En la nave de los locos sube la testosterona
Chevalier
La fórmula griega aún pervive asombrosamente en el sótano festivalero, y aquí tenemos de nuevo a Tsangari y sus parábolas distópicas bajo cielo encapotado. Al menos ella es elegante y coherente en su reincidencia en el error; Lanthimos partió hacia donde el sol calienta mucho más y se cobra mejor.
Chevalier, decimos, es más de lo mismo: (anti)comedia entre lo absurdo y lo alegórico que se presenta como una suerte de variación del mito de la Irrenschiff, o nave de los locos, en clave feminista light, donde seis varones encerrados en un yate de lujo, que permanece casi siempre atracado, dirimen con asumida y natural estupidez una concatenación de competiciones para ver quién sobrepasa al resto en casi todo, incluidas tareas como montar un mueble de Ikea o tener un aceptable nivel de azúcar.Tsangari filma con gusto esta suerte de apocalíptico spot de Martini, pero entendida pronto la broma, cuesta aguantar el resto.
Los hombres, ya se sabe, somos competitivos, ruines, violentos y queremos tenerla más grande que la del vecino. Las mujeres, eso dicen, son histéricas y pasionales, envidiosas y, si son amigas, practican el arte de apuñalarse entre ellas. No hay yin sin yang, y la nave va...
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