Una mirada feminista al universo de Buñuel
SONOMA | DANZA CONTEMPORÁNEA
El coreógrafo Marcos Morau y su compañía La Veronal estrenan en el Teatro Central 'Sonoma', una hipnótica pieza para nueve bailarinas
El coreógrafo valenciano Marcos Morau (Ontinyent, 1982) regresa al Teatro Central este fin de semana (12:00) con su compañía La Veronal para presentar Sonoma, una propuesta con nueve bailarinas donde retoma las ideas esenciales de la pieza que creó en 2016 para el Ballet de Lorraine, Le Surréalisme au service de la Révolution, mostrada también en Sevilla.
Morau recuerda, al otro lado del teléfono, que aquel trabajo "partía de la figura de Luis Buñuel y me apetecía ampliarlo y reflexionar sobre cómo la vida del cineasta aragonés afecta a mi propia obra". Encontró muchas claves en la lectura de su autobiografía Mi último suspiro, firmada a medias con el recientemente desaparecido Jean-Claude Carrière. "Me interesaba explorar ciertas conexiones: ambos somos de provincias, los dos hemos tenido una educación católica y experimentado el contacto con la gran ciudad y la necesidad de exportar nuestros trabajos con un ojo puesto en la tradición y otro en la vanguardia", explica el precoz Premio Nacional de Danza, que logró en 2013 en la modalidad de creación. Morau, formado en arte contemporáneo, fotografía y escenografía entre Barcelona y Nueva York, es también director y diseñador de vestuario, de escenografía y luces de su compañía.
En Sonoma, que significa en lengua indígena "valle de la luna", las intérpretes bailan, gesticulan, cantan y declaman en francés unos textos "cargados de rabia y vehemencia" que mezclan la Calanda medieval con el París cosmopolita. Estrenada en el Grec de Barcelona de 2020, "no es una pieza que susurre o pase de puntillas sino que tiene mucho carácter. Y si otras obras de La Veronal son más abstractas, aquí todo es más expresivo, más fiera y menos máquina", asegura.
Las detonaciones de los tambores de Calanda abren y cierran este montaje donde las mujeres rezan y hablan mientras van tramando y organizando una comunidad, "una especie de manada o de aquelarre", según su director. "Todo lo que se hace en el escenario tiene una implicación política, de una magnitud que no podemos controlar, y sirve como arma arrojadiza contra el presente. O como una respuesta. Acostumbrados a movernos en una realidad que cada día es más digital y virtual aquí volvemos a cosas ancestrales, como la arena, el agua, el fuego, el parto, la comunidad, y a demostrar que lo orgánico puede ser en este momento lo más moderno".
Buñuel relataba en Mi último suspiro que el sonido hipnótico de los tambores de Calanda que escuchaba en la infancia lo acompañó de por vida. Ese impacto emocional y sensorial, que Morau pudo conocer en el Bajo Aragón, es el que La Veronal quiere recrear también en la obra, cuya banda sonora combina música tradicional aragonesa, africana, italiana o rusa con plegarias que procuran transportar al espectador a un estado emocional concreto "y hacerle atravesar un paisaje que no sabes cómo describir, pero que te va atravesando por dentro".
La Veronal realiza así otra cata en los terrenos del folclore que se nutre del arte contemporáneo y el cine. "Al traer el folclore a un escenario, y elevarlo dentro de un dispositivo, cobra una dimensión nueva. Por ejemplo, al colocar a una bailarina que ejecuta una jota aragonesa en un contexto diferente se genera una imagen diferente. A veces olvidándote de la lógica y la razón llegas a lugares oscuros, mágicos y surrealistas".
Sonoma es también una reflexión sobre la historia de La Veronal ya que Morau vuelve a trabajar con bailarinas que formaron parte de la compañía. "La Veronal se fundó en 2005, muchas intérpretes han sido madres o están en otra etapa de su vida, y quise juntar a varias generaciones: bailarinas con las que empezamos, otras que se cruzaron en el camino y jóvenes que integran ahora la formación, de ahí que haya mujeres de 27 a 42 años, con momentos vitales diferentes. Hay un feminismo intrínseco que dialoga bien con el tiempo que estamos viviendo ahora y fortalece la idea de revolución y de comunidad".
Aunque 2020 fue un año perdido para la exhibición, La Veronal logró mantener su actividad y su agenda a medio plazo está cargada fuera de España: una nueva creación con el Nederlands Dans Theatre que verá la luz en noviembre, el estreno en 2022 de su primer espectáculo para adolescentes y si el Covid lo permite, la gira de Sonoma saldrá de España hacia Luxemburgo, Reino Unido, Alemania o Italia. Pero antes, el 8 de abril, Morau estrenará Opening Night en el Teatre Nacional de Catalunya, "una propuesta a medio camino entre el teatro y la danza".
Al director le gustaría retomar la ópera y debutar con ella en Sevilla. "Hicimos en Lucerna Orfeo y Eurídice y el año pasado estrenamos una ópera contemporánea en el Teatro Real. Estoy siempre en contacto con el Maestranza y confío en poder estrenar ópera aquí antes de cumplir los 50 años".
Sobre este tiempo de crisis, Morau defiende que en España "tenemos mucho que avanzar para ponernos al nivel de Europa en la protección de los bailarines. La Veronal trabaja por proyectos, las bailarinas no están en nómina y si no actuamos no cobramos, a diferencia de los intérpretes del Ballet Nacional de España o de la CND, que tienen su salario. Hay gente que ha perdido toda la agenda y toda posibilidad de subvención en 2020, afortunadamente a La Veronal el tener siempre un pie fuera de España la ayuda a sobrevivir".
"Hemos tenido suerte, sí, pero la suerte hay que buscarla", reconoce. "Nuestro triángulo entre talento, suerte y trabajo tiene que ver también con el Mercat de les Flors de Barcelona, que nos apoyó mucho para salir internacionalmente, y con tener los ojos muy abiertos para crear un arte autóctono que a la vez responda a nuestro tiempo, con saber leer qué tiene España de diferente. La Europa del norte tiene los medios y el tejido productivo pero está hambrienta de nuevos nombres y del talento que viene del sur de Europa".
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