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"Todos somos minorías porque todos somos distintos"

Marina Perezagua, escritora

La sevillana Marina Perezagua publica su debut literario, el volumen de relatos 'Criaturas abisales'

Marina Perezagua (Sevilla, 1978), durante su reciente visita a la ciudad, donde presentó su primer libro.
Francisco Camero

20 de julio 2011 - 05:00

Marina Perezagua nació en Sevilla hace 33 años, pero hace mucho que vive fuera de la ciudad. Ahora está a punto de dejar su puesto de trabajo en el Instituto Cervantes de Lyon para regresar a Nueva York, donde antes de su etapa francesa impartió durante cinco años clases de literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad de Stony Brook. En esta ocasión disfrutará de una beca de dos años para realizar un máster de escritura creativa entre cuyos profesores se cuenta Antonio Muñoz Molina.

En ese tiempo, Perezagua, licenciada en Historia del Arte por la Hispalense, podrá escribir nuevas historias, o rehacer los varios libros que guardó un día en el cajón. Criaturas abisales (Los Libros del Lince) es el primero que se ha atrevido a mostrar, y sus páginas permiten elaborar el retrato de una escritora segura y con personalidad, que no precisa de esa clase de alardes con los que algunos debutantes creen ocultar cierta ingenuidad. Sutil y preciso, su lenguaje construye un mundo regido por las caprichosas leyes de la imaginación y oscurecido por un velo de perversidad, sofisticada o instintiva.

Perezagua no escribe literatura fantástica, no acata sus preceptos más o menos explícitos, pero sí introduce su espíritu, y el de la ciencia ficción más desasosegante, en una colección de relatos en los que el deseo late con violencia y el horror irrumpe de manera sofocada y cruel. "Los utilizo como depósitos desde donde intento empujar los límites de lo que somos y pensamos", dice sobre su forma de relacionarse con los géneros citados. Con las rutinas pacíficas como telón de fondo, pero con la vista puesta en las múltiples brechas de extrañeza que cuartean la superficie de los hechos cotidianos, la autora parece querer recordarnos que la normalidad es una de las mayores ficciones colectivas concebidas por el hombre.

-¿Por qué le interesa perturbar al lector, es un objetivo consciente?

-En mi caso la escritura nunca surge con una voluntad de afectar al lector de una manera u otra. Eso sería además inútil porque cada lector interpreta el texto de una manera distinta, que es lo más interesante. Lo único que tengo presente cuando escribo es la sinceridad, en términos literarios, dejar que mis personajes digan lo que tengan que decir. Lo original, cuando surge, surge de esta sinceridad. Sé ahora que tras la lectura el lector se siente perturbado, pero mientras escribía no sabía, ni pensaba, en los efectos que produciría, porque creo que ese pensamiento entorpece la escritura y por tanto nos aleja del lector.

-¿Qué le interesa de sus personajes, tan extremos, cada uno de ellos a su manera víctima de algo parecido a la locura?

-Pienso que lo que perturba a mis personajes es la carga de la cotidianidad. Ellos saben descifrar sus deseos, sus impulsos, saben articular sus pensamientos, saben buscar el amor posible... Pero todo eso, que ocurre en su mundo, choca con las imposiciones de un día a día que no está hecho a medida de todos. Alguien dijo que don Quijote estaba loco porque quería arreglar el mundo, y el mundo no tiene arreglo. La locura no es la de mis personajes, que son perfectamente coherentes, sino la del desajuste con una realidad impuesta.

-En Fredo y la máquina el dolor es como la última frontera, que al rebasarla nos deja solos...

-En la mayoría de mis cuentos existe la violencia, en diversas formas, la violencia física, pero también la violencia de la incomunicación. En todos ellos, sin embargo, hay una intención de salvar esta violencia a través del lenguaje. Son las palabras las que dominan a la violencia para purificarnos, para salvarnos incluso, no la violencia la que se apodera de las palabras. Por eso creo que mis personajes suelen tener una tendencia natural a renunciar al insulto en cualquiera de sus formas.

-El amor de sus cuentos es a veces tan puro que acaba dando miedo. ¿Por qué habla de ese amor?

-Todos tenemos ideas perversas, incluso aterradoras, en algunos instantes. Estos cuentos narran sólo qué es lo que puede ocurrir cuando permitimos que un instante de perversión se dilate en un minuto, en una hora, en una vida. Pero esto nos puede ocurrir a todos, ocurre, porque la mente es muy frágil y a veces no sabemos cómo protegerla.

-En el libro muestra también la intolerencia ante lo diferente, que en ocasiones se convierte en hostilidad. ¿Por qué ocurre esto?

-Creo que todo es más sencillo de lo que parece. El cerebro humano es muy complejo y todavía nos cuesta aceptar que, si nos paramos a pensar, no hay grupos mayoritarios ni minoritarios, todos somos minorías porque todos somos distintos. La adaptación no consiste en tener mil amigos en Facebook o en ser capaz de levantarse para ir al trabajo. La adaptación ocurre dentro de nosotros, y ahí todos sentimos el conflicto con lo que nos rodea.

-El erotismo está muy presente en su obra, en muchos casos colindando con el canibalismo o el vampirismo. Es un tema que la literatura ha explorado ampliamente: ¿hay algún enfoque en este sentido que le interese de manera especial?

-Creo que el erotismo en mis cuentos salva lo insalvable, el vacío, la nada. Dependiendo del grado de plenitud y eternidad que estemos dispuestos a soportar, entraremos en el erotismo por una puerta diferente, desde la castidad hasta la necesidad de duplicarnos con el otro comiendo su carne o bebiendo no sólo su sangre -porque la sangre no se entrega- sino cualquier fluido que nos ofrezca en un acto de unión.

-La lectura de Caza de muñecas, que parece lanzar un guiño a la obra teatral de Ibsen, es particularmente incómoda, con todos esos niños reproduciendo con inocencia lúdica posturas copulatorias de una "originalidad insólita". ¿Qué quería decir a sus lectores al pisar continuamente en este texto la línea que anuncia y delimita el terreno del tabú?

-Escribí el título después de haber escrito el cuento. No lo pensé, me vino de repente y me di cuenta del guiño a la obra de Ibsen, que seguramente no es casual, por la importancia que la represión tiene en este cuento. Sin embargo, en este caso me interesaba más tratar el tabú de la imaginación que el tabú del sexo. El sexo, el cuerpo, siendo maravillosos, pueden ser, cuando los compartimos con otros, muy hirientes, porque no dejan de significar un acto de entrega, por eso creo que nadie podría definir los márgenes del sexo en una sociedad sana, pero en cualquier caso sí considero que una sociedad sana no es la que no tiene miedo a esos márgenes. Sin embargo sí me atrevo a decir que hay algo que no tenemos derecho a limitar, ni siquiera para nosotros mismos: las fantasías. La imaginación ilimitada. Ésa es mi lectura del cuento.

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