El Mozart agónico de la Orquesta Barroca de Sevilla
ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA | CRÍTICA
La ficha
****Programa: Serenata nº 11 en Mi bemol mayor K 375 (Allegro), Adagio y fuga en Do menor K 546 y Sinfonía nº 40 en Sol menor K 550, de W. A. Mozart: Sinfonía nº 5 en Si bemol mayor D 485, de F. Schubert; 'Scherzo instrumental a 4 in stile fugato' nº 2 en Do mayor (Allegretto), de A. Salieri. Violín y director: Shunske Sato. Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado, 25 de enero. Aforo: Lleno.
Que a la Barroca se le da muy bien el Clasicismo era algo bien conocido por todos los aficionados a través de sus interpretaciones y grabaciones con músicas de Haydn, Bocherini y Brunetti. Pero se echaba en falta que la OBS diera un paso más allá asomándose a los umbrales del Romanticismo desde sus presupuestos interpretativos, a la espera de encontrar nuevas sonoridades y nuevos acentos en músicas poco escuchadas en Sevilla desde la perspectiva historicista. De ahí el interés de este concierto, que bien debería servir de empujón para abordar ese anhelado Beethoven alla OBS. Empecemos por lo mejor de la noche, por el final, por ese impresionantemente agónico Mozart que Shunske Sato nos ofreció. Primero, a modo de presentación, el Adagio y fuga K 546 (Do menor, la tonalidad trágica por excelencia), que desde sus primeros compases se nos apareció con toda su carga afectiva mediante unos tremendos ataques iniciales teñidos de colores oscuros y densos y en los que Sato fue remachando uno a uno los acentos, preparando el camino para la acongojante fuga. El sujeto arrancó con fuerza dramática y ominosa oscuridad en chelos y contrabajos, para irse desplegando en oleadas de intensidad creciente hasta desembocar en una impresionante coda final. Una vez instalados en ese clima anímico de inquietud e incertidumbre afectiva, la sinfonía nº 40 sonó como si fuera la primera vez que la escuchábamos. Con una dirección rica en contrastes dinámicos y sin dejar un segundo de pausa entre las frases en el Molto Allegro inicial, el discurso sonaba con claridad diáfana, todo brillaba en plano de igualdad, hasta las más leves frases de la flauta. Las acciaccature de este instrumento en el Andante flotaron sobre el conjunto orquestal con brillo y relieve. Un verdadero placer fue escuchar un Andante como lo que es, un tempo animado y marcado en sus tiempos rítmicos, no necesariamente lento. Al movimiento cadencioso del Menuetto se le opuso el contrastante clima del Trío, para acabar llevándonos a ese impresionante Allegro assai, aquí sembrado por el director de acuciantes silencios que reforzaban el perfil dramático de su manera de ver la obra.
Todo había comenzado en la primera parte con una deliciosa muestra de la Serenata nº 11 para vientos del propio Mozart, todo un festín de colores en los magníficos solistas de la OBS, que aportaron (especialmenmte clarinetes y oboes) su sentido de la ornamentación a una pieza en la que brilló su articulación en staccato. A destacar la limpieza y precisión de las rapidísimas frases de los clarinetes. Para el Allegro de apertura de la sinfonía nº 5 de Schubert Sato buscó estirar los contrastes dinámicos de la exposición del primer motivo, saltando con energía del mezzo-forte al fortissimo, creando un efecto de sorpresa. Fue en esta sinfonía donde se pudo apreciar una caída en el nivel de empaste entre violines primeros y segundos, algo aún más evidente en el Andante con moto. Nueva búsqueda de contraste entre Menuetto y Trio dentro de un clima de dramatismo emocional para rematar con un Allegro vivace rico en ralentizaciones y rubato, pero que se desenvolvió con absoluta fluidez, aquí ya con un sonido mucho más esmaltado en las cuerdas.
A modo de curiosidad y como elemento de unión entre Mozart y Schubert, una piececita de Salieri, rival del primero y maestro del segundo. Una obrita sin mayor interés y que es más un canon que una fuga al carecer de contrasujeto y seguirse todas las voces de manera igual.
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