'Woolf' o el destello de los peces

Artes Escénicas

La bailarina Natalia Jiménez homenajea a la autora de 'La señora Dalloway' en un espectáculo que explora qué hay "más allá de la carcasa de las cosas"

Natalia Jiménez y Jordina Millà en un ensayo de la pieza.
Natalia Jiménez y Jordina Millà en un ensayo de la pieza. / Miguel Jiménez

Natalia Jiménez (Jaén, 1980) recuerda con emoción un pasaje de Una habitación propia, de Virginia Woolf, en el que la autora de Orlando o Las olas dota de una inesperada y bella carnalidad a algo tan abstracto como la reflexión. En esa escena, la escritora compara los frutos del pensamiento con la captura de un pececillo rebelde y hermoso que se escurre igualmente entre las manos. "Tendido en la hierba, qué pequeño, qué insignificante parecía ese pensamiento mío; la clase de pez que un buen pescador vuelve a meter en el agua para que engorde y algún día valga la pena cocinarlo y comerlo. (...) Pero, por pequeño que fuera, no dejaba de tener la misteriosa propiedad característica de su especie: devuelto a la mente, en seguida se volvió muy emocionante e importante; y al brincar y caer, y chispear de un lado a otro, levantaba tales remolinos y tal tumulto de ideas que era imposible permanecer sentado".

Jiménez se inspira en este libro y también en otro texto de la creadora británica, La muerte de la polilla, para Woolf, un montaje que estrena este fin de semana (viernes y sábado, 19:30) en la sala B del Central y en el que, acompañada de la pianista Jordina Millà, celebra esa capacidad de la narradora y ensayista para fijarse en lo pequeño o lo invisible, trascender la anécdota y conferirle hondura y lirismo. "Virginia Woolf es capaz de prestar atención a una polilla, un ser híbrido que pasa inadvertido, que se borra tras las cortinas... A eso le da luz, y así existe", dice la intérprete y coreógrafa, una de las profesionales más respetadas de la danza andaluza, que apoyada en la dramaturgia de José Luis de Blas revive a esa polilla para cuestionarse sobre lo visible y lo invisible y defender el ir más allá de "la carcasa de las cosas" para que en esa espera emerja el prodigio.

La propuesta surgió de la invitación de Inés Ruiz Artola, que desde Polonia pidió a varias artistas durante el confinamiento que se preguntaran por el significado, en un momento tan determinante como el de la pandemia, de Una habitación propia. La bailarina ya se sentía fascinada por "el monólogo interno, el flujo de pensamiento" de Woolf y le estimulaba compartir estancia con ella, "porque dos personas pueden compartir una misma habitación en distintos tiempos, muchas veces el rastro de otra persona está en el aire", pero entendió pronto que ese punto de partida daba para más: serviría para reivindicar a otras voces que también la acompañaban, como Chantal Maillard o Remedios Zafra. "Voces rotundas, pero en las que también hay diversión y brillo. Este espectáculo es así: rasgamos las tripas de un piano, damos forma a momentos de contundencia, porque si nos enganchamos tan sólo a la belleza vivimos una mentira", apunta la presidenta de la Asociación Andaluza de Danza (PAD).

Natalia Jiménez.
Natalia Jiménez. / Ángela Contreras

Y si Una habitación propia se preguntaba sobre la mujer y la novela, Woolf explora los vínculos entre la mujer y la danza. Jiménez señala tres referentes, María Muñoz, Mónica Valenciano y Angels Margarit, "que me ofrecen versiones distintas de los conceptos rigor y precisión. Una desde la palabra, otra desde el espacio, otra a través de la musicalidad, la matemática y la ciencia". Huellas que también se percibirán en este trabajo en el que Jiménez y Millà habitan "una intimidad, una sintonía, algo más complejo que eso de una bailarina a la que acompaña un piano. Jordina viene de la tradición clásica y hace aquí un viaje a lo contemporáneo, propone muchos paisajes sonoros". Otras alianzas como la iluminación de Irene Cantero o el espacio escénico de Ángela López contribuyen a esa riqueza de lecturas que busca la coreógrafa: "Quiero que los espectadores sientan que hay capas, aunque no las entiendan, no las perciban del todo, como cuando leen un buen libro o ven una buena película".

Con Woolf, Jiménez regresa "al lienzo en blanco, esta vez negro" del escenario, tras desarrollar montajes en otros lugares. "Igual que la gente va a la iglesia, quienes amamos el teatro o la danza tenemos aquí nuestra liturgia", asegura la creadora. Es aquí donde los peces, las polillas, se agitan o aletean y sorprenden con su destello.

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