La ventana
Luis Carlos Peris
Reventa y colas para la traca final
Jorge Moreno | Propietario del Café Jazz Naima
Sevilla/El Café Jazz Naima no celebrará el cuarto de siglo. Su cierre el próximo 27 de junio, debido a la drástica subida del alquiler (de los 1.728 euros que pagaba hasta ahora a los 3.500 euros que exige ahora la propietaria del edificio en cuyo bajo se encuentra el local), ha suscitado entre clientes asiduos y vecinos de la Alameda una ola de cariño que todavía conmueve a Jorge Moreno.
Jerezano de 52 años, él ha sido siempre el alma del Naima junto a Carlos Rivas, su socio desde el comienzo hasta hace tres años. Dice que para cuando hizo el anuncio del cierre ya había superado la fase más dolorosa del duelo y que ahora se volcará más aún en Blue Asteroid, el sello discográfico que creó hace casi seis años, pues tras cerrar un acuerdo el pasado verano con una potente distribuidora barcelonesa está registrando buenas ventas de discos a los mercados japonés y estadounidense.
"Creo que lo que ha pasado es que la gente ya está diciendo ostras, esto va en serio. Existe la sensación de que este proceso se le está yendo a la ciudad de las manos y la indignación es muy grande", dice Moreno sobre la presión inmobiliaria asociada a la turistificación de Sevilla que, a su juicio, explica inequívocamente que a él le hayan doblado el alquiler abocándolo al cierre de un proyecto que ha resistido durante 24 años.
–Una ciudad es un organismo vivo y los bares, de toda la vida, han abierto y han cerrado y no se trata de sobreactuar. La cuestión es hasta qué punto este cierre llega por muerte natural o se debe a otros factores que están fomentando distorsiones como la que usted señala...
–En mi opinión es muy evidente que existen esos factores, y además está ocurriendo todo muy rápido. Yo hubiera seguido, no niego que en los últimos tiempos estaba cansado, porque llevar adelante un proyecto de este tipo totalmente a solas es duro, pero éste ha sido el proyecto de mi vida y estoy muy orgulloso de lo que representa el Naima, claro que hubiera seguido. Por supuesto que hay otros factores. Lo que pasa es que con el turismo hay mucho humo.
–¿A qué se refiere?
–A que políticamente interesa venderlo, y vaya si se vende bien, pero en la práctica lo que ha generado para la ciudadanía este modelo de explotación turística es muchísima especulación inmobiliaria. Y por centrarnos en los cierres de negocios, hay que pararse a pensar en las consecuencias que acarrea. Porque cuando cierra un negocio de aquí y abre otra franquicia, que a saber dónde tributa y cómo tributa, ya no está tan claro que ese dinero se quede en la ciudad. No digo que me parezca mal atraer inversión, de hecho sin el turismo lo habríamos pasado peor aún durante la crisis. Pero el turismo, en este momento, no es como lo pintan y hay que pararse a pensar en todas las consecuencias.
–Se habla mucho del "motor económico" que supone el turismo. Y muy poco o nada de para quién y para cuántos está funcionando ese motor...
–Tampoco se habla demasiado del tipo de empleo que fomenta, que sin duda es de peor calidad. Con este modelo de franquicias y grandes multinacionales que acaban manejando todo el mercado, se ponen de acuerdo entre ellas y esto es lo que hay: si te interesa trabajar ahí, éstas son las condiciones y punto. O del tipo de turismo que viene a Sevilla, de eso tampoco se habla mucho. El turista que viene, en su mayoría, es muy austero. Percibo que mucho público extranjero viene partiendo de que esto va a ser baratísimo comparado con su ciudad de origen, y si le cobras tres o cuatro euros por un buen vino ya te ponen mala cara. ¿De verdad nos conviene tanto fomentar esto? A mí me parece peligroso que los extranjeros que vienen, al menos a mi negocio, den por hecho que esto es el norte de Marruecos y que todo tiene que ser semigratuito pero también, eh, cuidado, superguay. Me da la impresión de que la gente, en general, todavía no es consciente de hasta qué punto este cambio de modelo económico va a transformar la ciudad.
–Hay quien ha apuntado que si cierra usted será porque no tiene clientela para sostenerlo, ya sea de aquí o de fuera...
–En mi caso eso no es cierto. Ya he dicho que era una auténtica lucha, pero yo habría seguido si no me hubieran subido el alquiler de manera irracional. Dicho esto, es cierto que en Sevilla, en Andalucía en general, no hay mucha cultura de ir a escuchar música en directo y pagar por ello. Pero es lógico: sólo tienes que ver las cifras de paro. Porque puedes ver las cifras de turistas y también puedes ver los porcentajes de paro o la media de un sueldo en Andalucía. Es más fácil vender lo primero, claro. Son muchos factores, nunca es uno solo, pero la realidad es que montar en Sevilla un club de jazz es como abrir una empresa de aires acondicionados en Oslo: si te quieres empeñar, empéñate, mucha suerte... La gente aquí está siempre tiesa y yo entiendo que pagar tres euros por tomarte una cerveza es caro; es caro si sólo te interesa la cerveza y no disfrutar del concierto de tres horas que están dando para ti los buenos músicos que tienes ahí al lado. La otra noche tocaron aquí Lucía Martínez a la batería, profesora del Conservatorio con unos pocos discos ya, Trevor Coleman, pianista y trompetista con tres Emmys, y Jaime Serradilla, con toda una trayectoria ya también. Tres músicos increíbles tocando para ti toda la noche, ¿eso cómo va a ser gratis? Esta ciudad no está preparada para entender eso, pero me temo que es lógico, es lo que pasa siempre cuando en una ciudad los trabajos son precarios, que la cultura se viene abajo.
–¿Echa de menos la Alameda de los 90, la que conoció cuando abrió el Naima?
–Siento una mezcla de amor y odio. Echo de menos el interés por la música, antes había mucha más cultura de bares a los que ibas por la música y la tertulia. Y la cultura nocturna era muy interesante. En el rastro, donde yo tuve durante cuatro años un puesto de discos, se juntaba una fauna para echarle de comer aparte, pero eso conllevaba movimiento y esas cosas eran las que le imprimían una personalidad bestial a la ciudad. ¿Que tenía sus inconvenientes? Pues claro. ¿Que ha cambiado en muchos aspectos para bien? Sin duda. Pero Sevilla se está convirtiendo en una ciudad de plástico, y la Alameda también. La personalidad que tenían la están perdiendo. Bueno, quizás no la tengan ya.
–El Naima fue en cierto modo heredero de la efervescencia de la afición al jazz durante los 80, cuando se creó tanta afición al jazz en Sevilla con esos grandes festivales en los que actuaron leyendas como Miles Davis, Chet Baker, Sarah Vaughan, Freddie Hubbard... ¿Cómo ve esa afición hoy?
–Diría que gana por goleada el número de buenos músicos que ha ido surgiendo. Con todo, aunque creo que antes estas cosas se vivían de manera más pasional, hoy seguramente haya más aficionados. A mí me duele la consideración de los músicos, con los que tengo un contacto muy estrecho. Yo les pago lo que puedo. Por eso en la barra puse un bote, para que el público aportara algo y completar. Al vaciarlo veo siempre monedas de un euro, de 50, de 20 y de 10 céntimos... Al parecer ese es el concepto que tiene mucha gente de lo que es un músico que está aquí tocando para ti durante tres horas: un tío al que le echas algo como al que está tirado en la calle.
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