Solistas de la ROSS | Crítica
En los límites del Clasicismo
Festival de San Sebastián
Alberto Rodríguez y Rafael Cobos son un "matrimonio" cinematográfico que lleva más de veinte años contando la historia de España en sus películas. Modelo 77, que este viernes ha abierto (con una enorme ovación) la 70 edición del Festival de Cine de San Sebastián, es una historia carcelaria que ocurrió de verdad, pero dentro cuenta mucho más.
Aquí, reconocen ambos en una entrevista con Efe, "la cárcel se ofrece como una metáfora de lo que fue la modélica Transición española" tras la muerte de Francisco Franco. "La sensación de libertad que había en aquel momento probablemente no se ha repetido después -apunta el director, Alberto Rodríguez-. La cárcel está hecha para anularte, por eso, que ellos encontraran una identidad, que se unieran por un bien común sin pensar siquiera en sus propios cuerpos, porque se mutilaban para llamar la atención exponiéndose a palizas tremendas, es un ejemplo de solidaridad y lucha", que el director cita entre los valores de la película.
Modelo 77 sigue la entrada en la mítica cárcel de Manuel (Miguel Herrán), en prisión preventiva por un desfalco, y su relación con su compañero de celda, Pino (Javier Gutiérrez) un viejo "residente", resabiado y triste. Pero muere Franco, hay una amnistía, y la libertad sólo llega a los presos políticos, los comunes, como ellos, no entran en el paquete. A muchos, solo les queda la fuga como esperanza.
El germen de la cinta fue después de 7 vírgenes (2005), cuando el guionista se enteró de que, en 1978, 48 presos se habían fugado de la cárcel Modelo de Barcelona, que estaba en mitad de la ciudad, a través de las alcantarillas.
"Nos resultó muy llamativo que en plena transición se produjera esta fuga -señala Rodríguez-. Empezamos a documentarnos y llegamos a COPEL, el sindicato de los autodenominados presos sociales, después de que amnistiaran a los presos políticos. Ellos decían, con parte de razón, que les había juzgado una dictadura, pero les mantenía presos una democracia".
La Transición, dice Rodríguez, "fue un acuerdo, un apaño, que se consideró modélico porque era lo único que se podía hacer, pero revisarlo me parece interesantísimo, porque ya no tenemos ese condicionante".
"Nosotros necesitamos verdades para poder seguir hacia adelante: ya ha llegado el tiempo de decir que las verdades son cuestionables", abunda Cobos.
Ambos, sin embargo, rechazan continuar su carrera "histórica" con una revisión cinematográfica de los GAL. "No somos documentalistas, no aspiramos a la crónica, pero sí reconocemos que esta película, a pesar de que su vocación es que el público lo pase bien, abra las mismas preguntas que nos hicimos nosotros cuando nos acercamos a este tema", resume Rodríguez. "Llevamos atrapados en un bucle temporal y anclados en el pasado por lo menos 20 años, estamos deseando regresar al presente sin responsabilidad histórica", zanja el director. Aún así, para Cobos Modelo 77 es sobre todo, una historia de personas; "su corazón -dice- está en la amistad de sus dos protagonistas".
"Creo que todos somos conscientes del trabajo que costó la democracia -reflexiona Herrán, su joven protagonista- pero creo que lo hemos olvidado. Creo que somos un país que avanza, pero se nos olvida que hace veintitantos años estábamos donde estábamos (...) Es una película necesaria por eso, porque las nuevas generaciones no saben realmente de dónde salimos y es importante que lo sepan".
El actor reconoce que creó a Manuel de la nada, después de que el director le pidiera que ni se leyera el guion antes de ponerse con el personaje. Pero trabajar con Rodríguez y Cobos, apunta a su lado Javier Gutiérrez, que ya ha trabajado con ellos en La isla mínima (2014), es "tener oro puro entre las manos", porque el texto llega a los actores "muy trabajado, después de muchísimas versiones".
Impecable y conmovedor en su papel de Pino, Gutiérrez lo define como "un tipo que se ha hecho su universo para sobrevivir en el día a día de la cárcel, que tiene una ruina entera, como se dice en la película, y que no piensa que va a poder salir de allí".
"Manuel -dice Gutiérrez- es como si fuera la democracia que llega a un mundo oscuro, hostil, en el que no hay asideros ni salida (...) pero cuando llega, lo contamina por entero y abre un camino hacia la libertad y hacia una nueva vida, como para muchos españoles de aquella época".
También es destacable la interpretación de Fernando Tejero de Marbella, un patriarca gitano que es el "malo" de la cárcel. "El Marbella tenía asumido que con esas leyes que había no iba a salir nunca de la cárcel y se hace una vida propia".
Seleccionado en el festival, ganador en Nuevos Directores con El factor Pilgrim (2000), el sevillano estrena en Donostia su nuevo filme fuera de concurso; sus anteriores cintas, que se llevaron en 2014 y 2016 los premios Feroz Zinemaldia por La isla mínima y El hombre de las mil caras, que atesoraron en conjunto 12 premios Goya. La película llegará a las salas españolas el viernes próximo, el 23 de este mes.
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