VANDALISMO
Destrozan las históricas calesitas de Triana

De la multitud a la masa

De libros

El sello Athenaica publica 'La responsabilidad de las multitudes', obra con la que un joven Manuel Azaña alcanzaría el grado de doctor

Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880-Montauban, 1940).
Manuel Gregorio González

05 de junio 2018 - 06:00

La ficha

'La responsabilidad de las multitudes'. Manuel Azaña. Estudio preliminar de Gabriel Moreno González. Athenaica. Sevilla, 2018. 86 páginas. 15 euros (E-book, 9,90 euros).

No deja de ser una melancólica paradoja que la tesis de Manuel Azaña, defendida a sus 20 años, estuviera dedicada a uno de los fenómenos que hizo imposible la República burguesa y liberal por él ambicionada. Me refiero a las masas ideologizadas, que pronto tomarían posesión del siglo, y que hallaron en España su primer campo de combate. Dichas masas, que en la tesis de Azaña aún se presentan como multitudes, habrán de esperar a una formulación posterior, más precisa y compleja (Freud, Ortega, Fromm, Canetti, etcétera), cuando la Grand Guerre y la Revolución de octubre introduzcan la masa como fenómeno autógeno y la revelen como una mutación cualitativa. En el año de 1900, sin embargo, las multitudes de Azaña aún vienen vinculadas a la aspiración sindical o al brote revolucionario (a un afán de justicia, en suma), cuyo referente más obvio, para el autor, es la Revolución francesa.

Es decir, que para Azaña las multitudes son, en buena medida, aquellas mismas que glosa Restif de la Bretonne y que en la noche de París mezclaron el ideal y el crimen. Ese es el motivo de que se pregunte por la responsabilidad penal de las multitudes. Por una responsabilidad que Azaña considera individual, hija del libre albedrío, en contra del positivismo ambiente, pero cuyo alcance no se ciñe únicamente al campo del Derecho. Con lo cual, si por un lado esta consideración penal hace al individuo responsable de sus actos, también es cierto que Azaña subraya dos aspectos que exceden el aspecto legal, y que atañen a su futura labor política. Para Azaña, las multitudes se mueven y se agitan, con frecuencia, por una razón justa, expresada de un modo tumultuario, pero cuyas reclamaciones no debería ignorar el futuro ordenamiento legal. A esto se añade otra apreciación estrechamente vinculada a la anterior: una educación eficaz, promovida por el Estado, aminorará sustancialmente el riesgo de manipulación de tales multitudes. Se trata, pues, de una expresión oblicua de su concepción política del Estado, en la que, junto a la naturaleza liberal del individuo, encontramos la ambición instructiva, promocional, de la administración.

Sobre ese doble resorte (la libertad individual y el reformismo de Estado) gravitará el republicanismo de Azaña; republicanismo que no cabe deslindar de los Propos de Alain y la III República francesa, y cuya naturaleza no se vincula tanto a una forma concreta de Estado (Monarquía o República), cuanto a un modo específico de entender la relación del ciudadano con el poder, y en la que el ciudadano adquiere un papel determinante y ejemplar.

No será hasta los años 20, sin embargo, cuando las multitudes descontentas de Azaña se transformen en masas homogéneas, con una clara intención política y social: "se suspende el ánimo -escribe Azaña- al preguntarse qué sería de las sociedades, del mundo entero, el día en que el grosero materialismo que suponen las doctrinas contrarias inspirase las leyes y los códigos de los pueblos civilizados". Ese grosero materialismo, de raíz económica, regirá en Rusia a partir de 1917, mientras que un materialismo de carácter biológico y racista triunfará poco más tarde con el nacionalismo alemán. Digamos, pues, que en este opúsculo de Azaña aún no se concibe, no ya La rebelión de las masas orteguianas, que deploran la jerarquía del mérito y cualquier jerarquía en general, sino esa pureza de nuevo cuño que Canetti llama "la descarga" y que Erich Fromm definirá por su nombre exacto: El miedo a la libertad que presta su homogeneidad, su empuje, su atracción abisal, a las masas.

Para la concepción del hombre que postula Azaña, este voluntario rechazo de la libertad, del libre albedrío, es sencillamente inconcebible. No obstante, ése es el salto, la distancia que va desde la multitud azañista (hija de El hombre de la multitud que Poe puso a caminar por el París nocturno e infinito de los cafés-cantantes), a las oscuras masas que desfilarán en breve, uniformadas por dentro y por fuera, sobre el fatigado suelo de Europa. La república liberal que representa Azaña, y que se halla en germen en este breve texto, escrito con la pulcritud y la erudición que acostumbraba, aquella república liberal, repito, de un modesto corte progresista, sería devorada, entre otras cosas, por estas multitudes hoscas y superlativas, transformadas en masa, que capitalizarían la sangrienta historia del XX.

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