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Lluvias en Sevilla este lunes

Muere Jorge Cuadrelli, un soñador que creía en el ser humano y en el teatro

Obituario

El fundador de Viento Sur Teatro fallece tan sólo un día después de recibir la Medalla de Sevilla

Jorge Cuadrelli, junto al letrero de Viento Sur Teatro.

Creía en la utopía, que intentó llevar a cabo en proyectos como la Comuna Baires, con la que recorrió el mundo y se granjeó el recelo de la dictadura argentina, o Viento Sur Teatro, la escuela y la sala en la que desde Triana culminó su amor por la escena, "esa ficción que a veces se parece más a la verdad que la verdad", como dijo alguna vez. Jorge Cuadrelli (Concordia, Entre Ríos, 1950) falleció este lunes a los 71 años en Sevilla, tan sólo un día después de que la ciudad le entregara su Medalla -que recogió por él su compañera en la vida y en el teatro, Maite Lozano- en reconocimiento a su trabajo, un intento de hacer el mundo más amable a los demás desde la cultura, en su caso desde la interpretación, la dirección y la dramaturgia. Y también desde la docencia, donde formó a alumnos tan queridos como Álex O'Dogherty o José Luis García Pérez.

Cuadrelli, que publicó recientemente sus memorias con la editorial Samarcanda, Mi patria son las palabras, siempre tuvo fe en cambiar las cosas. "Creíamos profundamente en todo eso", recordaba hace unos meses en la presentación de ese libro, cuando aludía a propuestas como la Comuna Baires o Willaldea, un pueblo que levantó en Argentina en los años 80 junto a un grupo de soñadores. "Y en cierto modo lo sigo creyendo. Con Viento Sur me he disfrazado de sociedad limitada para poder seguir siendo una comuna. Me he camuflado, tengo una asociación cultural, pagamos cuotas de autónomos... todo eso para permitirnos la misma filosofía. No es la apariencia lo que importa, sino la esencia", apuntaba sobre un teatro escuela que promovió producciones de entremeses de Cervantes, Don Juan Tenorio, El avaro de Molière o Woyzeck, de Georg Büchner y que está detrás de propuestas como el Corral de Comedias.

Con Eloina Marcos en el 'Tartufo'. / Viento Sur

Cuadrelli, al que le gustaba presumir de haber "vivido sin permiso" -su biografía, ciertamente, no parecía conocer el aburrimiento-, matizaba luego sus palabras: "No he ido a lo loco. Siempre había un fundamento filosófico, moral, que está detrás de este proyecto de Viento Sur". En sus memorias, contaba cómo, de niño, le marcó el hecho de que su padre lo volviese a colocar en un caballo tras caerse de él: aprendió entonces que la vida sería enfrentarse a accidentes y superarlos, tener valor para seguir el camino. La política, explicaba, se cruzó también en su vida muy joven: fue expulsado del colegio cuando su maestra descubrió que su madre había cubierto en el libro de lectura los retratos de Perón y Evita. En su biografía exponía también cómo, a pesar de que su espíritu siempre supo esquivar los estragos de la edad, su cuerpo y en particular sus pulmones se resintieron de todas las escenografías y construcciones que levantó "sin protección, sin mascarillas ni guantes".

El actor y director venía de Italia cuando se instaló en Sevilla. Reconocía que al principio le chocaban la impuntualidad y otras costumbres que encontró en el sur de Andalucía, pero se adaptó a la tierra, y el Ulises que había sido hasta entonces echó raíces. En Triana, primero en la Sala El Cachorro y después en la actual sede de Viento Sur, pudo dar rienda suelta a su vocación y transmitió todo un legado a distintas generaciones. Su escuela se ha convertido en un referente en el barrio de El Tardón, por donde pasan 150 alumnos cada curso, y el teatro acerca cada fin de semana la cultura a los vecinos.

Disquijoteces, un montaje que escribió durante la pandemia, era un homenaje a Cervantes protagonizado por dos actores (Fernando Moreno y Edu Bulnes), "dos desgraciados que intentan hacer teatro en un mundo que se lo pone cada vez más difícil". Pese a cierta desesperanza, no había amargura en las afirmaciones de Cuadrelli: en sus memorias aseguraba que no quería contar las penas, sino celebrar la vida. No será difícil recordarlo con una sonrisa. Era un maestro en muchas disciplinas, pero ante todo un tipo querido. Creyó en el hombre, y, tal vez porque exista la justicia poética, los hombres, las mujeres, también creyeron en él.

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