Morat inicia gira en Madrid: un sueño de concierto

Conciertos

La banda colombiana ofreció un extraordinario recital en el estadio Cívitas Metropolitano, al que acudieron más de 50000 personas

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"En verano hay mucha música de fiesta. Nosotros vamos a poner las baladas"

Juan Pablo Isaza, del grupo Morat
Juan Pablo Isaza, del grupo Morat / DS

Ni un minuto tardó Morat en lograr la vibración en el estadio Cívitas Metropolitano de Madrid, ese inmenso abismo inerte que se convirtió en un cuerpo vivo en cuanto los colombianos arrancaron con Como te atreves. El grupo iniciaba así un recital espléndido, que a su vez era el inicio de su nueva gira tras la publicación del EP Antes de que amanezca. En Madrid iba cayendo la noche, aunque también iba viviendo una amanecida en el instante en el que los integrantes de este grupo –que llevan una década triunfando en la música hispana, de aquí y de allá- aparecieron por la izquierda del escenario.

Desde una vista panorámica se observaba a un público -las manos hacia arriba, salta que te salta- que era un todo orgánico al son de la batería, de la guitarra, de la voz de Juan Pablo Isaza. También de los fuegos que emanaron de un impresionante escenario. Espectaculares las luces que acompañaban los ritmos pop. De los laterales de la plataforma instalada en el césped del estado surgían las serpentinas blancas. El efectismo era colosal. La respuesta, similar: aplausos sin contención, voces desde cada una de las esquinas del estadio.

“¡Buenas noches, Madrid!”, dijeron los colombianos antes de seguir –sin descanso- con 506 y A dónde vamos. Un carrusel de energía, emoción, entrega. Todo con esa e del “eh, eh”, que se iba escuchando en los horizontes de este espacio. “Hoy somos la prueba de que dos extraños / con algo de suerte, por más de mil años, / se siguen diciendo ¿qué?, ¿a dónde vamos?". El grupo mantenía, en estos primeros minutos, su carisma desenfadado y magnético, irresistible, interpretando esas canciones que nos evocan el cante espontáneo -y amateur- en un coche con amigos.

"En el estadio Cívitas Metropolitano aconteció una de esas noches que marcan a una generación"

“¡Bienvenidos a nuestro sueño, Madrid!”, exclamó Isaza, quien declaró su amor por la capital. El músico aprovechó esta pausa para agradecer a su público el haber hecho posible la ilusión de unos chavales colombianos –“orgullosamente colombianos”, precisó- que comenzaron en esto del éxito en la música con Mi nuevo vicio, letra que se escuchó tras el breve discurso: “¿Por qué seguimos jugando a las cartas? / Sabiendo que tienes un as bajo la manga. / Y, ¿por qué vinimos bailando este tango? / Si me caigo del piso, sin poder acabarlo. / Eres mi nuevo vicio”. Las dos pantallas –altísimas, anchísimas, aquí todo era a lo grande- que flanqueaban el escenario apuntaban a las siluetas de los protagonistas. Por momentos daba la sensación –nos atrevemos a decir que tenemos la certeza- de que estos músicos eran cada vez más inmensos, más infinitos.

La hora sensiblona, la hora melódica, la eclosión sentimental, llegó con Mil tormentas. Ruptura del tono vivido hasta entonces: se activaron las pulseras que en la muñeca llevaba cada uno de los asistentes a este concierto. Una imagen que causaba hasta vértigo. Una especie de constelación que ha decidido claudicar por unas horas e irse de parranda: innumerables puntos, de color azul fluorescentes, encendidos, al igual que encendida estuvo esta comunión de voces y de emociones –unidas claro está en la letra, ¿el himno?, de la canción-. “No se puede apagar amor con fuego. / Te quieres desatar de mí, pero hiciste un nudo ciego. / Te voy a rogar y yo nunca ruego. / Acepto ser el perdedor porque sé que no es un juego”, cantaban los colombianos, mientras su público acompañaba, sin decaer en el ánimo, sin perder el hilo de la letra.

Inevitable el clímax en Cuando nadie ve, que es de esas canciones que traspasan la fama de un grupo para convertirse en un tema generacional, en un lugar común de la memoria para tantos de nosotros –ese admirable milagro que sucede en contadas ocasiones-. Morat nos trajo una de esas canciones que dicen siempre más que la propia canción. Alcanzan la categoría del recuerdo personal, ese que ahí queda con nosotros; los instantes que perduran, un poco a la manera del endecasílabo del poeta barroco, lo fugitivo permanece y dura.

"Incansable frenesí de músicas festivas, de luces intermitentes, de palmas, de lenguas de fuego propulsadas desde el escenario"

Se cumplía la hora de concierto. Las manos ondeando hacia izquierda y derecha, hacia derecha e izquierda. Las pulseras azuladas continuaron con su labor de asombro y de espectáculo. “En el día más largo estamos sintiendo como la noche más corta”, apuntaron los integrantes de la banda en esta jornada en la que comienza el verano. “Esto es un sueño para nosotros, así que proponemos un brindis con todos vosotros”, añadió Martín Vargas, cantante y batería del grupo. A continuación, de nuevo, el tono íntimo: Juan Pablo Isaza toma el piano en una canción en la que veíamos al Morat más adulto, al Morat al que se le asomaba por detrás la nostalgia de lo vivido. El grupo se unió en la isleta edificada en el epicentro del campo del estadio.  

Pasan los minutos. Son las once y veinte de la noche. Se proyectan en las pantallas del escenario tres títulos de tres canciones. Cada uno de estos títulos tiene un color –amarillo, rosa y azul-. Los colombianos nos proponen un juego: uno de estos tres colores alumbrará las pulseras de cada uno de los asistentes. El color elegido determinará la próxima canción que suene. La elegida fue Acuérdate de mí. Emergió un sonoro –un atronador- entusiasmo general.

La fiesta no se interrumpía en ningún momento –este incansable frenesí de músicas festivas, de luces intermitentes, de palmas, de lenguas de fuego propulsadas desde el escenario-. Con Tarde, unos globos, blancos, negros y rojos, aparecieron en escena y fueron ocupando la pista, viajando entre las manos del público, de un lado a otro. El color rojo predominó el paisaje. Alucinantes efectos en las pantallas del escenario. En los relojes daban casi las doce de la noche cuando sonó No se va –otro clásico atemporal de la banda colombiana-.

En el estadio Cívitas Metropolitano aconteció una de esas noches que marcan a una generación, uno de esos conciertos que serán huella de la memoria compartida, de la historia común. Morat –humildes, agradecidos- calificó de “sueño” la oportunidad de tocar ante 55000 personas. Nos da la impresión de que sus seguidores comparten esa palabra, pero en una dirección opuesta: para ellos también fue un sueño este concierto –cómo disfrutaron de la banda colombiana-. Entre sueños y sueños, de unos y de otros, la cosa terminó en un amanecer detenido. Incluso antes de que amaneciera en Madrid.

 

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