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La navegación a oscuras

El gran teatro del mundo | Crítica

Anagrama publica 'El gran teatro del mundo', un ensayo del historiador Philipp Blom, escrito por instigación de los directores del Festival de Salzburgo, en el que se analiza la situación de cambios extremos en la que nos hallamos inmersos

Imagen del historiador alemán, nacido en Hamburgo (1970), Philipp Blom
Manuel Gregorio González

05 de febrero 2023 - 06:00

La ficha

El gran teatro del mundo. Philipp Blom. Trad. Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2023. 144 págs. 17,90 €

Este breve ensayo del historiador alemán Philipp Blom, escrito a instancias del Festival de Salzburgo, es una obra aleccionadora y prospectiva, cuya intención es tanto la de servir de modesto lucernario en la situación actual, como la de explicar, muy sintéticamente, las causas que han traído a la humanidad a esta hora de incertidumbre. No es casualidad, por tanto, que Blom haya escogido un título de Calderón para resumir dicha tarea. Pero no sólo porque Calderón fuera un autor determinante en la Alemania del Sturm und drang; sino porque el teatro de Calderón sirve para introducirnos en la inestabilidad barroca y porque es él quien definirá, acaso mejor que nadie en el XVII, la naturaleza íntima de aquel proceso cultural, entre fantasmagórico y vertiginoso: “La vida -dice Calderón- es sueño”.

Blom hace un paralelo entre el XVII fantasmagórico de Calderón y la situación de nuestros días

Este es, pues, el primer paso de Blom para acotar la situación que nos concierne. Asimilarla al barroco; y en concreto, a ese carácter de irrealidad, de trampantojo, de artificio -de teatro, en suma- que en Calderón se declara desde su inicio. El segundo será el de avalorar los numerosos cambios climáticos, económicos, políticos, científicos, sociales, religiosos, etcétera, que se conjugan desde el XIV-XVI, y que en el XVII adquirirán su más alto dramatismo. Las mortandades, la peste, la violencia, la inestabilidad del clima, la pérdida de las cosechas, documentadas minuciosamente por Geoffrey Parker en El siglo maldito, nos excusan de abundar en la materia. También en lo concerniente a los hallazgos científicos, y a la profunda inseguridad que trajo al saber del siglo (los microscopios y los telescopios no hicieron sino multiplicar la enigmática trabazón del mundo), es fácil recordar la perplejidad que dará pie a la filosofía de Descartes. Para lo cual remitimos al lector curioso -por ejemplo- a la obra de Ortega y Gasset y Peter Burke.

En fin, volviendo a Blom, es este parecido entre el siglo barroco y la hora actual, el que permite al historiador alemán aventurar un cambio de paradigma, similar al de entonces, pero que concierne al heredero hombre ilustrado (esto es, a nosotros) y a nuestra relación con el entorno. Es también este paralelismo, por otro lado, el que ya había llevado a Blom a identificar el origen de nuestra situación (véase El motín de la Naturaleza) con la revolución industrial barroca. Lo cual significa que, para Bloom, es el desarrollo y la implantación de la visión ilustrada, con el colofón penúltimo de la economía de escala de posguerra -La sociedad opulenta de Galbraith- el que ha propiciado la emergencia climática actual, y sus epifenómenos migratorios y políticos. Y que será una modulación de este pensamiento, en el que el hombre ya no es el “centro de la Creación”, aquel que nos permitirá sobrevivir como especie. Así pues, y por un efecto dramático deliberado -¡el gran teatro del mundo!-, Blom introduce un mensaje esperanzador en un envoltorio apocalíptico. Lo cual quizá no sea sino una forma de reproducir la alarma que esta situación ha suscitado en sociólogos como Bauman, en antropólogos como Lévi-Strauss o en jóvenes activistas como Greta Thumberg. O más sencillamente, en percepciones de ambición global, próximas a la ecología, como la de Bruno Latour.

Hay, en cualquier caso, una cuestión principal, derivada de esta incertidumbre teatral (teatral en cuanto que todo parece poseer un matiz decorativo, provisional, ilusorio), y en la que adquiere relieve destacado la fragilidad de las democracias liberales, inclinadas en pos de una solución autoritaria, que ofrezca una mayor “seguridad” al ciudadano afligido por la incertidumbre. En tal sentido, lo que hoy se vuelve a llamar populismo sería el fruto “natural” de esta degradación de la Naturaleza. Una Naturaleza, en cualquier caso, más compleja, más parcial y menos idealizada que en Rousseau (quien se halla, por otro lado, en el origen de la actual consideración adversa de la civilización), y cuya defensa, hoy, prevalece en el discurso convencional por encima de la antigua primacía del ser humano. El gran teatro del mundo es, entonces, más que una carta de navegación a oscuras, un escueto portulano donde se dice el lugar del que partimos, pero no la Atlántida o la isla de los Sevarambas a la que debiéramos llegar para continuar en salvo.

Mundo de ayer

Como ya hemos dicho, Blom parte de El motín de la naturaleza y de las estribaciones de la Pequeña Edad de Hielo para caracterizar nuestra situación actual, polimorfa y vibrátil; vale decir, barroca a la manera de D'Ors. Pero son otras obras suyas, acaso las mejores, Encyclopédie y Años de Vertigo, las que acudan al imaginario del autor para consignar un cambio radical del mundo. Un cambio que, entonces ligado al advenimiento de la burguesía o de la masa, hoy debe vincularse a la del consumidor y su acelerado reformularse en el ciclo productivo/consuntivo. La intención de Blom, en todo caso, parece ser la de anunciar, como Zweig, un hecho de doble vía: la consideración de nuestro mundo como “un mundo de ayer”, y el avizoramiento del futuro como un futuro estatuido desde distintos principios. Sepa el lector, no obstante, que a pesar de que Blom no adjunta razones para el optimismo (pero las hay, indudablemente), El gran teatro del mundo es un libro hecho para la vida, para su reiteración en el orbe, y no para advertirnos, al modo licuefacto de Bauman, del principio del fin de los tiempos.

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