Aquella noche del 10 de enero de 1991 en el Teatro Lope de Vega de Sevilla...
ROSS, 30 AÑOS
El concierto inaugural en el Teatro Lope de Vega demostró que Sevilla tenía al fin una orquesta equiparable a la de otras grandes ciudades europeas
Conseguir las localidades fue fácil. Estábamos habituados a las colas para los raros eventos especiales de una época en la que la actividad musical sevillana era casi ridícula. Juventudes Musicales llevaba décadas de labor abnegada y esencial. La Orquesta Bética Filarmónica resistía, batiéndose contra sus propios demonios. La Muestra de Música Antigua aportaba nervio, pero era aún un certamen pequeño.
La expectación aquella noche del jueves 10 de enero era grande ante el Teatro Lope de Vega. Me crucé con corrillos de escépticos. Algunos pensaban que ese dispendio de contrataciones de músicos llegados de medio mundo se podía haber evitado potenciando precisamente a la Bética. Muchos dudábamos. Pero las dudas se disolvieron pronto. Cuando el maestro croata Vjekoslav Šutej levantó su batuta y empezó a sonar La procesión del Rocío de Turina todos nos dimos cuenta de que aquello era algo completamente nuevo. Con la Sinfonía sevillana, la emoción subió varios grados, y en el descanso se palpaba la excitación de muchos viejos aficionados que parecían llevar toda la vida esperando algo así. Cuando en la segunda parte se escucharon unos Cuadros de una exposición de Mússorgski por completo excepcionales, el entusiasmo se desbordó.
"¡Ya tenemos orquesta!", le escuché a un eufórico maestro Castillo a la salida. Sí, Sevilla tenía al fin una orquesta equiparable a la de otras grandes ciudades europeas. Con la inauguración en mayo del Teatro de la Maestranza y la Exposición Universal del año siguiente, la ciudad se transformó culturalmente. Tres décadas después, y en medio del caos epidémico, quizá haga falta un nuevo impulso.
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