Mónica Naranjo, la voz de la libertad
Icónica Fest
En el mágico entorno de la Plaza de España, la artista desplegó elegancia y sensualidad en un concierto íntimo a piano donde celebró el 20 aniversario de ‘Minage’, su álbum más personal
Sevilla/Con ningún afán de cumplir con lo que se pueda esperar de ella y segura de la incondicionalidad que le profesa su púbico llegó Mónica Naranjo al Icónica Fest para desplegar elegancia, sensualidad y energía a los tres mil espectadores que le acompañaron “una nueva aventura en la que voy a cantar el repertorio más íntimo y profundo que jamás he cantado sobre el escenario”.
Así, sin más compañía que la de un piano y el mágico entorno de la Plaza de España, la artista se sumergió en canciones apasionadas, sinceras y reivindicativas como Ahora, ahora, Qué imposible, Perra enamorada, Amando locamente, Abismo o Siempre fuiste mío, que formaron parte de Minage, el álbum que lanzó en el año 2000 como tributo al gran mito de la canción italiana, Mina, y que le llevó a enfrentarse a su discográfica, que no terminaba de ver un proyecto completamente alejado de la línea de sus dos trabajos anteriores.
Este disco arriesgado y un tanto introspectivo tampoco lo entendieron entonces muchos de sus seguidores a los que, como confesaron en las grabaciones que se iban proyectando durante los intervalos de los cuatro cambios de vestuario de la artista, les costó asimilar su mensaje y les decepcionó en un primer momento. Sobre todo, porque aquí, la entonces conocida cantante de Desátame, se desprendía de su lado más feroz para mostrar una faceta más reflexiva y profunda.
Sin embargo, las letras de Minage fueron calando entre sus oyentes más fieles que le acabaron por agradecer el arrojo de haberles “educado el oído” y “enseñado otra manera de escuchar y mirar”, como manifestaban en los vídeos. Es decir, de alguna manera, estos temas no sólo han servido para afianzar la relación con los suyos, sino que con el tiempo se han convertido en la banda sonora de miles de historias compartidas, hasta el punto de servir de motor de esta gira que es también un homenaje y un agradecimiento.
En este sentido, el concierto se planteó más como un recital sobrio y comedido en el que la catalana parecía dirigirse únicamente a quienes la conocen, la entienden y la respetan tal y como es. Sin guiños ni concesiones que recordaran otros éxitos o etapas de su carrera.
Por tanto, pese al ritmo monótono de la propuesta, la poca diversidad del planteamiento musical y los incómodos desajustes de imagen y sonido que se produjeron en las pantallas, la cantante logró desatar ovaciones por su entrega y la actitud cercana, divertida y coqueta que practicó durante las casi dos horas de concierto. Además, de por su impecable afinación y el poderío vocal que derrocha con asombrosa naturalidad, como si llevara un amplificador en el estómago. Por supuesto, la euforia llegó con el grito inimitable de su inmortal Sobreviviré, que puso el cierre y el himno a esta celebración de la independencia y la libertad que Mónica Naranjo abandera hasta las últimas consecuencias.
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