobre fondo negro, prácticamente solo se apreciaban su cara y sus manos cuando inició el concierto con Tu pelo, una de las piezas que componen su disco Etc Cante Vol 1, interpretado aquí en su integridad de forma desafiante, emocionante y sin evitar cualquier elemento de esta obra, aunque pudiera resultar peligroso o poco placentero para el oyente: instrumentaciones depresivas, tratamientos sombríos, átonos, impulsos que solo mostraban el interior de las melodías; pero siempre su voz, entre escalofriante y conmovedora, por todas partes, sola, acompañada de las de un trío de coristas representativo de la viveza de las artes escénicas sevillanas, o sobresaliendo de la tormenta eléctrica que desataba Manu Prieto, que a veces arrasaba con todo el entorno, como en el demoledor final de Su trilla (de ellos), chirriante, cacofónico.

Rocío Guzmán
Rocío Guzmán / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

Rocío cogió letras de la música tradicional, de los cantos populares, para llevarlas a un universo distinto en el disco, acompañada de diferentes músicos y productores que convirtieron en realidad sus singulares sueños. En este concierto no estuvieron ellos, pero sí quedó plasmado todo lo que sus mentes elucubraron, incluso adquiriendo corporeidad en una de las piezas, precisamente la que era original de Rocío, sacada adelante en su grabación con los Califato ¾, llamada Vuestro Manuêh, y en el escenario con el bailaor Manuel Cañadas, que salió para apoyar con el movimiento de su cuerpo la herramienta esencial de Rocío, su voz, en una especie singular de bulería, que abrió la veda para que durante toda la velada los músicos y cantaores malearan, subyugaran, retorcieran este palo flamenco.

En Nuestra rosa, una milonga que Rocío aprendió de su abuelo, estuvo madura y reflexiva, alejada del caos de momentos como el de Su puñal, un cortapega secuencial de varios palos que le dieron al sin sentido una condición más expresiva que musical. En Mi petenera eran más reconocibles las raíces flamencas, en la voz sobre todo, porque Manu y ella siguieron con la necesidad de llevar al límite la propuesta del arreglo, sin concesiones de melodías amables.

Israel Fernández
Israel Fernández / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

A Israel Fernández se le acusa en ocasiones de que rompe la magia del cante porque es demasiado perfecto cuando ejecuta cada tercio con el que se pone; que quien nos pega el pellizco es el guitarrista que lo acompaña, sobre todo si es Diego del Morao. Pues esta noche nos lo pegó bien retorcío nada más salir y ponerse con las seguiriyas; y la guitarra la ponía Raúl Cantizano. Pero había más instrumentación todavía: otra guitarra, eléctrica esta, en manos de Carlos Pérez, el contrabajo de Marco Serrato, que nos recibió en la introducción; la batería de Borja Díaz y la consola electrónica de David Cordero. Israel trajo la memoria viva de los cantes de Jerez con las seguiriyas del Mojama al estilo de Manuel Torre, después con las del Planeta, que dicen que las inventó. En el disco que presentaba aquí Frente Abierto, que así se llama la banda, y se publicará en primavera a través del sello Universal con el título de Guerra a todo eso, las canciones tendrán título, pero esta noche esos eran irrelevantes porque ni Israel, ni tampoco Lela Soto respetaron las letras que se grabaron. El único que lo hizo fue Sebastián Cruz cantando la serrana que han adaptado de la composición original de Dani Llamas, de quien Serrato dijo que estaría bonito que los cantaores fueran incorporando sus letras. Cruz también participa en el disco; además de Inés Bacán, alfa de las generaciones de cantaoras cuya omega es Ángeles Toledano, que también tiene un cante en él. Hay otro cante, por bulerías, con letra de Miguelito Motoreta’s y el resto son populares o con letra de Serrato.

Cuando Serrato cambió el contrabajo por el bajo eléctrico y Cantizano hizo lo mismo soltando la guitarra flamenca para coger la eléctrica, el concierto se convirtió en otra cosa, en una de aquellas estruendosas apariciones en los escenarios de Orthodox, para acompañar la bambera de Lela, un palo que se mantiene a duras penas, pero que al ser más liviano que la soleá le venía al pelo a esta instrumentación que hizo que los que somos más rockeros que flamencos nos mirásemos diciendo: esto sí que es lo nuestro, quillo. Si Pastora levantara la cabeza… Después de la tempestad vino la calma, es cierto; pero a continuación la tempestad volvió a arreciar con más fuerza. Lela se mostró muy dulce en unas alegrías reposadas sobre la guitarra flamenca de Cantizano y el drone de Cordero, transición para que toda la banda volviese al metal pesado transformándose en Black Sabbath. Fue muy apropiado el grito de Lale: vamos a dar caña; porque aparte de la caña de lomo que dio la banda, el palo por el que ella se arrancó fue precisamente ese, la caña. El cante melódico y dulce se fue por la puerta de atrás, quedándose el subidón emotivo: ¡vamo allá mis niños jevis!, gritó la última descendiente de la saga de los Sordera; que echó toda el alma y el corazón con total naturalidad y desparpajo. Fue de lo mejor de la noche.

Frente Abierto con Lela Soto e Israel Fernández
Frente Abierto con Lela Soto e Israel Fernández / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

El insistente acorde repetido de la guitarra eléctrica de Cantizano marcó la serrana de Cruz y después Frente Abierto dio otra vuelta de tuerca a la instrumentación singular: contrabajo y guitarra flamenca con unas percusiones orientales en las que primaba el sonido de los crótalos manejados por Borja, para que las bulerías de Miguelito se las llevase Israel, transfigurado en Chano Lobato, a donde quería, manteniendo solo el estribillo. Y en el escenario se quedó para que saliese también Lela y protagonizar juntos la recta final, primero con unos tientos a los que les daba un aire medieval el zumbido de la zanfoña que tocaba Cantizano, marcando un patrón rítmico para que Lela trajese aires del Talega e Israel de Morente, envuelto este en un reverb muy acentuado que, cuando después pregunté, extrañado, si era cosa del técnico de sonido o estaba así en la obra original, me dijeron que había sido natural, que la ecualización suya y de Lela era la misma, por lo que esto fue una muestra de cuando una situación accidental se convierte en forma de arte. Lela volvió al recuerdo de viejas voces con unos tientos de Chacón, raíz y principio; Israel siguió con un tiento suave para restañar las heridas -toma mi pañuelo, y cúrame las heridas, que si tú no me las curas, se me va la vida- y Lela remató la pieza maestra con las malagueñas que escribiera Manuel Machado para que Morente las convirtiese en una soleá apolá y nosotros las disfrutásemos esta noche antes de que los dos se lanzasen de cabeza a las soleares y convirtiesen esta parte final en la más canónica de todo el concierto, que así y todo, tuvo el colofón de un arreón final instrumental de grandísimo nivel que prácticamente tapó el quejío de los cantaores. Habrá que ver de nuevo este espectáculo cuando ande más rodado, porque lo del sábado fue un estreno en Sevilla, siendo solo la cuarta vez que lo montaban hasta ahora y se le notaron algunos pespuntes sueltos en las costuras.

Mi escaso poder de ubicuidad me impidió estar en la sala La2 para los conciertos de Korashe, el dúo Rezelo y Joselito Ke, organizados por el Colectivo Brecha, que debieron ser una especie de antesala para lo que vimos la noche siguiente, los que no estuviéramos pendientes de la Magna, en la sala Malandar de nuevo, con julia de arco y Salvar Doñana. Estos últimos debieron sobreponerse al reciente fallecimiento de un amigo muy cercano, al que rindieron homenaje con las lúgubres notas del Avril 14th de Aphex Twin. Pero eso no fue óbice para terminar de forma festiva. La vida sigue, tenemos que seguir escuchando los latidos de nuestro corazón, el susurro de nuestra alma y, todas las mañanas, volver a ver nuestra sonrisa en el espejo.

Poco a poco se puso en marcha la fiesta; con una suerte de trip hop que julia de arco basaba en el sonido que salía de su ordenador portátil y ella en directo hacía que el sintetizador y la guitarra se enfrentasen por el centro de atención, que no lograron arrebatarle a su voz; enlazaba marte con ns y después la música devino más planeadora que sincopada en su ritmo para otra cadena: destello mediterráneo, poloflash y fase RAM, con una declaración de intenciones: la noche es joven y yo lo soy más; joven pero suficientemente conocedora de su raíz como para hacerle un guiño a The Sugarhill Gang a través de unos acordes de hip hop compuestos 27 años antes de que ella naciera. La tonalidad se hizo más calmada en selvástica bombástica; clásica, romántica, julia parecía definirla en su canto durante los momentos en que el lirismo se hizo más cortante y evocador. Hasta que el trance se rompió y su voz se metalizó para invitarte a salir de fiesta con RAAAAH y sand chica.

julia de arco
julia de arco / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

julia de arco va a llenar salas dentro de muy poco tiempo. Y cuando en ellas, en lugar de una docena y media de swaggers saltando y gritando en las primeras filas, el número sea de doscientos y pico, sus conciertos van a ser espectaculares. SWAGGERBOYZZZ  es su pieza más conocida -la única lanzada a las plataformas de escucha- y en directo fue transformadora; tuvo algo que la grabación de estudio no puede transmitir. En el concierto evocó los sentimientos latentes en el sonido de julia, su música, su identidad, pero sin basarse simplemente en eso. En un estudio puedes conseguir nitidez, una emoción concreta; pero julia nos arrastró anoche con otra emoción única y magnífica que solo puede conseguirse sobre un escenario. Y esta se mantuvo con COLORAO e IMPRESIONANTEE, con la que levantó la moral de muchos -yo incluido- señalándonos con el dedo mientras nos decía a cada uno: estás impresionante.

Acompañando con la guitarra a la voz de su hermana Gloria Valero, la interpretación por parte de esta de la hora dorada fue un interludio dulce antes de que julia, tras gritar que ahora ya puede seguir la fiesta, volviese al punto más irreprimible de su música con tarde de verano y 06. Me gusta mucho esta última canción; no sé -cosas de la edad- que es la vibra 06, pero sí que entiendo a julia perfectamente cuando canta eso de tengo frescura en la mirada, porque puedo apreciarla y ver que no la tiene solo ahí, sino en cada poro de su cuerpo, en su actitud, en su disposición de ánimo. De alguna manera, fresca sin esfuerzo. El chill out cobra vida, intensidad, cuando ella te dice deja de gritar y súbete a mi caballo; su mentalidad tecnológica inyecta heterodoxia a BAF y su subidón adrenalítico, que te deja con ganas de seguir, aunque julia anuncie que el concierto se ha terminado. Todavía quedaba una bala en la recámara, Trapo Ciudad de Vacaciones, que me recordó tanto a Mi DNI que estoy por asegurar que el de julia de arco sería el sonido de Pony Bravo si sus componentes fuesen de la generación Z.

Rosana Pappalardo, de Salvar Doñana
Rosana Pappalardo, de Salvar Doñana / Archivo fotográfico de Nocturama / ©Agustín Rodríguez

Salvar Doñana, después de los minutos de duelo, siguieron con la intro de verdad, la pieza post punk -si esa expresión todavía tiene un significado concreto- que da paso a su concierto, con Curro a la guitarra y Restinga al bajo, antes de que Rosana Pappalardo saliese para cantar Ardoria, con maneras flamencas abriéndose paso entre los ritmos rotos electrónicos. Fumando en la terraza inició la fiesta final; evocaciones de Aerolíneas Federales y Los Nikis. ¿Esta gente, de una generación posterior, habrá escuchado los discos de esas bandas?, me preguntaba alguien en la sala cuando comentábamos el parecido. Quizás es que el tiempo fluye de manera cíclica y todos tenemos bases similares. Al trío del escenario se les unió Araceli, hermana de Curro, que volvería más tarde con un violín electrificado; también Moisés Priego, del grupo Tabaco, subió para Estupefasiempres. El concierto siguió la senda del disco que tienen editado a su nombre hasta completar las ocho canciones que lo integran, para terminar con el sarcasmo de El Palmar, que no figura en él, y repetir Fumando en la terraza para despedirse definitivamente.

Mejoran en cada concierto que les veo y Rosana impregna de fuerza su voz y es el punto focal de una puesta en escena carismática y dinámica. Su discurso irreverente y ácido encuentra en las miserias que nos rodean una gran energía inspiradora que da alas a una colección de canciones, corta todavía, de excelente gusto. La renovación del aire califal parece haberles venido muy bien para esta regresión a un sonido más primigenio, luciendo en sus temas una rugosidad controlada que evidencia ese brillo naíf que persiste a pesar de ella y un toque lo-fi de aquel que, como Curro, todavía se acuerda de sus inicios.

Inicios. Finales. Dejaré aquí la crónica de esta muerte anunciada antes de que alguna lágrima caiga sobre el teclado y produzca un cortocircuito que me impida publicar este texto, que me ha salido más largo de lo debido. Nocturama; adiós con el corazón, que con el alma no puedo...

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