Tras la máscara de la tragedia y la comedia, Monica Vitti era única
Cine
La musa de Antonioni, que apostó por la risa cuando dejó de trabajar con el director de 'La noche', fallece a los 90 años
Podría y quizás debería empezar escribiendo sobre la gran actriz de las severas, elegantes y hondas obras de Antonioni que se hizo internacionalmente famosa entre 1960 y 1964 gracias a películas que forman parte de la más exigente historia del cine: la tetralogía formada por La aventura, La noche, El eclipse y El desierto rojo. Pero al saber que Monica Vitti ha fallecido en Roma a los 90 años lo que acude a mi memoria es una tarde calurosa refugiado en la refrigeración con olor a ambientador de pino del cine Juncal y un coro pop cantando "She is the shadow on your bedroom wall / She is the dream you never found / But then you’ll find no time to dream at all / Whenever Modesty’s around / Modesty, Modesty…". Es el tema principal de Modesty Blaise, una película de 1966 basada en el cómic de Peter O’Donnell y Jim Holdaway. Fallida, porque en vez del sesudo Losey la debió dirigir el pop y cachondo Richard Lester, pero con un loco diseño de producción pop art, una espléndida banda sonora yeyé de Dankworth, un Dirk Bogarde –¡tan sobrevalorado entonces!– haciendo el ridículo como el malvado y caricaturescamente gay Gabriel y sobre todo una Monica Vitti deslumbrante, guapísima, divertida, cantando con Terence StampWe Should Have, con sus inmensos ojos verdes más grandes y verdes que nunca, su personalísima belleza más cautivadora que nunca, su enorme sonrisa más grande que nunca.
Cuando interpretó Modesty Blaise estaba rompiendo sentimental y profesionalmente con Antonioni –se cuenta que Losey lo echó del rodaje por sus continuas interrupciones para dirigir a la actriz–, con quien sólo volvería a trabajar 20 años más tarde en El misterio de Oberwald. Su papel como la superagente Modesty simbolizaba su abandono del drama por la comedia: tras dejar a Antonioni se dedicó casi exclusivamente a esta dirigida por Maselli (Mátame, tengo frío), Festa Campanile (El cinturón de castidad), Monicelli (La chica con la pistola, Cuarto de hotel), Sordi (Amor mío, ayúdame, Esa rubia es mía, Sé que sabes que lo sé), Scola (El demonio de los celos), Risi (Erotika, exotika, psicopatika), Giraldi (Confidencias de una esposa alegre), el que durante un tiempo fue su pareja Carlo di Palma (Teresa la ladrona), Salce (Pato a la naranja) o Steno (Mis maridos y yo, El tango de los celos).
Más allá de lo radical del giro que dio en 1966 a su carrera, porque en 20 años sólo interpretó cuatro películas dramáticas (La pacifista de Jancsó, Razón de estado de Cayatte, Un lío casi perfecto de Ritchie y Flirt y Francesca è mia de Roberto Russo, su tercer y último amor, además de El fantasma de la libertad de Buñuel), en la relación entre la Vitti y la comedia se encuentra una clave de su compleja personalidad. Cuando estudió Arte Dramático se elogiaba su vis cómica, cuando debutó en teatro destacó más en papeles cómicos que dramáticos y cuando se inició en el cine en 1954 solo interpretó comedias, con la excepción de Adriana Lecouvreur. Su encuentro con Antonioni en 1957, cuando dobló a Dorian Gray –actriz hoy olvidada– en El grito, cambió su vida. Antonioni intuyó en su nuca –cuenta ella en sus memorias– y su voz ronca una potencial gran actriz, aunque fueron sus grandes ojos verdes y su mirada perdida –en realidad a causa de la hipermetropía y la miopía– lo que ofreció al apetito de la cámara. Y con una sola película la convirtió en estrella cuando tres años más tarde la dirigió en La aventura.
La actriz contó que su verdadera personalidad era la trágica –en sus memorias confiesa cuatro intentos de suicidio– y que la vis cómica era una máscara. Antonioni le quitó esta máscara y la desnudó emocionalmente ante la cámara haciéndole interpretar personajes tan vulnerables y atormentados como ella. Se sintió liberada: podía mostrarse como era. ¿O no fue así? Porque la actriz también se sintió liberada al dejar esos personajes y dedicarse a la comedia. Quizás lo estresante era ser siempre ella, en su vida y ante las cámaras. Lo cierto es que de El desierto rojo en 1964 a las siguientes Mátame, tengo frío y Modesty Blaise en 1966, con el intermedio de su participación en las comedias de episodios Las cuatro muñecas y Las cuatro brujas, resplandeció como si renaciera al convertirse en actriz cómica.
Tenía tanta personalidad que aunque tras su ruptura con Antonioni no trabajó en ninguna película que pudiera compararse con la tetralogía de la incomunicación, nunca dejó de ser una actriz respetada y una admirada estrella sexy en la Italia en la que reinaban las maggioratas (neologismo inventado por De Sica cuando en Sucedió así definió a la Lollobrigida como maggiorata física en contraposición a minorata psichica), opulentas bellezas cuyas reinas eran la Loren, la Lollobrigida, la Mangano, la Cardinale y la Bosé, sin olvidar las Schiaffino, Pampanini, Lisi, Milo o la sueca italianizada por Fellini Anita Ekberg. La rara y personalísima belleza de la Vitti –todo en ella era demasiado grande menos lo que debería serlo según el canon de las maggiorata– y su enorme talento como actriz dramática y cómica la mantuvieron en lo más alto del competitivo estrellato italiano. Su secreto fue simple: era única.
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