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Interpretó con sobriedad a Santa Teresa de Jesús y proclamó mientras bailaba que quería ser artista. Concha Velasco, que ha muerto este sábado 2 de diciembre de 2023 a los 84 años, lo fue todo como actriz: desplegó un amplio abanico de registros y personajes, pero, más allá de una intérprete versátil, dotada para el drama, la comedia y el musical, fue una actriz querida que se ganó un hueco en la memoria sentimental de un país.
"Si puedo presumir de algo, es de que no he permitido que me encasillen", contaba a este periódico en 2010, cuando representaba en el Teatro Lope de Sevilla La vida por delante, adaptación de la novela de Romain Gary en la que encarnaba a una ex prostituta superviviente de Auschwitz y un ejemplo más de que no había desafío que se le resistiera a la actriz.
"Cuando hice de Santa Teresa, pensé que me iba a ocurrir como a Chanquete [el personaje de Verano azul por el que se recordaría siempre a Antonio Ferrandis], pero a continuación me pasé al otro extremo, me puse con Mata Hari. Has de tener cuidado: hay personajes que acaban con tu carrera", opinaba.
Velasco acababa esas funciones de La vida por delante dirigiéndose al público para contarle que se despedía de los escenarios, una retirada que acabaría aplazando más de una década, pese a que problemas de salud la obligaron en 2014 a cancelar las representaciones de Hécuba. La conexión con los espectadores que conseguía la actriz era inmediata: en el sur les reclamaba que tocaran las palmas por bulerías, y ella se ponía a bailar. Porque Velasco, que encajaba con cierto pesar que eran los papeles dramáticos los que le reportaban premios, siempre había querido bailar, el título de una de sus obras y una convicción a la que se abrazaba ante los problemas. "Cuando me enfrento a momentos terribles en mi vida privada, cuando tengo dolores, tristezas, y pienso que todo se ha terminado, me digo: 'Yo lo que quiero es bailar'. Y salgo adelante".
Así fue como Velasco (Valladolid, 1939) empezó su carrera: bailando. Estudió Danza Clásica y Danza Española, fue bailarina para la Ópera de La Coruña, bailaora con Manolo Caracol y vicetiple en la compañía de Celia Gámez. Apenas cuatro años después de su debut en el cine con La reina mora (1954) le llega una popularidad que siempre la acompañaría desde entonces, gracias a Las chicas de la Cruz Roja, la primera colaboración de las seis que tuvo con Tony Leblanc. Por una canción de Augusto Algueró que cantó en la película Historias de la televisión (1965) a su nombre le seguiría a menudo el apodo de chica ye ye.
Sus colaboraciones con directores de éxito como Mariano Ozores, José Luis Sáenz de Heredia o Pedro Lazaga, proyectos en los que trabajó con Alfredo Landa, José Luis López Vázquez o Manolo Escobar, no mermaron la creatividad de una actriz que ya tanteaba otros caminos. "Cuando hacía esas comedias de finales de los 50 y principios de los 60, de las que estoy muy orgullosa, ya interpretaba obras dramáticas en televisión", comentaba a este periódico.
A partir de la Transición el cine le posibilita frecuentar más el drama, con películas como Tormento y Pim, pam, pum... ¡fuego! de Pedro Olea o La colmena de Mario Camus. Unos años más tarde, Esquilache, de Josefina Molina, le brinda una nominación al Goya, un premio al que optaría de nuevo con Más allá del jardín, la adaptación de la novela homónima de Antonio Gala. Velasco bromearía en una obra de teatro sobre lo cerca que estuvo de ganarlo entonces: una vez abierto el sobre, la ganadora fue Emma Suárez por El perro del hortelano, pero Velasco ya se había levantado del asiento creyendo que la victoria era suya. En su filmografía también destaca otro largometraje: París, Tombuctú, que le facilitó el sueño de ser dirigida por Luis García Berlanga.
Más allá del cine, Velasco reforzó su prestigio en el teatro, con obras como Las cítaras colgadas de los árboles, de su amigo Antonio Gala, o Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, de José Martín Recuerda. Cuando los Premios Max le otorgaron su galardón honorífico, en 2019, celebraron a la intérprete como "pionera" del musical, "un género que aún estaba por emerger en España. Concha Velasco construyó una carrera meteórica con obras musicales como Mamá, quiero ser artista (1986) de Juan José de Arteche o Carmen, Carmen (1988) de Antonio Gala, de quien fue musa", destacaban desde la SGAE, donde resaltaban asimismo sus interpretaciones en La truhana (1992) y Las manzanas del viernes (1999), también escritas por Antonio Gala, y el gran éxito alcanzado con la adaptación del clásico de Broadway Hello, Dolly!, que produjo y protagonizó.
En 2012 repasó su carrera, sus desengaños y sus triunfos, en un emocionante montaje en el que intercalaba canciones y confidencias, Concha. Yo lo que quiero es bailar. Así la recordarán los miles y miles de seguidores que tenía: bailando y repartiendo felicidad.
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