Del arte del ruido a la saturación

Cuando uno entra en la sala, sobre la escena una masa humana informe se revuelve bañada en azul bajo un gran plástico traslúcido, una serie de motivos geométricos se proyectan sobre una pantalla al fondo y un conjunto de altavoces que rodean el patio de butacas parecen silbar en un acompañamiento siniestro. IB: Le cornu ancestrale se presenta como una vídeo-ópera que, a partir de poemas en catalán, construye un universo en el que el ciclo del agua se convierte en metáfora del ciclo de la vida. “Vuelvo al origen. Ya no soy yo”, termina.

Dos solistas vocales, diez instrumentales y un aparatoso montaje electrónico y de vídeo sostienen esta propuesta dramática en seis escenas que Joan Bagés ha escrito alzándose sobre hombros de gigantes. Desde aquel ancestral Arte de los ruidos de Luigi Russolo (en la primera escena los intérpretes parecían imitar vocalmente algunas de las máquinas de intonarumori del futurista italiano) a la experiencia espectral de un López López y de la música saturada de Cendo, las referencias se acumulan: el arte acusmático y la música concreta de Pierre Henry, la electroacústica de Stockhausen, el informalismo bruitista de Lachenmann... Nombres mayores del arte sonoro del último siglo que Bagés maneja con personalidad, pero a brochazos en un trabajo que apenas da respiro al espectador, interpelado continuamente por un lenguaje dominado por la abstracción y un experimentalismo que parece jugar contra la corriente de los tiempos, desafiando la capacidad de percepción y la lógica del discurso narrativo. Vanguardia, pese a todo.