Un náufrago del XX
Un caballero a la deriva | Crítica
Periférica rescata una excelente nouvelle del olvidado escritor norteamericano Herbert Clyde Lewis, 'Un caballero a la deriva', donde se continúa, entre el humor y el terror, una vieja tradición de la literatura europea
La ficha
Un caballero a la deriva. Herbert Clyde Lewis. Trad. Ángeles de los Santos. Periférica. Cáceres, 2023. 152 págs. 17 €
Esta breve novela de Clyde Lewis goza de un vasto y florido linaje: el que va del Ulises náufrago en Calipso al Burlador de Sevilla, arrojado a la orilla de Lisboa, la Ulisis bona fundada por el héroe homérico. También de aquel admirable capitán español, Pedro Serrano, glosado por el Inca Garcilaso en sus Comentarios reales, que sobrevivió ocho años en un islote del Caribe, y que se halla al fondo del Robinson Crusoe y de su terrible eco satírico, Los viajes de Gulliver. Mencionemos, por último, el Naufragio de las islas flotantes de Morelly, junto a la Historia de los sevarambas de D'Allais, ambas obras de ficción, no lejos de un terrible hecho del XVII holandés, el naufragio del Batavia -véase la obra de Leys- y la criminal utopía, no lejos de la costa australiana, que se estableció entre sus supervivientes. A esta doble intención: un hombre abandonado a sus fuerzas y el retrato disforme, ejemplar, del mundo al que renuncia, pertenece, sin duda, Un caballero a la deriva.
Y ello por dos motivos que no permiten equivocación alguna: el náufrago que protagoniza estas páginas es un corredor de bolsa neoyorkino de 1936 (el Crack del 29 y su nueva realidad especular, vertiginosa, distópica, aún estaba muy próximo), y su intención al embarcarse en el Arabella era la misma que la del desdichado Robinson: ver mundo y correr aventuras, lejos de la seguridad del hogar. La diferencia que alberga esta obra de Clyde, respecto de sus modelos, es la misma que se sustanciaba, por aquellos días, en Zamiatin o Huxley. Esto es, la superposición de lo utópico y lo distópico en la realidad misma que abandonó, atolondradamente, el protagonista. Recordemos que el Montesquieu de las Cartas Persas o el Swift de Guilliver acuden a una sociedad distinta para retratar, oblicuamente, la propia. Clyde Lewis ya ha prescindo de este ardid, algo pueril para el hombre del XX, y describe su mundo en una doble vertiente, áspera o tierna y memorable, sin que medie lo artificioso y lo inverosímil.
El protagonista, por su parte, ya no será el heraldo, el epítome, el emblema de ninguna idea mordaz o bienhechora. Es, sencillamente, un hombre adinerado y feliz, flotando en el Pacífico, a la espera de su rescate, y cuya angustia se dilata, sin límite alguno, sobre un océano en calma.
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