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En la muerte de Luis Caballero

Luis Caballero nació en Aznalcóllar (Sevilla) el 27 de febrero de 1919 y murió en Mairena del Aljarafe el pasado 24 de junio.

"Señor, cuánto dolor en la muerte esperada", dejó escrito.
Manuel Herrera Rodas

02 de julio 2010 - 05:00

Se ha ido en silencio, sin hacer ruido, con la elegancia y la acrisolada aristocracia que da el haber vívido muchos años entre las mil necesidades de una infancia pobre y errática, aunque siempre digna, hasta alcanzar en su madurez de hombre hecho a sí mismo, un estatus social de alto reconocimiento en el mundo de la cultura: su mundo.

Se nos ha ido Luis Caballero Polo, un caballero en el más amplio sentido de la palabra, siempre impecablemente vestido, apuesto y elegante, Luis no pasaba desapercibido nunca. En verano, una pulcra y blanquísima guayabera con pantalón oscuro y zapatos negros con esterilla blanca, parecía un rico indiano que hubiese vuelto a su terruño aljarafeño.

Pero Luis ni era acaudalado en dinero ni aristócrata de herencia. Su riqueza era en amistades ganadas siempre por su generosa comprensión de las realidades ajenas, fueran ideológicas, mediáticas o ambientales. Y, sobre todo, su riqueza tenía como base fundamental su cultura. Y era un aristócrata por dignidad humana, era aristócrata de sangre, como lo fue su padre Vidal que prefirió mil veces emigrar de su pueblo, Aznalcóllar, antes que humillarse ante caciques de la tierra o de la mina; como lo fue su abuelo Francisco que prefirió la libertad del hambre y el exilio antes que la esclavitud impuesta por los terratenientes estepeños. Y como lo fue su tío abuelo Juan Caballero que emigró a la sierra como tantos otros bandoleros del XIX antes que sufrir el castigo carcelario o la muerte por algo que no había cometido y que la oligarquía dominante le imputaba... Sí, Luis Caballero, por sangre, por naturaleza, por su propia personalidad, era una señor caballero, un caballero de la libertad.

Y en base a esa libertad, Luis entendió siempre dos premisas fundamentales que marcaron su vida: que el pueblo andaluz, oprimido históricamente, necesitaba expresarse en libertad y que el único vehículo posible de comunicación era el cante flamenco; y que la libertad real sólo se alcanza a través de la educación y de la cultura. Y fue así como Luis estudió y se preparó culturalmente hasta doctorarse en la gran universidad de la vida, haciéndose un hombre de letras reflexivo y comprometido. Reflexivo porque ya aventuraba en su plenitud de cantaor y de escritor que el flamenco, en cuanto arte, no podía permanecer encerrado como pieza museística por muy maravillosa que ésta fuera, pero inmóvil al fin, mientras que, por el contrario, entendía que el flamenco es un arte vivo que necesita crecer hasta infinitos horizontes aunque sin abdicar nunca de sus raíces vivificadoras, comprometiéndose con la defensa de estos postulados. Fue así como formó parte de aquella Tertulia de Radio Sevilla de los años 50 y siguientes del siglo pasado, que tanto hizo por la reivindicación del flamenco como parte fundamental de nuestra cultura andaluza, junto a Rafael Belmonte, Manolo Barrios, Antonio Mairena o Naranjito de Triana, entre otros.

Y fue así como nos ilustró a tantos que fuimos ganados por este arte, con sus innumerables artículos en revistas, especialmente en aquella Sevilla Flamenca de tan entrañable memoria para nosotros. Y en sus libros, fundamentalmente por el publicado en 1973, Somos o no somos andaluces, cuya lectura es aún hoy obligada por su actualidad y su compromiso. También su autobiografía, impulsada por la presión de sus amigos y admiradores, Luis Caballero visto por Luis Caballero o Historias de flamencos, flamencos de Historia.

En cuanto a su personalidad cantaora, Luis fue un artista flamenco que recibió magisterio y compartió escenarios nada menos que con Pastora Pavón, con Manolo Caracol, con Juan Talega, Luis López Niño de las Marianas, Pepe Pinto, Antonio Mairena y su cuñado Pepe Aznalcóllar, entre otros muchos. Tuvo el apoyo musical de los guitarristas Melchor de Marchena, de Manolo de Huelva, o de Esteban Sanlúcar, del que siempre fue un permanente reivindicador, a más de un sinfín de grandes guitarristas.

Tiene grabados varios discos en larga duración y en 45 r.p.m. Pero con todo nos quedamos con el documento principal de la Misa Flamenca que dejó registrada junto al Maestro de los Alcores y a Naranjito de Triana, así como sus aportaciones a Rito y geografía del cante, ídem del baile y, sobre todo, esa recopilación última de sus archivos realizada por Pasarela La resurrección de mi voz cantada (Sevilla, 2001).

Con la muerte de Luis Caballero no sólo perdemos a un gran amigo, a un hermano en el sentimiento de una Andalucía siempre soñada y siempre irredenta, perdemos, fundamentalmente, a una memoria viva de un tiempo que ya es pasado para siempre, aunque nos quede el consuelo de la permanencia de su pensamiento y su cante, y sigamos sintiendo su calor en lo más profundo de nuestra alma dolorida.

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