Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
El videoartista estadounidense Bill Viola murió a los 73 años en su residencia de Long Beach (California) a la edad de 73 años, confirmó ayer su estudio. El neoyorquino falleció “pacíficamente” el viernes en su domicilio por complicaciones derivadas de la enfermedad del alzhéimer que padecía, según informó en redes sociales Bill Viola Studio, que es dirigido por su esposa, Kira Perov.
Señalado como uno de los artistas contemporáneos más importantes del mundo, Viola empezó a ganar reputación de manera rápida cuando en la década de 1970 empezaron a surgir los primeros creadores artísticos que trabajaron con el video.
Inspirado por los grandes maestro del Renacimiento, muchos de sus trabajos hicieron eco de grandes obras e este periodo, si bien sus primeros proyectos muestran una fascinación por los efectos especiales. Durante la década de 1990 sus trabajos adquirieron un cariz más personal tras la muerte de su madre y el nacimiento de su segundo hijo, periodo en el que destaca Tríptico de Nantes, en donde en uno de los tres paneles expone imágenes de su progenitora en su lecho de muerte.
Los videos e instalaciones que expuso a lo largo de su trayectoria reflejan una fijación por las diferentes etapas de la vida humana, incluida la muerte, así como por el desarrollo de la conciencia y las tradiciones espirituales occidentales y orientales, incluyendo el budismo zen, el sufismo islámico y la mística cristiana.
“Desde que toqué una cámara por primera vez me di cuenta de que había mucho más de lo que yo podía ver con mis ojos”, contó con motivo de una exposición, Las horas invisibles, que acogió en 2007 el Museo de Bellas Artes de Granada. “No se trataba, como yo pensaba, de capturar momentos, sino de documentar el desvanecimiento del tiempo. Este cambio de perspectiva me dio una gran libertad a todos los niveles: físico, emocional, espiritual”, explicó entonces.
En una visita a esa exposición, Viola defendió que para un buen vídeo “no hay reglas, ni máximas” y todo debía venir “del interior de uno mismo. Hay que ser totalmente honesto, de la manera más privada, más personal: tenemos que aceptar lo que estamos viendo no como algo que hemos hecho, sino como algo que se nos ha dado”, decía este artista que pensaba que el vídeo conectaba con los espectadores “por ser un reflejo vivo de un momento concreto”.
Viola apuntó a San Juan de la Cruz y su mística serena como una de sus inspiraciones. “Vivimos en un mundo de oscuridad que tiene que ser iluminado por nuestras mentes y por nuestros corazones, y esa es la función de mi cámara de vídeo: no olvidarse de que existe la oscuridad, sino aceptarla”, argumentaba un creador al que siempre interesaron la poesía y la filosofía.
El autor estuvo muy presente en España: el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Málaga presentó The Innocents, una videocreación aportada por la coleccionista Carmen Riera y que trataba sobre la vida en la muerte con dos personajes que atravesaban el agua. Presentó en 2014 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid una selección de proyectos que dialogaban con las obras maestras de Zurbarán, Ribera o El Greco de la pinacoteca. Poco más tarde, en 2017, el Guggenheim de Bilbao repasó cuatro décadas de su trayectoria.
Viola, nacido en 1951 en Nueva York, se graduó en Bellas Artes en la Universidad de Siracusa, en 1973, y poco después empezó a colaborar con el pianista y compositor de vanguardia David Tudor, uno de los tantos artistas e instituciones con los que se trabajó durante su dilatada carrera.
El estadounidense recibió a lo largo de su trayectoria numerosos galardones, entre ellos el que otorga la Fundación MacArthur (1989), el Premio Internacional Cataluña XXI (2009), el Praemium Imperiale de la Asociación de Arte de Japón (2011) y el título honorífico de Doctorado Honoris Causa (2011) de la Universidad de Lieja (Bélgica).
También te puede interesar
Lo último