Murakami: instrucciones de uso
Premio Princesa de Asturias de las Letras
El autor, que ha alcanzado sus mayores cotas de calidad cuando no ha ocultado sus influencias, ha escindido como pocos a la crítica
Murakami, voz de la imaginación
No hay escritores mucho más discutidos que Haruki Murakami en el paisaje literario abierto tras la postmodernidad, lo que al cabo viene a confirmar que este paisaje ha resultado ser mucho más aburrido de lo que pretendía. Impostor y estratega para unos, sensible y visionario para otros, el autor japonés ha escindido como pocos a una crítica que, en todo caso, se resiste a reconocerlo como un gran escritor, negativa en la que tienen mucho que ver su éxito comercial y su triste y ya desinflada condición de eterno candidato al Nobel. La cuestión es que sí es posible encontrar en Haruki Murakami a un escritor interesante, que sabe dominar bien los tiempos y los silencios narrativos tanto en la novela como en el cuento, por más que sus personajes, arrimados en muchos casos a espectros de inacción propios de Samuel Beckett, resulten a veces irritantes. Pero esta calidad no se revela por igual en toda su obra: por el contrario, juega a hacerse esquiva, casi invisible, lo que en gran medida obedece a un criterio consciente por parte de un escritor que ha hecho de la misma invisibilidad su manera de relacionarse con el mundo.
Podemos afirmar que el mejor Murakami aflora cuando más lo hacen sus influencias, es decir, cuando menos intención tiene de apartarse de Kafka, el jazz, Lewis Carroll y la escuela americana representada por Carver, Irving y Fitzgerald, a los que ha traducido y divulgado con pasión. La reescritura de Carroll que entraña El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, su novela de 1985 (en la que sigue los pasos a La noche a través del espejo de Fredric Brown, otro autor clave en la genética de Murakami), figura sin duda entre lo mejor de su producción y constituye la mejor puerta de entrada a su mundo, junto a Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1991) y la soberbia Sputnik, mi amor (1999). En todos estos títulos, así como en sus cuentos (especialmente los recogidos en El elefante desaparece, de 2005; y Sauce ciego, mujer dormida, de 2009), resulta mucho más relevante lo que no cuenta, lo ensombrecido: Murakami da lo mejor de sí mismo cuando obliga al lector a ir a ciegas, por más que luego necesite 1.500 páginas para narrar un encuentro sexual en su excesiva y prescindible 1Q84 (2009). Capaz de irritar por igual a los amantes de la literatura fantástica y a los defensores de la novela seria, Murakami ofrece al lector, también, una oportunidad para revisar sus prejuicios. Y sólo por esto habría que agradecerle su escritura.
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