Cuando la muerte es amable

Solistas ROSS | Crítica

Alexa Farré, Uta Kerner, Helena Torralaba y Claudio R. Baraviera en el Espacio Turina
Alexa Farré, Uta Kerner, Helena Torralba y Claudio R. Baraviera en el Espacio Turina / Marina Casanova

La ficha

SOLISTAS ROSS

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XXXV Ciclo de Cámara de la ROSS. Solistas ROSS: Alexa Farré Brandkamp, violín I; Uta Kerner, violín II; Helena Torralba Porras, viola; Claudio R. Baraviera, violonchelo.

Programa

Wolfgang A. Mozart (1756-1791): Divertimento en re mayor KV 136/125a [1772]

Franz Schubert (1797-1828): Cuarteto de cuerda nº14 en re menor D.810 La muerte y la doncella [1824]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo, 19 de enero. Aforo: Casi lleno.

“Dame tu mano, hermosa y tierna criatura,/ soy tu amiga y no vengo para apenarte./ ¡Ten valor! No soy cruel,/ vas a dormir dulcemente en mis brazos”. Con estos versos embaucadores se aproxima la muerte a la doncella en el poema de Matthias Claudius que Schubert adornó con un ritmo de pavana para completar uno de sus más difundidos y reconocidos lieder, que luego utilizaría variado en el segundo movimiento de su Cuarteto nº14, llamado por ello La muerte y la doncella, una de las más extraordinarias obras de música de cámara (¡de música, en general!) de todo el repertorio. Su programación nunca está de más, nunca sobra.

Liderados por Alexa Farré, la estupenda concertino de la orquesta, este grupo de solistas de la ROSS pareció asumir con claridad el punto de vista de la muerte, pues su interpretación resultó amable, lírica más que trágica y desgarrada. En el maravilloso Divertimento en re mayor de Mozart que abrió la sesión ya me pareció que el grupo optaba por una versión ligera, de acentos y tempi moderados, con un movimiento lento regido por un ritmo más bien metronómico y un final refinado antes que extravertido y fulgurante. Mozart triunfó en cualquier caso.

Aunque hubo algunos pequeños roces (en el trío del Scherzo, en el Finale), la interpretación de la obra de Schubert resultó de muy alta calidad técnica, con un magnífico empaste, una transparente claridad de planos y una homogeneidad de sonido verdaderamente notable si tenemos en cuenta que no se trataba de un cuarteto permanente, sino ocasional. Los primeros compases de la obra, con ataques algo contenidos, marcaron toda la interpretación. En ese primer movimiento, los acentos algo romos y el fraseo no especialmente intenso, apuntaron a esa visión suave de la música. La exposición del tema del lied en el segundo movimiento resultó altamente expresiva y las dos primeras variaciones fueron sensacionales: la delicadísima ornamentación del violín de Farré en la primera, la cantinela del violonchelo de Baraviera en la segunda y la textura creada por las voces internas rozaron lo mágico, con momentos en que se consiguió esa extraña sensación de tiempo detenido; sin embargo, el conflicto dramático, la respuesta airada de la joven a las pretensiones de su rival, que presenta la tercera variación, resultó una vez más suavizado por unos arcos de impoluta pulcritud. Por supuesto, el planteamiento resultó absolutamente coherente y llevado hasta sus últimas consecuencias en un Scherzo en cualquier caso de apreciable brillantez y un Final en el que esa grotesca danza macabra parecía haber pasado por el tamiz de la pavana, que le restó todo lo que en ella pudiera haber de terribilità. Si hubieran tocado un Réquiem habrían hecho el In Paradisum de Fauré y no el Dies Irae de Verdi. Que tampoco está nada mal, claro.

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