Nicole Kidman: ¿Cómo se ha atrevido?

El estreno de ‘Babygirl’, un ‘thriller’ erótico en el que la australiana explora las contradicciones del deseo por el que fue premiada en Venecia, devuelve a los cines a una actriz sin miedo.

Nicole Kidman y Zoe Saldaña, dos estrellas de Hollywood para una serie de espías

Nicole Kidman bebe un vaso de leche en una escena muy comentada de ‘Babygirl’.
Braulio Ortiz

18 de enero 2025 - 07:15

Parece revelador que Nicole Kidman, al ser preguntada en una alfombra roja por sus películas favoritas, eligiera entre otros títulos La pianista, la cruda adaptación del libro de Elfriede Jelinek con la que Michael Haneke e Isabelle Huppert desafiaron a las mentes biempensantes y los estómagos sensibles. La australiana ha logrado mantener intacta a lo largo de las décadas su condición de estrella, pero también se ha definido por los saltos sin red, los proyectos impredecibles y su tendencia a asomarse al abismo. Babygirl, el thriller erótico que le valió la Copa Volpi en el Festival de Venecia y que se estrena este fin de semana en los cines, es la última muestra de valentía de una diva que, pese a las concesiones y los pasos en falso, nunca se ha acomodado.

Ya desde los comienzos, cuando la entonces esposa de Tom Cruise intentaba reivindicarse en papeles sin mucha sustancia (Días de trueno, Billy Bathgate), Kidman reventó las costuras del corsé que Hollywood le adjudicaba con Todo por un sueño (Gus Van Sant, 1995). Un golpe en la mesa de arrolladora vis cómica en el que su interpretación de una mujer sin escrúpulos y obsesionada con la fama podía entenderse como una declaración de intenciones: lejos de los personajes unidimensionales y edulcorados por los que optaban otros colegas, ella quería ahondar en las sombras de la condición humana.

Bendecida por Kubrick, para quien se sumergió en el fango de las fantasías sexuales y con quien sintió una fuerte conexión en el rodaje de Eyes wide shut, Kidman alcanzó la cumbre con obras como Moulin Rouge!, Los otros y Las horas –su transformación en Virginia Woolf que le otorgó el Oscar–, pero nunca dejó de concebir su carrera como una aventura que podía encaminarla a territorios insospechados. En esos años, aprendió a desconfiar de la bondad de los otros a las órdenes de Lars Von Trier en Dogville, aguantó un largo y memorable plano fijo donde su expresividad tantas veces cuestionada daba toda una lección de matices en Birth (Reencarnación), de Jonathan Glazer, y dinamitó las convenciones del biopic como la fotógrafa Diane Arbus, enamorada de un vecino (Robert Downey Jr) que sufría hipertricosis, el síndrome del hombre lobo, en Retrato de una obsesión. Que Kidman hubiese alcanzado el olimpo no significaba que dejara de jugar, ni mucho menos.

El malagueño Antonio Banderas interpreta al marido de la protagonista.

Implicada en superproducciones y vehículos comerciales que defraudaron las expectativas (Cold Mountain, Australia o una versión de Embrujada con la gran Nora Ephron al mando), pero también en apuestas personales que se saldaron con éxito (la última y más notoria, la serie Big Little Lies con la que volvió a convencer a los descreídos de su talento), la Kidman confirmó con otras elecciones que no tiene miedo al ridículo, como en esa comentada escena de El chico del periódico (Lee Daniels, 2012) en la que su personaje, una mujer aficionada a escribir a los presos del corredor de la muerte, se orina sobre Zac Efron para aliviarle la picadura de una medusa. En el camino, la actriz siguió explorando las turbiedades del corazón humano de la mano de cineastas como el surcoreano Park Chan-wook (en el perverso cuento gótico de Stoker) o el griego Yorgos Lanthimos (la enfermiza El sacrificio de un ciervo sagrado), pero también, en una clave más inocente, como la villana taxidermista empeñada en disecar al osito Paddington, del británico Paul King.

Si algo revela el buen tino de la actriz es la lista de directores con los que ha colaborado, y en la que conviven personalidades tan dispares como Robert Benton, Jane Campion, Noah Baumbach, Sofia Coppola, Werner Herzog o nuestro Alejandro Amenábar. Cuando el American Film Institute le concedió el pasado año un premio honorífico, la intérprete recordó al detalle esos nombres y agradeció que esos diálogos la hubiesen ayudado a explicarse el mundo.

Nicole Kidman, con Harris Dickinson, su amante (y becario) en la ficción.

Babygirl, que surge del propósito que se marcó Kidman de trabajar con más directoras, es la respuesta de la cineasta holandesa Halina Reijn a los thrillers eróticos que formaron parte de su educación como espectadora, pero que eran contados desde la perspectiva de hombres, entre ellos Paul Verhoeven, en cuya filmografía aparece Reijn como actriz. ¿Cómo se narran el deseo femenino y sus contradicciones en la era del #MeToo? ¿Se supera la vergüenza ante lo que sentimos? ¿Pueden convivir nuestra parte más civilizada y el animal que llevamos dentro? La película aborda estas cuestiones a través de la historia de Romy (Kidman), una ejecutiva casada con un director de teatro (Antonio Banderas) que encuentra en un becario (Harris Dickinson) “un ángel que ha venido a rescatarla y atormentarla en su jaula de deseo reprimido”, adelantan las notas de promoción del filme. Las crónicas de Venecia, donde un jurado presidido por su admirada Huppert galardonó a Kidman, hablan de los sudores y las taquicardias que provocaron algunas escenas. De nuevo, la australiana camina sobre el alambre, y ha evitado el riesgo de la caída: la Copa Volpi y la nominación al Globo de Oro –parece difícil, por cierto, su candidatura al Oscar tal como se está desarrollando la temporada de premios– revelan que vuelve la Nicole más osada. Como dice Rejin, “para muchas mujeres jóvenes y mayores su valentía es increíblemente inspiradora. Ya seas actriz o no, solo la miras y piensas: ¿Cómo se ha atrevido a hacer eso?”.

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